SOCIEDAD
El drama narco en ROSARIO

"Nuestro trabajo no es patear la puerta del bunker, es ayudar a quienes tienen problemas con el consumo"

Betina Zubeldía y Ricardo Pernisa integran 'Madres y Padres Territoriales' y en la 'Casa Resiliencia' y cuentan el dramático día a día que afrontan, ayudando a jóvenes adictos y sus familias a enfrentar el flagelo de la droga. "En el barrio República de la Sexta hay un búnker hace 14 años en el mismo lugar, eso muestra que no hay voluntad de combatir nada", aseguran.

Casa de la misericordia
Casa de la misericordia | Cedoc Perfil

Cae la tarde en Vía Honda y se pueden ver las luciérnagas. En aquel barrio olvidado donde se termina la ciudad de Rosario, pueden verse esas lucecitas malditas. Las chispas de los encendedores prenden pipas donde chicos aspiran paco. Lo peor de lo peor, la basura que las cocinas de cocaína dejan cuando rascan las ollas. Por pocos pesos, esos chicos en meses serán zombis.

En barrios como Empalme Graneros, Ludueña, Las Flores, La Granada, Triángulo o 7 de Septiembre, cualquier noche de la semana, se escuchan bombas de estruendo o fuegos artificiales. Es el aviso a los clientes que llegó la droga. Antes, colgaban unas zapatillas viejas de algún cable, ahora el llamado es con pirotecnia.

Mientras Rosario suma crímenes, 53 en lo que va de este año, las balaceras y amenazas son diarias, Madres y Padres Territoriales se ocupan de jóvenes adictos en la Casa Resiliencia, en Boulevard Segui 1375. “Tanto en nuestra ciudad como en el gran Rosario, hace más de un año, vemos con preocupación el consumo de paco y crack, y sus catastróficas consecuencias. Chicos con virulana en la garganta, pulmones desgarrados, autoflagelación, psicosis y una realidad que nos inmoviliza a nosotros como padres y que cuenta como único recurso para poder recibir ayuda sanitaria que el adicto tenga voluntad”, dice Betina Zubeldía, directora de Resiliencia, madre de un chico adicto que enfrentó a los narcos que le vendían droga a su hijo.

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Casa de la misericordia
Casa Resiliencia.

Resiliencia funciona en una casa que era de un adicto, su madre la alquila y los propios chicos que asisten a las charlas la están arreglando. Mientras PERFIL dialoga con los responsables, en otros espacios, madres, padres o familiares directos de un adicto asisten a charlas “para que tengan las herramientas necesarias que servirán para contener a sus hijos en los momentos críticos. Nosotros trabajamos sobre la explosión. Tendríamos que estar en la escuela y no acá. Dando charlas a los chicos de la secundaria para que sepan qué les va a pasar cuando alguien les ofrezca o se encuentren con eso adelante. Trabajamos cuando ya explotó todo: cuando el chico está preso, cuando se están por morir. Tenemos que estar trabajando desde mucho antes”.

Casa de la misericordia
Casa Resiliencia, en Rosario. 

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Mientras el Estado parece ausente en la lucha contra el narcotráfico, Rosario suma cada vez más fuerzas federales y los crímenes se multiplican en una saga sin fin, pero el mismo Estado otorga bacas a través del Sedronar a jóvenes que necesitan internación. “Nuestro trabajo no es patear la puerta del búnker, nuestro trabajo es ayudar a quienes tienen problemas con el consumo. Si te digo que en el barrio República de la Sexta hay un búnker hace 14 años en el mismo lugar, confirma que no hay voluntad de combatir nada. No es que el Estado esté ausente, muchas veces está presente de la peor manera, que no es lo mismo”, afirma Ricardo Pernisa, exadicto y hoy uno de los referentes de Padres Territoriales, que, como Zubeldía, son técnicos en prevención comunitaria especializados en adicciones y violencia, formados en el Instituto de Salud Mental Vínculos.

“Resiliencia es un espacio de comprensión, transitorio. Acá se tranquilizan, hacen trabajos. Por ejemplo, nos llegó mercadería de una donación. Ellos la clasifican, hacen un inventario, separan, guardan. Nosotros los guiamos, ellos deben tener un vínculo con el afuera. El objetivo es que ellos sepan que el afuera está, que es salvaje, consumista, y que van a tener que empezar a entender que no va a desaparecer. Ellos tienen que entender que tienen adicción y se tienen que cuidar de los consumos”, agrega Zubeldía.

Casa de la misericordia
"Resiliencia es un espacio de comprensión, transitorio", para quienes intentan recuperarse de una adicción.

