La militancia del juez Roberto Gallardo excede largamente la simpatía que, en algún momento (y ya no más), tuvo por el kirchnerismo. Ante todo, es gallardista. Asumió como juez porteño en lo Contencioso Administrativo y Tributario en 2001, cuando nació ese fuero. Antes había trabajado junto al Movimiento Nacional de Empresas Recuperadas con Diego Kravetz, hoy secretario de Seguridad PRO en Lanús.
Cuando entró a la justicia, Gallardo todavía no era un ‘bicho raro’, en parte, porque se trataba de un ámbito bastante más progresista que el actual. Desde que ascendió a juez, cuando tenía 37 años, se convirtió rápidamente en un dolor de cabeza para Aníbal Ibarra.
En aquel tiempo, consolidó una dinámica de trabajo: a partir de un diálogo fluido con los colectivos más relegados (grupos villeros, incluidos los curas como el Padre Pepe, cartoneros, inmigrantes, cooperativistas o personas desalojadas), Gallardo concedía recursos de amparo que muchas veces trababan la gestión. Primero la de Ibarra y después, en especial, la de Mauricio Macri. Muchas medidas terminaban siendo apeladas y luego revocadas.
En junio de 2010, ordenó que se desconectara el cartel luminoso de 567 m2 de Coca-Cola en Carlos Pellegrini y Diagonal Norte, argumentando que las luces de LED ponían en riesgo la seguridad vial.
En abril de 2011, tras la muerte de un hombre en la Villa 31 por falta de asistencia, ordenó la intervención judicial informativa del SAME, y dispuso que un veedor supervisara y evaluara los servicios de salud en los asentamientos de la Ciudad. Ese mismo año, hizo lugar a un recurso de amparo de vecinos de Recoleta y suspendió las obras de un estacionamiento subterráneo en la manzana de Las Heras, Cantilo, Pacheco de Melo y Pueyrredón, que finalmente fue inaugurado.
A los 52 años, en su despacho tiene imágenes del padre Mugica, del Che Guevara y Salvador Allende. Vive en Palermo y es habitué de un gimnasio en Plaza de Mayo. Es workaholic, al punto de que a sus empleados les cuesta seguirle el ritmo. Según un asistente que se fue mal de su juzgado, “se compró el personaje de Robin Hood”. Para otro, “va al frente y no especula como los demás jueces”. Las dos caracterizaciones no son del todo excluyentes.