Lupino nació en Inglaterra en 1918, hija de un artista de variedades y una actriz de teatro. Una vez ingresada al mundo del cine británico se la exportó cómo a tantas otras actrices inglesas: por comparación. A ella le tocaba ser la “Jean Harlow inglesa” y así le fue bien. Actúo bajo la dirección de Charles Vidor y compartió protagónicos junto a Humphrey Bogart. Su primer contrato con la Warner Bros fue por cinco cómodos años. Cada actor llegaba actuar en entre dos y cuatro películas al año, dependiendo de su éxito y la duración de cada rodaje. Pero en la vida de Lupino no tardaron en aparecer los roces con el jerarca Jack Warner y la actriz se animó a ser una de las pocas de renombre en que se amoldó al freelance en la época.
El mundo de los estudios era un espacio mediado por lo que hoy se llama el star system. La construcción de una figura implicaba amoldarla a roles que pudieran no solo encajar en pantalla sino también en la prensa y la voz popular: papeles a medida para actrices de aspecto naive o destino de film noir para vampiresas sexys. Serás lo que debas ser o irás a la Costa Este a refugiarte al teatro (si es que ese mundo te acepta y rara vez lo hacía).
Frente a la falta de opciones como actriz, Lupino y su segundo esposo, el productor Collier Young, fundan la productora independiente The Filmmakers Inc. Van a poner sus servicios a la orden de RKO, estudio caracterizado por un gran número de producciones clase B. En este punto cabe hacer una aclaración, dado que el concepto “clase B” fue variando en su uso corriente para aplicarlo como sinónimo de independiente, no industrial o incluso de baja calidad. Por el contrario, el cine B fue un fenómeno comercial, producto de que los grandes estudios abarataban costos reutilizando escenografías creadas con anterioridad para producciones mayores, utilizando menor cantidad de extras y con elencos más baratos. Fue en ese mundo donde Lupino y esposo encuentran la grieta para tener cierto control artístico sobre sus proyectos.
Sin embargo, así como Tina Turner necesitó que el cantante de Ike no apareciera para que “A fool in love” lanzará su carrera, Lupino, once años antes, dio su puntapié como directora cuando otro varón se indispuso. En 1949, días después de comenzado el rodaje de “Not Wanted”, el director Elmer Clifton se infartó y Lupino tomó las riendas de la confección de un film que ella ya había coescrito y prepoducido. Las fuentes que se suelen citar no coinciden, pero podemos suponer que por mero respeto a Clifton y su salud, Lupino no quiso aparecer en los créditos como directora o codirectora. No era para gritar ni abrazarse, pero la pelota comenzaba a girar.
“Not Wanted” cuenta la historia de una adolescente que da en adopción a su bebé luego de un affair fallido con un músico. La culpa de sus acciones le generan un trauma que la llevan a robarle el bebé a una extraña en la calle. Si hubiese sido filmada unos años más tarde, supongamos la segunda mitad de los ‘60, la película hubiese sido considerada un explotation para asustar adolescentes. Y en parte ya lo era en 1949, dado que Lupino utiliza cierta técnica que para la época podía ser considerada documental (o exageradamente realista) y más que nada porque en cierto momento utiliza imágenes a color de una cesárea real locutada para estudiantes. Pero el peso moralino en el argumento no la aleja de ser una rara avis de agenda femenina. En resumidas cuentas, sin ella no habría ese tipo de trama.
Además, por si algún despistado se perdió, acá no estamos hablando de los elementos formales utilizados por Vittorio De Sica en “La Ciociara” (1960) para inmortalizar a Sophia Loren y dos adorables tetas. Esto era más simple y, a la vez, complejo: encontrar la manera de hacer alfarería en una línea de ensamble.
En “Outrage” (1950) pone otro tema espinoso para la época en el centro: la violación sexual y sus consecuencias en la vida diaria de una mujer. Con una escena de persecución en un estacionamiento de camiones nos recuerda a lo que Darío Argento iba a realizar en “El pájaro de las plumas de cristal” veinte años después y también lo que John Ford había una década antes en “La Diligencia” (1939), es decir, la dama entendía la esencia del cine. Así, Lupino nos enfrenta a la crudeza de la historia en los primeros quince minutos del film. El resto es trauma y fallidos intentos de la protagonista por encausar la vida normal, es decir, el casamiento.
En ambos films, Lupino pone a las mujeres situaciones complejas que la sociedad solo puede enfrentar con vergüenza. Otro elemento común es la institucionalización de esas mujeres. Mientras que en “Not Wanted” interviene la ley y el orden frente al robo de un bebé, en “Outrage” la protagonista tiene que enfrentar una posible condena por haber herido a un hombre que ella confundió con su violador. Lupino en sus guiones hace un llamado a la clemencia del sistema frente a mujeres que intentan seguir adelante como pueden.
Después, “The Bigamist” (1951) y “Hard, Fast and Beautiful” (1951). En esta última, para el protagónico vuelve a elegir a la actriz de “Not Wanted”, Sally Forrest. Es la historia de una joven tenista en ascenso y su madre, una especie de “stage mother” del deporte. Lupino mantiene la idea de libertad de elección. Eso puede ser una carrera deportiva o una feliz vida de ama de casa ¿Feminista sin marco teórico? Si tal cosa existiera (NO) también le quedaría distante a su figura. Su aporte estuvo en la ampliación de la agenda temática y en encontrar las hendijas para mantener el control de la narración. Algo que logró poniendo el mismo tesón con el que un gato se defiende entre la leña.