En la Casa Resiliencia hay un equipo técnico superior en prevención comunitaria, técnicos en adicción, operadores comunitarios y una psicóloga. “Hay distintas miradas, es importante porque nosotros tenemos un espacio es plural. Acá vienen madres, hijos, novias…la problemática del consumo no es solo el adicto, él es un emergente de algo que ocurre en la familia. No solo trabajamos con el adicto sino con la familia. Porque el adicto es el que se manada las mil cagadas, pero cuando se empieza a recuperar aparecen otras miserias. Es importante que la familia se cargue de herramientas, hay que sanar el grupo familiar. Lo que no se sana se desparrama. Sino el conflicto sigue y no se termina. Este es un espacio donde se sienten contenidos”, explican.

Betina Zubeldía subraya y quiere dejar claro: “Nadie se queda sin tratamiento. En la Argentina son privados, pero becados por el estado. En nuestro caso, el Estado paga el tratamiento. Cuando un chico nos dice ‘no tengo plata’, les explicamos que tanto en Sedronar o Aprecod (Agencia de Prevención del Consumo de Drogas) que es provincial, se le otorga una beca residencial si se quedan en algún determinado o ambulatorio, donde van unas horas y después vuelven a sus hogares. Las familias tienen que saber que todos nuestros hijos tienen una beca y tienen un tratamiento”.

Casa de la misericordia

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El relato de los propios adictos que los responsables escuchan en las charlas son demoledores. Es un problema que atraviesa todas las clases sociales. “A los búnkers de barrios marginales llegan autos de alta gama, donde los mismos padres acompañan a sus hijos a comprar por miedo a que les pase algo, ven que se meten en lugares tan complejos, que los acompañan para que no les pase nada”, dice Pernisa, quien afirma que cuando entrevista a los jóvenes al comienzo hay resistencia, pero cuando él les cuenta su propia historia de adicciones, se abren. “Trabajamos en la conciencia de los pibes. Bunkers hay cada diez metros, tenemos que lograr que el pibe pase sin entrar. Puede estar resguardo por un tiempo, hacer un tratamiento, darles las herramientas, pero convivimos con eso”.

Sobre el nulo interés de la política sobre el desastre que padece Rosario con el narcomenudeo en los barrios, los responsables de Resiliencia coinciden en que “los poderes y las instituciones están enquistados en este problema. No lo quieren enfrentar. La realidad la vemos todos los días y vemos también la desidia que hay en combatir este flagelo. Nadie es ajeno a lo que pasa y sigue pasando, y empeora. Hay un bunker que hace 14 años funciona en el barrio República de la Sexta, es decir, no hay mucho interés en erradicarlo. O, por ejemplo, un taxista, con problemas de adicción, perdió el trabajo, porque en una noche, en su GPS que controla Municipalidad, marcaba que había ido a cinco bunkers. Es decir, todos saben dónde están y nadie hace nada. Pedimos más fuerzas federales y no pedimos más maestros”, agregaron.

Casa de la misericordia

Finalmente, sobre la Ley de Salud Mental, explicaron que “es como la Biblia, cada uno la interpreta como quiere. Lo que hace muchas veces la Justicia, es un traslado médico compulsivo involuntario. La Ley de Salud Mental dice que la persona debe tener voluntad para internarse y eso no se lo podés pedir a alguien que no tiene conciencia de su enfermedad. Nosotros conocemos a la persona, a su familia, a todos los hospitales polivalentes. Hablamos con el Sedronar o Aprecod, luego al hospital que corresponda, avisamos que va a ir Fulano, que va a estar máximo 10 días, en ese tiempo tenemos que trabajar con esa persona, articular un trabajo terapéutico específico para ese caso. Estando internado se hacen las entrevistas. Lo que no se dice es que las guardias de los Hospitales están desbordadas. Antes mandaban los chicos a los psiquiátricos de Oliveros o el Agudo Ávila, nosotros no queremos, los acompañamos a un hospital, como dice la Ley de Salud Mental, porque la adicción es una enfermedad. No hay estadísticas de chicos recuperados. No podemos decir de cada 100 chicos, 20 están bien. Es inexistente. Son mucho más los que no, que los que sí. Por nuestra casa pasan unos 200 pibes con sus familias".

"Llevamos nuestro trabajo de seguimiento de cada uno, vemos cómo sigue, si tuvo recaídas, lo vamos a buscar. Cuando llegan lo primero que hacemos es vincularnos, no le preguntamos qué consumió, vemos dónde vive, que espacios de salud tiene cerca, hablamos con ellos, darles información. No todo lo hacemos acá, nosotros actuamos como red. Las manos que ayudan son la de los mismos pibes y sus familias. Acá un pibe que está mejor ayuda a otro”, concluyeron.