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Una historia de Canal 7

Cuando se editaba, a fines del 2021, el libro "Pantalla partida: 70 años de televisión en Canal 7", de la investigadora Natalí Schejtman, la autora propuso un divertido juego: "Dime qué edad tienes y te diré como lo nombras". Es que, en la Argentina contemporánea, hasta el canal de televisión estatal es terreno de abiertas disputas políticas y de sucesiones de "relatos". ¿A alguien se le hubiera ocurrido cambiar el nombre de la BBC en Gran Bretaña? ¿O dejaría la televisión pública de llamarse PBS de un día para el otro en Estados Unidos? Por aquí, la estación estatal pasó de ser un solemne LR3 TV Canal 7 el día de su primera transmisión, el 17 de octubre de 1951, al actual "la TV Pública", pasando por otros varios nombres y apodos, incluyendo el "Canal Siete Argentina" de los años de De la Rúa y el terrible ATC de la última dictadura militar. Pero siempre el mismo canal, el de la emisión inaugural en un Día de la Lealtad, el de "678", el de "Función Privada" y de "Las 24 horas de las Malvinas" de mayo de 1982.

Martín Karadagian, con sus "titanes", marcó una época en la TV.
Martín Karadagian, con sus "titanes", marcó una época en la TV. | Cedoc

"Quiero recomendarles un libro que acaba de salir. Es una investigación minuciosa sobre la historia política de canal 7 realizada por la colega Natalí Schejtman". Los estudiantes escuchan, algunos incluso atentos. En seguida, sobreviene la pregunta: "¿El libro es a favor o en contra?". Un interrogante en parte motivado por la persistencia de una memoria emotiva todavía reciente: para los más jóvenes, Canal 7 o La Televisión Pública, todavía es parte de la narrativa de una época y de una épica. En el lenguaje dicotómico y moralizador que impuso, no solo en la Argentina, el siglo que avanza polarizado, la TVP de "Peter Capusotto y sus videos", "Fútbol Para Todos" y -sobre todo- "678" era para muchos de esos jóvenes "todo lo que está bien" o "todo lo que está mal". Pero "Pantalla partida: 70 años de televisión en Canal 7", afortunadamente intentó posicionarse por encima de las simplificaciones que signan el pulso de la época. Al contrario, buscó desarmar las dos leyendas que acompañan al canal desde su origen: la negra, que en el discurso público se traduce y se confunde con afirmaciones acerca del déficit estatal, el sesgo siempre oficialista y la impronta burocrática, y la blanca, que pone el acento casi exclusivamente en el rol del canal como único vehículo posible para generar contenidos de calidad emancipados de la lógica puramente económica que guiaría a los medios privados, con sus programaciones orientadas, en el mejor de los casos, al mero entretenimiento pasatista, y en el peor, a la construcción de discursos orientados a debilitar a los gobiernos autoinvestidos con las ropas de lo popular. Uno de los méritos del libro, entonces, tiene que ver con el punto de partida que parece haber elegido su autora: no querer quedar bien con nadie.

Desde su primera transmisión, el acto peronista del Día de la Lealtad de 1951, el canal se vio atravesado por una serie de tensiones que signaron su historia: ¿canal público o estatal? ¿canal cultura o canal comercial? Y sobre el fondo de esas tensiones, la pregunta shakespereana poco amoldable a estas pampas, pero que siempre vuelve: ¿Ser o no ser la BBC?. Convertida en primer motor inmóvil del deber ser televisivo, la cadena británica apareció una y mil veces como paradigma de lo deseable ante  cada una de las decenas de discursos fundacionales que acompañaban a cada uno de los directores al momento de asumir ese cargo. Aspiración que se desvanecía casi apenas después de ser enunciada, tanto desde las oficinas del edificio Alas como, a partir de 1979, desde el modernizante conjunto arquitectónico emplazado en la intersección de Figueroa Alcorta y Tagle.

