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Una selección exclusiva de textos

Cuatro destinos desde cuatro miradas

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Una selección exclusiva de textos | ANDREAS KRUCK

Una noche invernal en París, por Victoria Montemayor Galicia

La noche era clara, sin bruma, no tan fría para ser invierno en París. El cielo en azul marino refulgía de estrellas. Ese día mi amiga Ceci y yo habíamos recorrido el museo de Picasso y Delacroix. Habíamos comido pastelitos de manzana con cereza, habíamos surcado calles angostas y empedradas en la Ille de la Cité que invariablemente nos llevaban a la rue du Cloitre Nôtre Dame, y asombradas como niñas que descubren un tesoro, nos habíamos maravillado de la majestuosidad de la Catedral a un costado del Sena. Fuimos a un carrito de baguettes, pedimos dos de tres quesos en nuestro pésimo francés, y fuimos a sentamos en una banca en la plazuela frente a Nôtre Dame para admirar el crepúsculo, la magnificente construcción y el colorido rosetón. A la distancia, los inexpresivos apóstoles de piedra nos observaban y las inocentes gárgolas parecían querer asustarnos.

Habíamos llegado a París en una fría y nublada mañana del 30 de enero del milenio que comenzaba. Aquel año la Torre Eiffel centelleaba con la cifra luminosa en medio de la noche. Cruzábamos el campo Marte, y yo caminaba maravillada y alegre por debajo de la Torre. Íbamos rápidamente mi padre, su mujer, una amiga franco-chihuahuense y yo. Aquella noche era 5 de febrero y había una recepción en la Embajada de México para festejar, y tuvimos la suerte de comer antojitos mexicanos, beber tequila, vino tinto y champagne. La noche tenía su propia alegría. Mi amiga y yo no dejábamos de observar la Torre desde el ventanal, los mariachis cantaban, las risas y el murmullo de franceses y mexicanos llegaba hasta nuestros oídos. De repente, mi padre se acercó y nos dijo: “¿Ya vieron quién está ahí?” Ceci y yo volteamos la cabeza, y en medio de unos trajeados caballeros, sentada en una silla de terciopelo rojo se encontraba ella, La Doña. Vestida primorosamente de terciopelo negro, su cabello largo, su suéter de cuello alto, su maquillaje, su lunar, su ceja, sus perlas, sus anillos, la elegancia y el porte con el que todos la recordamos. Nos miraba desde lejos sabiéndose importante, sabiendo que era ya una leyenda, un ícono, un ornamento en aquella cena.

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París (FOTO RAFAEL KELLERMAN)

La cena terminó y nos dirigimos al estacionamiento para pedir el carro. María estaba abajo con su abrigo de piel, sus guantes negros y sus joyas. El chófer vestido de gris (o ¿era azul?) la esperaba ya para ayudarla a subir a su Roll Royce ─¿azul o gris?─. Mi padre y la tía Águeda nos dijeron: “Díganle adiós”. Y entonces movimos las manos como si fuera un breve homenaje a aquel personaje que era una leyenda en sí misma. María volteó y con un rostro infantil y su maravillosa sonrisa nos decía adiós.

Publicado originalmente en Tres de Leila

 

Nunca hubiera sido lo mismo sin tí, por Paulina Ovando Collado

Viajar con alguien es la disposición entera de ser leído como un libro. Me gusta la intimidad que se genera a cada paso en lugares desconocidos. Todas las aventuras son como portales en nuestra experiencia con el otro: subir a un taxi sin conocer siquiera la dirección de nuestro destino y reír a carcajadas, los secretos que necesitan un cómplice salen a la luz bajo el sopor de noches calurosas y vino: las historias que queremos que nunca sean contadas, se convierten en confesiones que nadan entre risas y llanto.

Estamos hechos de claroscuros. Al descubrir un nuevo café, de pronto, como en un estallido, nuestros demonios, esos que están siempre contenidos en casa, le explotan en la cara al otro y la complicidad crece.  ¿Quién si no nosotras para desayunar a orillas del río Sena? mejor bienvenida a París no pudimos tener entre tartines y café para reponernos del viaje en tren.

Nuestro mutuo entendimiento se abraza mientras nos mecemos en las hamacas en tardes calurosas, en donde nuestra mayor responsabilidad es vivir el presente.

