TURISMO
China

El Templo de los Lamas, una joya budista que resiste al tiempo

En pleno centro de Beijing, el histórico monasterio del budismo tibetano es símbolo de la diversidad religiosa en el país.

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Miles de chinos adoran cada semana a Buda en el Templo de los Lamas. | F. F. B.

Desde Beijing

En pleno centro de Beijing, un templo con más de tres siglos de historia resiste al paso del tiempo como uno de los sitios de culto favoritos de cientos de miles de chinos que no pertenecen a la mayoría atea de este país. El Templo Yonghe, o Palacio de la Paz y Armonía, o simplemente Templo de los Lamas, es el monasterio budista tibetano más importante fuera del propio Tíbet.

El aprecio y cuidado de las autoridades chinas hacia el Templo contrasta con la pésima relación que el gobierno de Xi Jinping mantiene con Tenzin Gyatso, el actual dalái lama, máximo dirigente político y religioso del Tíbet. Es que, según explican los guías turísticos en Yonghe, “el problema no es con el budismo tibetano sino con este dalái lama en particular, porque él apoya la causa independentista en el Tíbet”. Afirman que los preceptos de la milenaria religión no tienen nada que ver con el perfil político de Tenzin, quien de hecho es considerado como un enemigo de la nación y cuyo nombre está prohibido en la prensa oficial.

En cualquier caso, el Templo de los Lamas es hoy uno de los mayores símbolos de la diversidad cultural en la capital china. Su construcción comenzó en 1694 durante la dinastía Qing y originalmente fue concebido como la residencia del príncipe Yong, cuarto hijo del emperador Kangxi. Luego de que el heredero accediera al trono, la mitad del complejo se destinó a una lamasería, es decir, a un monasterio para monjes budistas tibetanos.

Poco después de la muerte del emperador, en 1735, el Templo comenzó a servir exclusivamente como residencia de monjes provenientes de Mongolia y el Tibet, y Yonghe se convirtió en el principal centro de la administración lama.

Luego del triunfo de la revolución de Mao Zedong en 1949, el Templo de los Lamas fue declarado monumento nacional y permaneció cerrado durante más de tres décadas. Así y todo, logró sobrevivir a la campaña antireligiosa emprendida por el Partido Comunista durante la etapa de la Revolución Cultural, y reabrió sus puertas al público en 1981, tras el inicio de la llamada era de la “reforma y apertura” en China.

Las reglas para los visitantes son estrictas y por el Templo circulan monjes que velan por su cumplimiento. Está prohibido tomar fotos en los interiores de la galería. Se pide silencio para los devotos que se acercan a orar. No se puede señalar las esculturas con el dedo índice ya que se considera una falta de respeto. No se debe pisar los umbrales de las edificaciones porque simbolizan la espalda sagrada de Buda. De las tres puertas que hay en cada sala, hay que utilizar la izquierda para entrar y la derecha para salir. La del centro está reservada para los lamas.

Frente a las esculturas y estatuas de los budas, los fieles hacen fila para prosternarse y quemar incienso como ofrenda. Hay, también, dádivas en dinero. Por cierto, generosas en estos días, ya que un par de semanas atrás se realizó en China el gaokao, el examen de ingreso universitario más exigente del mundo, para el que muchas familias apelan a la ayuda divina de Buda.

Una de las principales atracciones del Templo de los Lamas es el Salón de la Felicidad Infinita, el último en el recorrido, donde hay una estatua de Buda de 18 metros de altura (y ocho más bajo tierra) que fue tallada en una sola pieza de madera de sándalo blanco. Fue un regalo del séptimo dalai lama al emperador Qianlong y su traslado del Tíbet a Beijing requirió tres años. Esa misma sala alberga otras diez mil pequeñas esculturas budistas.