Ante todo un libro de historia, el trabajo de Schejtman se organizó de acuerdo con un criterio estrictamente cronológico y se fundamentó en un gran número de entrevistas, y en el análisis de un cuerpo de fuentes escritas y audiovisuales profuso y diverso, y sin embargo -y a pesar de los esfuerzos de la autora- incompleto. La archivística no ha sido un fuerte de nuestra historia audiovisual y miles de horas de grabación de emisiones del canal se han perdido, dañado o comercializado en forma más o menos espuria. A menudo, los criterios de valorización del material por parte de los canales públicos o privados tampoco han sido los adecuados: un videotape de canal 7 que atesoraba un concierto de Atahualpa Yupanqui, por ejemplo, podía reutilizarse para grabar un programa de la tarde conducido por Moria Casán. Consultada acerca de las principales dificultades para realizar una investigación en esas
condiciones, la autora señalaba que "la falta de un archivo audiovisual debidamente catalogado, ordenado y completo hizo que buena parte de la reconstrucción de lo que la pantalla emitió lo sepa por fuentes indirectas que no son imparciales ni muchas veces ingenuas (especialmente en los momentos en que el Canal estaba más en disputa)". Y agregaba: "la memoria de las personas es una materia prima sobre la que hay que investigar mucho. Hay gente que te dice cosas a medias, gente que se lo acuerda de una manera mientras otros se lo acuerdan de otra. Y hay gente que miente adrede. Es la típica investigación que te requiere estar con la guardia alta".

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Una historia de setenta años puede ser remota o no tanto. El valor de la experiencia personal con el canal en este punto es esencial; todavía viven personas que pueden dar cuenta de la totalidad de su recorrido. "Dime qué edad tienes y te diré como lo nombras", sugería la autora, en alusión a la todavía persistente superposición entre los nombres de Canal 7, ATC y Televisión Pública. Cada etapa del canal tiene sus mojones que, para bien o para mal, han dejado marcas indelebles en su historia. El relato sehace especialmente fértil en cuatro momentos. El inaugural, en el cual se pone el acento en el modo en que fueron especialmente Oscar Nicolini y Eva Perón, y no los esperables Apold y Perón, quienes más hicieron por arraigar la televisión en el país, al menos antes de que el gobierno peronista decidiera la primera y única privatización de la historia del 7.

El beneficiario, un empresario peronista que entre otras cosas estaba involucrado en la importación de televisores, era tan afín a Perón que la situación habilitó una deliciosa boutade parlamentaria de época: ¿si los únicos privilegiados son los niños, entonces cuántos años tiene Jorge Antonio? Luego del golpe militar que derrocó a Perón en nombre de una libertad que no fue, asistimos al primer momento refundacional de la historia del canal: "La Libertadora proponía la desperonización como política oficial en varios aspectos, pero el manejo que el peronismo había hecho de los medios de comunicación era uno de los focos de sus críticas. Y de hecho, en las primeras actas de directorio de la nueva administración encargada de los medios hay un énfasis obsesivo en contar los minutos y los segundos que le destinaban a los distintos partidos, como un gesto muy de 'nosotros vamos a hacer algo distinto' y con la enorme contradicción de haber excluido por ley de la política, de la vida cotidiana y obviamente de los medios al partido mayoritario", dijo Shejtman consultada para este artículo.

Los capítulos sobre la última dictadura son particularmente interesantes, especialmente en lo que hacen al análisis de algunos de los hitos televisivos de la época: los avatares en torno a la Copa del Mundo Argentina 78 y el ente que se armó para garantizar la transmisión en colores del mundial que acá vimos en blanco y negro, la creación de Argentina Televisora Color, el noticiero 60 minutos y la cobertura del momento Malvinas, que incluyó la célebre maratón televisiva conducida por Pinky y Cacho Fontana.