Para una parte del rincón cinéfilo que la mantiene en el recuerdo, la cuestión del género fue eclipsada por el éxito con la que cerró su primera etapa en el cine. En “The Hitchhiker” (1953) dos hombres les dicen a sus esposas que van a las montañas de pesca, pero en realidad van a disfrutar del alcohol barato de los bares de Tijuana. Para su mala suerte, el sociópata prófugo que los intercepta aprovecha la treta inocente para escapar de las autoridades e incluir dos nuevas víctimas en su currícula criminal. Lupino logró con la construcción de un villano amoral que todo lo ve. El actor que lo interpretó tenía un dimorfismo facial que hacía que uno de sus ojos se viera más grande que el otro. En la vida real, probablemente fuese tuerto, pero a Lupino le sirvió para crear un monstruo que vigilaba a sus rehenes durmiendo con un ojo abierto.
Podemos imaginar al criminal y a las dos víctimas de “The Hitchhiker” deslumbrando a un Quentin Tarantino niño frente a la tele familiar. Pero fue Martín Scorsese, con su capacidad de expresar admiración por géneros que poco tienen que ver con su filmografía (o al menos solemos olvidar “New York, New York” y “Alice doesn’t live here anymore”), quien escribió esto sobre Ida Lupino en 1995:
“Sus películas estudiaban las almas heridas de una manera muy meticulosa, y describían el lento y doloroso proceso por el que las mujeres intentan batirse con su desesperación para volver a dar un sentido a su vida. Las heroínas de Lupino tienen siempre una gran dignidad, a imagen de sus películas. Es una obra marcada por el espíritu de resistencia, con un sentido extraordinario de la empatía por los seres frágiles o los corazones destrozados. Es también esto lo que la convierte en esencial”.
Y Lupino después del ‘53 también tuvo que resistir. El dúo Young-Lupino (ya divorciados) intentó hacer ingresar The Filmmakers al mundo de la distribución de películas, sin resultados económicos a favor. Acostumbrada a los presupuestos acotados, Lupino se adaptó a dirigir para la televisión, que en los cincuenta comenzaba a nacer como nuevo medio. Entre 1956 y 1968, Ida dirigió más de una veintena de episodios de series como Twilight Zone, The Intouchables y Alfred Hitchcock Presents. Es difícil encontrar una suerte de marca Lupino en ese tipo de producciones. La televisión de esos años era un territorio que le pertenecía a productores y guionistas, y, dado la cantidad de directores que intervenía en una sola temporada, la confección del producto debía ser estandarizada.
Volvió al cine recién en 1966, con “The Trouble with Angels”, una comedia adolescente sin demasiadas luces, en la que una ya madura Rosalind Russell interpreta a una madre superiora de un internado para chicas. En el medio, producir, actuar y mantener los acuerdos estratégicos. En 1956, participó como actriz en “While The City Sleeps”, hoy mítico film noir de Frtiz Lang que, en franca retirada de los grandes estudios, se había convertido en parte de la humilde familia de RKO. En la película también participaron Sally Forrest y Howard Duff, tercer esposo de Lupino. De 1957 a 1958, época en que Lucille Ball y Desi Arnaz reinaban cómo el matrimonio dorado de Norteamérica, Ida y Duff protagonizaron la sitcom Mr Adam anda Eve, con producción Collier Young. La serie fue una manera de ir con el envión y también de hacer catarsis: la trama consistía en el matrimonio de dos estrellas de cine que debían lidiar con contratos, rodajes y un jefe de estudio con el que solían colisionar. Buena parte de los guiones se construyeron en base a la experiencia profesional de Lupino y de Young.
Retirada de la dirección, Ida siguió trabajando de “actriz invitada”. Una villana camp en el Batman de Adam West, años más tarde, una especie de Gloria Swanson en Los Ángeles de Charlie, entre otros trabajos.
Ida Lupino no fue la primera. A comienzos del siglo XX y del otro lado del océano, la creación de la productora francesa Goumont fue posible gracias al trabajo de Alice Guy-Blaché. En Estados Unidos la primera mujer que dirigió un largometraje fue Lois Weber en 1917. Incluso Argentina tuvo directoras durante el cine mudo como Angélica García y Antonieta Capurro de Renauld. Pero fueron fáciles de borrar de la historia. El material se perdió y algunas de sus obras fueron atribuidas durante años a colaboradores varones. Cuando Lupino llegó a ponerse detrás de una cámara, las cosas no fueron más fáciles, pero, al menos, el archivo audiovisual comenzaba a volverse indeleble.
Aun hoy, Hollywood cuenta con muy pocas mujeres detrás de la cámara. Según los datos publicados por la revista Variety en 2020, solo 18 por ciento de las 250 películas más taquilleras fueron dirigidas por mujeres. Tanto en el cine como en la televisión, las mujeres dependieron de haber acumulado un peso artístico previo para poder sentarse en la silla de dirección. Son ejemplos Barbra Streisand haciéndose de un Globo de Oro por “Yentl” (1983), veinte años después de haber grabado su primer disco y Diane Keaton, siendo la directora invitada en segunda temporada de Twin Peaks (1991-92). Por ahora, las Jane Campion, Kathryn Bigelow o Ava DuVarny no son la regla y parece faltar mucho para que lo sean.
Ida Lupino llegó antes pero no tuvo el reconocimiento que se merecía. Es más fácil encontrar en los repositorios digitales yankees un análisis académico de María Luisa Bemberg que de la obra de Lupino. Pero su cine y su televisión siguen ahí, al alcance de quienes buscan.
Publicado originalmente en la revista Panamá / @BrunoReichert