Celdas, baños, pabellones, patios, corredores. Todos ellos habitados sólo por obreros que se encuentran trabajando para terminar la construcción de lo que será, dicen, una cárcel modelo a nivel latinoamericano, copia del modelo alemán para jóvenes entre dieciocho y veinticuatro años, en la localidad de Campana.
Por mi proyecto fotográfico Reclusiones he recorrido muchas cárceles, pero nunca una como ésta: vacía.
Entrar a un lugar así, sin burocracia, sin infinidad de requisas y cacheos, y sin que existiera un otro que pusiera resistencia al foco de mi cámara, generó en mí una sensación muy extraña. Ejemplo de ello fue cuando ingresamos a una celda con el Ministro de Justicia Gustavo Ferrari, y mientras él explicaba que cada una de ellas estaría habitada por cuatro reclusos, yo fotografiaba el espacio y recordaba cuando retraté en la cárcel de Gorina, La Plata, a un fanático de gimnasia en su celda con todos sus recuerdos atiborrados en el respaldo de su cama.
O bien, cuando caminamos por los modernos pabellones en construcción, recordaba lo que me costó convencer al Gordo Valor para retratarlo en su pabellón ante la mirada de sus compañeros en el Penal de Campana, a metros de esta nueva cárcel. Como también, cuando accedí a los pasillos de vigilancia de los muros perimetrales y realicé una vista aérea donde observaba a obreros trabajando en distintos sectores de la cárcel con tractores, materiales de construcción e interminables metros de alambres de púa, fue inevitable rememorar aquella escena de amor, tomada desde un lugar similar donde un recluso y su novia se daban un beso en un improvisado reservado fabricado por los mismos internos en el Penal de San Martín.
A simple vista, todas las cárceles parecen lo mismo, sin embargo dentro de ellas hay diferentes historias que las habitan. Esta cárcel, en particular, todavía vacía, carece de huellas. Todavía no hay historias, todavía no hay vida.