Paradójicamente, fue aquel momento de truculencia -baste con ver la intervención del general Camps en el noticiero del horario central para acusar a Jacobo Timerman como artífice de la "campaña antiargentina"- el que coincidió con la etapa de mayor rating e inversión tecnológica en el canal. El análisis comparado de la cobertura de la guerra por parte de ATC y la BBC es pasaje particularmente interesante de un libro que los tiene en abundancia.
La impronta del canal durante el alfonsinismo contribuyó a que el locutor y animador Sergio Velasco Ferrero denunciara la avanzada mediática de una supuesta "patota cultural", que dejaba a la televisión de entretenimiento confinada al canal 9 de Romay. Mientras que el tono del 7 podía emitir programas como "Cable a Tierra", el zar insistía con viejos clásicos reciclados, o ponía en pantalla imágenes que no dejaban de parecer metáforas tristes de una época, como la cabina de los australes de "Finalísima del Humor". Lógicamente, la llegada del menemismo subsumió al 7 en el temor a la privatización. Bajo la administración Sofovich, hasta el nombre del canal se metamorfoseó en un slogan que daba cuenta del espíritu de la época: Ahora También Competimos. Fue también en la pantalla del 7 donde cobró vida el personaje de Flora, la empleada pública epítome de la ineficiencia y la dejadez, que representaba
Gasalla en un contexto que propiciaba el cual, como señaló un ministro en un furcio insuperable, nada de lo que debía ser estatal permanecería en manos del Estado. Fue el personal tantas veces vituperado del canal uno de los actores principales para evitar que aquello suceda.

Schejtman señalaba las tensiones y contradicciones del momento kirchnerista del canal, en realidad dos bien diferenciados. En el primero, que se extendió hasta 2008, Alberto Fernández incluso llegó a jactarse de la ausencia de programas políticos en el canal, cosa que, por otra parte, no era cierta. El segundo, que se inicia a partir del conflicto de 2008 como consecuencia de la disputa originada en la resolución 125, fue el que inauguró una etapa más enfáticamente oficialista en la entonces denominada Televisión Pública. Un año después 678 comenzó a convertirse en una suerte de nave insignia para un canal que se abroqueló en la defensa a ultranza del gobierno de Cristina Fernández de Kirchner. El programa producido por la factoría PPT, al cual Schejtman dedicó un capítulo entero, no dejaba dudas respecto del modo en que durante el periodo se resolvió la tensión entre lo público y lo estatal.

Canal 7, la Televisión Pública o, como gusta enunciarse desde ciertas posiciones más cercanas a la sensibilidad nacional-popular, el "canal de bandera", tiene todavía mucho para dar. Por un lado, ha sido a lo largo del tiempo y en administraciones de signo diverso el espacio para la producción de contenidos que no pueden encontrarse en otras señales. Según la década en que nos situemos, podemos encontrar allí a Jorge Romero Brest hablando de arte latinoamericano y mundial en pleno segundo gobierno peronista, a Rómulo Berruti y Carlos Morelli reponiendo cine vedado durante la dictadura en el "Función Privada" del retorno democrático, a Caloi en pleno menemismo exhibiendo cortos de animación de Europa del este sobre el fondo hipnótico de la Penguin Cafe Orchestra, o, ya durante el kirchnerismo, a Ricardo Piglia en un ciclo sobre Borges coproducido con la Biblioteca Nacional. Otro
diferencial respecto de los privados es que el canal que podía verse "en todo el país", como rezaba uno de sus eslogans (aunque en la práctica era bastante más complejo), buscó más de una vez hacer gala de federalismo, aunque es cierto que, a menudo, los modos en que se expresaba esa vocación eran las de un federalismo casi siempre enunciado, interpretado y producido desde Buenos Aires. En todo caso algo para mejorar, pero algo al fin.
Consultada acerca de la experiencia de escribir una historia del canal en tiempos en que el vórtice simplificador de la grieta se empeña en querer impregnar cada debate, la autora dice: "no me resultó difícil abstraerme de la grieta al momento de investigar y escribir porque uno de los intereses que me llevaron a meterme con el canal es que es de esos temas ‘nunca resueltos’ de la Argentina, que últimamente ocupan mi pensamiento y el de muchas otras personas que conozco. Desde que consumo medios veo las mismas preguntas sobre el canal una y otra vez (¿para qué sirve? ¿Es gubernamental, estatal o público?). Entonces me paré ahí, en el lugar de investigar una institución pública argentina que no termina de concretar su servicio público y sobre la que no hay consensos". En la vocación por desentrañar el secreto de esas preguntas que parecen repetirse una y otra vez sin terminar nunca de resolverse se cifra uno de los valores centrales de "Pantalla Partida". Esas preguntas sobre lo irresuelto que retorna que valen para pensar la historia del canal, pero también la de la Argentina.

 

 

Publicado originalmente en la revista Panamá (https://panamarevista.com/una-historia-de-canal-7-a-proposito-de-pantalla-partida/)