Hace diez años, Laura Lazzarino (32) armó su mochila y se lanzó al mundo, para cumplir su sueño de chica y la fantasía de muchos: vivir de viaje. A partir de un blog, primero, y redes sociales como Instagram, transformó esas travesías en su trabajo, y escribe libros y ha dado talleres de escritura online desde los 64 países que lleva visitados hasta ahora.
Como ella, cada vez son más los argentinos que se convierten en “Instamochileros”, y consiguen mantenerse gracias a empresas que los auspician. Así, viajan y dan consejos desde familias con hijos pequeños hasta ciclistas que cruzaron los Andes. Y uno de ellos resultó elegido como “el mejor mochilero del mundo”, según el New York Times.
De a dos. Lazzarino comenzó a escribir en @losviajesdenena en 2008, cuando hizo su primer viaje por Bolivia y Perú porque “era excéntrico que una mujer viajara sola y quería contarles a otras chicas lo que no había por internet”. En 2010 conoció a su pareja, Juan Pablo Villarino –que recorrió noventa países–, a través de un libro que premió el diario neoyorquino. “Lo escribí en 2005, porque después del atentado a las Torres Gemelas se instaló que los islámicos eran horrorosos. Mi idea era documentar la hospitalidad que había en ellos, que lo hice después de atravesar campos minados y dormir en el desierto con beduinos”, cuenta a su vez Villarino.
Desde entonces, la pareja –que acumula más de 60 mil seguidores– ya recorrió varios países de Europa, América y Africa, y escribió varios libros. Uno acaba de ser traducido al italiano y vendió más de 7 mil ejemplares. “Encontramos la manera de que nuestro trabajo fuese portátil, porque el hecho de viajar no te quita la responsabilidad de generar un sustento”, explica Lazzarino sobre el financiamiento que tienen en su recorrida por el mundo y que consiste en “viajar un año y medio, para después volver a nuestra casa y editar otro libro que vendemos por nuestra tienda online e Instagram”. La joven también da cursos de escritura online, junto a Aniko Villalba, que hace poco decidió abandonar la vida nómade (ver aparte). Además, reciben auspicios de empresas como Booking y Avianca. “Tenemos acuerdos con varios influencers de todo el mundo”, explica Luiz Cegato, de Booking.
En bici. “Nuestra principal vidriera es la vida de viaje”, cuenta Andrés Calla (30), que acumula más de 50 mil seguidores con su novia. Esta pareja, que se conoció en una agencia de publicidad, considera que “la rutina es el archienemigo de todos porque se pierde la capacidad de asombro”. Por eso, en 2013 tomaron sus bicicletas y recorrieron la Argentina por la cordillera de los Andes, durante nueve meses. Desde ese entonces viven de viajar en bicicleta y tienen un sueldo de $ 30 mil por mes, entre los dos, por el auspicio que les brinda la empresa de bicicletas Venzo y los consejos que les dan a otros ciclistas . Sacan fotos para después compartir el material por sus redes. “Tenemos un ingreso fijo por la marca, pero también vendemos un libro y una película”, cuentan.
Dino Fildman era ingeniero en sistemas, pero dejó todo y recorrió con su mujer y su hijo más de cincuenta países. En su blog, dan consejos de viaje junto a niños pequeños. Así conocieron a los españoles Lucía Sánchez y Rubén Señor, quienes hace cinco años están cumpliendo “el sueño de dar la vuelta al mundo”, luego de abandonar su trabajo como publicistas. En la actualidad, son una “productora audiovisual andante que les vende contenidos a marcas como Seat, Trivago e Iberia”, explica Señor.
Sánchez cuenta que al año de viajar se cruzaron a varias familias con niños. “Nos enamoramos de los niños viajeros, con ellos se puede hablar de cosas que a uno le tardó media vida darse cuenta”, dice Sánchez sobre el momento en el que decidieron tener a Koke, hoy de 20 meses. “Aunque a veces sea más lento el viaje, nos cambia la visión del mundo”, asegura el joven.
Una vida no tan perfecta
En 2008, me recibí de comunicadora social y, al mismo tiempo, empecé a viajar sin fecha de retorno. Si no me hubiera animado en aquel entonces a recorrer América latina, no habría podido escribir dos libros y notas para la revista de viajes de National Geographic.
Pero después de diez años, en los que recorrí más de 50 países, empecé a sentirme desilusionada: la vida de viaje no es tan perfecta como me imaginaba. No se trata de tomar agua de coco en la playa todo el día.
Me parecía que el viaje era una despedida constante. Empecé a tener lejos a la gente que quería, como mi familia y amigas, que tenían a sus hijos y yo no podía verlos crecer. Además, no tenía un lugar propio donde escribir y generar proyectos creativos. Tal fue así que en Japón, en 2016, me di cuenta de que estaba cansada y que era el momento de frenar; quería echar raíces y dedicarme a otras cosas que me gustan, como mi entrenamiento de natación.
Pero que quede claro: no me cansé de viajar. Solamente, no quiero hacerlo constantemente. Viajar me encanta y es la mejor manera de darse cuenta que el mundo es mucho más amable que lo que nos cuentan; es una de las cosas más lindas que podemos hacer con nuestro tiempo.
Cada vez que puedo visito amigos o me escapo a conocer algún lugar en el que no estuve para conocer su cultura, pero con la certeza que voy a volver a mi casa en Amsterdam, donde vivo hace seis meses con mi marido y donde me esperan mi escritorio y mi biblioteca.