SOCIEDAD

Mi segunda vida

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Llegás al mundo de Second Life igual que a éste, como Dios te trajo: desnudo, angustiado, sin entender qué pasa y con dificultades motrices. Estás en una isla-páramo con otros que tampoco entienden mucho y hasta que no descubrís cómo moverte y teletransportarte adonde quieras, la experiencia es algo aburrida y desesperante.

Las diferencias con la vida misma son más bien estéticas, pero la mayor parte de las cosas resultan aterradoramente parecidas. El dinero hay que ganarlo. Las personas son hostiles porque no te conocen. Y si tu fantasía era ser un rock star o un millonario caprichoso..., vas frito. Al principio, me sentí como si hubiera llegado a la discoteca más fashion en jean tiro alto y chomba color salmón. Como en el planeta Tierra, en lo que a la vida social respecta, todo depende de uno, con sus posibilidades y limitaciones.

Mi avatar, mi otro yo, se llama Danixa Allen y, por suerte, encontró a Julián Wats. En el ciber de la vida real en el que me encontraba, un señor que jugaba al ajedrez on line desde hacía más de cuatro horas me vio, se tentó y decidió probar. Mientras él aprendía a sentarse, a ver en subjetiva el mundo o desde afuera con él incluido en la panorámica, mi otro yo se teletransportaba hasta la casa de su nuevo amigo.

Ya con algo de ropa adquirida en una tienda, Danixa disfrutó de una película (¡con pochoclo gratis!), fue a una interesante muestra de Xul Solar, hizo varias entrevistas para la nota que yo, la de carne y hueso, tenía que escribir y después, con tiempo libre y la imaginación a favor, aprovechó para hacer esas cosas que acá nunca podría. Me di el gusto de volar, caminé bajo el agua y hasta toqué el piano virtuosamente. Mientras en la pantalla yo me entretenía armando un muñeco de nieve en pleno verano, en el local repleto de computadoras escuché a mi compañero de banco preguntarme: “¿Y allá dónde estás?”.