Nos reconocemos cuando nuestros cuerpos expiden los mismos olores, ¿acaso es nuestro humor lo que nos hace iguales?

Pactos silenciosos mientras constatamos la fuerza o la locura de ese Otro: sólo tú caminaste durante horas con un pie roto por las calles de la Habana y la Gran Manzana; después en el silencio de la noche aliviaste todo el dolor con hielos en la tina del hotel.

Es en la mirada de nuestros acompañantes en donde suceden los milagros del alma y no en esas tierras que no nos pertenecen aunque las hayamos pisado antes. Aunque a veces esos milagros se materializan y las cortinas se abren para poder ver el mar. Son esos instantes en donde nos descubrimos y nuestro amor crece. Me emociona por fin haber llegado a esos páramos idealizados. Y en cambio, todos estos vastos universos que son ellas, y que soy yo misma, significan mucho más que el Coliseo en soledad.

Publicado originalmente en Tres de Leila 

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(FOTO DOROTHEA OLDANI)

 

El Brunch, por Fátima Jaoui

Sábado, fuimos a comprar todo lo que necesitábamos para el brunch del domingo. El mismo día nuestra madre se fue a Marruecos y un aire de libertad sopló en la casa. Este brunch lo hicimos en el salón, une territorio sagrado para ella. Cocinamos toda la mañana del domingo como si fuera un restaurante para celebrar el cumpleaños de la amiga de mi hermana. 

Cocinamos y adornamos el salón con mucho cuidado para no ensuciar este templo que mi madre protege como si su vida dependiera  de la limpieza de este cuarto. Contamos chistes sobre lo que hubiera dicho al vernos aquí, en su hermoso salón.

Desde pequeña mi madre nunca le gustó que entráramos en esta sala que atesora como su vida.
Tiene tan desarrollada su memoria que cualquier mínimo cambio en el salón lo nota. Cada mañana hace una inspección dentro de la sala y pregunta “¿Quién hizo esto?” o “¿Quién comió aquí?”

Mis hermanos y yo hacemos chistes para saber por qué tanta pasión para este salón. Quizás esperaba la visita del rey de Marruecos o quizás, la visita inesperada de alguien y así mi madre, con su salón perfecto haría hacer notar la limpieza y el orden de este su salón.

Pasamos el día entero de brunch con los reflejos de los objetos que lo adornan viéndonos festejar. En este mismo salón nuestra madre ha sido generosa con su hospitalidad con  sus amigos, familiares, hijos y a extranjeros intachables. Y esto también lo heredamos de ella.

Publicado originalmente en Tres de Leila

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(FOTO FLORIAN WEHDE)

 

Mercury, por Alba Miranda

De los correos que se perdieron, a las llamadas que no llegan, tenemos las puertas con llaves ausentes, vuelos que se adelantan y, por lo tanto, se pierden.

Por experiencia propia de muchos años, sé que cuando aquel planeta está a punto de entrar en modo retro, a mí me afecta más el antes y el después. Así que cada vez que mis astrólogas y astrólogos de cabecera avisan que ahí viene y que tenemos que caminar con cuidado, yo lo dejo pasar a mi departamento y lo imagino sentado en mi sala, ocupando el sillón más amplio y cómodo.

Hay días que le sirvo un expresso en mis tazas más bonitas, y otros cuando lo veo con mi mirada de ¿neta? pasando por un elegante seriously? hasta llegar a niveles extremos de no pi*** ma***.

Una vez que pasó el trago amargo, procedo a pensar que no estuvo tan mal la ausencia de la llave porque dormí más cómoda o la pérdida del vuelo me permitió comer tranquila, pero, aun así, ¡qué ganas caray!

Si es real o no, no lo sé y no planeo averiguarlo, solo sé que se da la casualidad que en días así pasan cosas que es más fácil atribuirlo a ese Voldemort que nos acecha, pero también es una etapa que se desbloquean correos que esperabas desde hace varias fases en retrogradación o sorpresas como boletos para un concierto y un vestido ladylike de esos que hace muchos años quería.

Sea lo que sea, revisar todo, dos o tres veces, no está por demás.

Publicado originalmente en Tres de Leila