Era un estreno anunciado y esperado, sin dudas condenado al éxito. Y lo es. Matilda, el musical es una propuesta para toda la familia llena de alegría, color, canciones que motivan y que incluso provoca la participación del público en uno de sus cuadros más icónicos. También es el resultado de grandes interpretaciones, mucho trabajo y el descubrimiento de facetas poco conocidas de algunos talentos locales. Vayamos por parte.
La obra está basada en la recordada película protagonizada por Mara Wilson en el ’96, versión de la historia homónima de Roald Dahl que, de por sí, tiene una combinación de la maldad más absoluta con la bondad y la dulzura que se le oponen.
Y la principal víctima (aunque no la única) es una nena inteligente que termina descubriendo un gran poder en su interior. Alrededor están dos padres egoístas que no la quieren y la mandan a una escuela con gran disciplina. Aquí hará amigos y aliados y conocerá a dos figuras que se vuelven fundamentales en su historia, la Señorita Miel (encarnada por la dulce Laurita Fernández) y la directora Tronchatoro, las dos facciones opuestas de la trama.
Entonces durante las más de dos horas que dura la energética puesta veremos a la nena buscar refugio en la lectura, en la biblioteca y en las historias que inventa; también a una mujer cruel que castiga a los alumnos que tiene a su cargo ante la resistencia de una de las maestras del colegio. Y a una familia acomodaticia que aporta los momentos más risueños de la obra. Todo compaginado a través de las canciones compuestas Tim Minchin que nos ponen en situación y enganchan al espectador irremediablemente.
Grandes descubrimientos
Sin dudas el trabajo que se hizo con el equipo infantil desde el año pasado rindió sus frutos pues hay tres equipos de chicos listos para encarnar los personajes de esta historia y lo hacen con compromiso, alegría y una gran soltura. Se llevan todos los aplausos y el cariño del espectador pues regalan los momentos más alegres de la función. También en el ensamble y los personajes secundarios están resueltos con soltura.
Pero hay tres intérpretes adultos a los que me pasaría horas aplaudiéndolos por sus grandes performances: Agustín Aristarán, José María Listorti y Fernanda Metilli. Es verdad que, al encarnar a los personajes más exóticos de Matilda, se les permite jugar y convertirlos casi en cartoon, pero también es cierto que cada uno sabe sacarle lo más risueño en gestos y movimientos. Pero escucharlos además cantar, porque cada uno tiene SU cuadro, es maravilloso, una verdadera fiesta.
Listorti es el padre de Matilda, acomodaticio, tránsfuga de poca monta, un poco tonto. Está tan bien el rol que ya ni me acuerdo del Danny De Vito de la película y para las generaciones jóvenes él será a partir de ahora Mr Wormwood, tal la apropiación y desarrollo que hizo del personaje. Fer Metilli está irreconocible, disparatada, alocada y deliciosa en sus momentos de bailarina. Se metió a todos en el bolsillo y con justeza porque realiza un excelente trabajo.
Y por último la mejor caracterización de la obra, que tradicionalmente encarna un hombre, la Tronchatoro de Aristarán que tanto trabajo previo tiene. El salta, canta, baila, cambia los tonos en la misma oración y se hace odiar con sus actitudes, merece una ovación de pie en cada representación. Se nota que se siente cómodo en el personaje, que ya lo quiere y lo defiende, y también se valora que haya salido de su espacio confortable (sus unipersonales son un éxito detrás de otro) para aceptar el reto de encarnar a la mala más mala y lograr que lo queremos más por esto.
Un equipo de oro
Pero esta apuesta nunca hubiera llegado a esta feliz representación si no fuera por un gran equipo que está detrás y que viene trabajando desde hace meses para llegar holgadamente a cumplir con las ocho semanas de representaciones anunciadas (ojalá fueran más así todos tienen la oportunidad de verla): con Ariel del Mastro a la cabeza como gran maestro de ceremonias pendiente de cada detalle y de hacer que este mecanismo de relojería funcione a tiempo. Secundado por Marcelo Caballero, que participó de la puesta en escena e hizo la valiosa tarea de dirigir a los actores, una mano se nota en las interpretaciones. También la dirección vocal de Sebastián Mazzoni se nota en los cuadros musicales del mismo modo que se destacan la cómoda escenografía de Jorge Ferrari (que intervino el teatro más allá del escenario), el exótico vestuario de Alejandra Robotti, las coreografías de Analía González y Rosario Asencio, y la creatividad de Germán Pérez para caracterizar a Tronchatoro. Ellos son apenas los nombres principales de un grupo enorme de hombres y mujeres que se pusieron al servicio de esta divertida propuesta para toda la familia que logró reunir a cuatro de las principales productoras artísticas del país: MP, Ozono, Broadway y Carlos y Tomás Rottemberg, dispuestos a apostar por la calidad y merecer tantos aplausos como los intérpretes.
Sólo hará falta mejorar el sonido para que se pueda entender exactamente qué dicen las canciones, falencia que se notó en diferentes sectores del Teatro Opera. El público sale de la sala con una sonrisa, contento de haber disfrutado de un producto de calidad en el que triunfa la bondad.
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