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Día del migrante

Desgarradores testimonios de migrantes que llegan a México y escapan del horror

Médicos Sin Fronteras comparte las voces de personas provenientes de Guatemala, El Salvador y Honduras, que escapa de extorsiones, violencia sexual, tortura y ejecuciones.

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Mayelli, 24 años, Honduras: "Tenía dos años cuando mataron a mi mamá. Me adoptaron unos parientes, pero abusaban de mí. Me violaron varias veces. Cuando estaba más joven me empecé a juntar con las maras. Así fue como conocí a mi esposo" | Gentileza Médicos Sin Fronteras

Se estima que son alrededor de 500.000 las personas que cruzan a México cada año. Huyen del denominado Triángulo Norte de Centroamérica -Guatemala, El Salvador, Honduras- una de las regiones más violentas del mundo para ir al país del norte. Médicos Sin Fronteras, que lleva trabajando con migrantes en México desde 2012, ofrece servicios médicos básicos y de salud mental, en diferentes albergues en la ruta.

Los equipos de MSF han podido documentar un patrón de desplazamiento violento, persecución, violencia sexual y repatriación forzada entre ellos. Si hablamos de números, no estamos lejos de lo que se podría esperar en un conflicto clásico en cuanto a heridos en una violencia que se inicia en el país de origen y que fuerza a la gente a huir y que luego se replica en el camino mexicano, en el que los emigrantes afrontan abducciones, extorsiones, violencia sexual, tortura y ejecuciones. Son víctimas perfectas de redes criminales, que en muchas ocasiones actúan con la complicidad de las autoridades nacionales.

A continuación, una serie de testimonios de migrantes que se encuentran parando en distintos albergues de México, donde está trabajando el equipo de MSF. La mayoría de los entrevistados provienen de Honduras.

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Tenosique. En Tenosique, en el sur de México, cerca de la frontera con Guatemala, se encuentra La 72, un albergue para migrantes y refugiados. En su ruta hacia el norte, los albergues como el de Tenosique son oasis en los que descansar y recuperar fuerzas, lograr un rato en un ordenador o un teléfono para hablar con sus familias, encontrar información útil. El albergue está cerca de las vías de un tren, conocido como La Bestia, que los que no tienen dinero utilizan para llegar a Ciudad de México o Monterrey, o donde haya un familiar, un amigo, un puesto de trabajo. Para los que se dirigen a los Estados Unidos, los puede dejar más cerca de la frontera.

Coatzacoalcos. En la Casa del Migrante y a pie de vía, en Coatzacoalcos, Veracruz, un equipo de MSF asegura asistencia médica y atención en salud mental a cientos de migrantes y refugiados que a diario arriban a esta ciudad conocida como un lugar de paso donde los viajeros suelen tomar un descanso antes de continuar su viaje a bordo de la Bestia.

Estos son algunos de los relatos que los equipos recogen cada día:

Doris, 48 años, Honduras: “Hoy llegué a Coatzacoalcos, me vine en bus. Estoy esperando en el albergue a mi familia que viene en el tren. En Honduras las maras están pesadas, lo amenazan a uno, por eso nos tuvimos que venir. Allá nos pican, nos echan en bolsas negras y nos botan como si fuéramos animales. Golpearon a uno de mis hijos. Él se tuvo que quedar allá porque su esposa está embarazada. En el camino nos vienen extorsionando, como no somos de aquí nos piden dinero para todo, nos quitan lo poco que traemos. Cuando venía para acá me quitaron mi dinero. Me dijeron que en San Luis Potosí puedo encontrar trabajo. Quiero juntar dinero y ver si me puedo ir a Estados Unidos. Me siento cansada y tengo miedo que me deporten”.

Ángel viaja con su niño de tres años desde Honduras. Foto: Gentileza Médicos Sin Fronteras
Ángel viaja con su niño de tres años desde Honduras. Foto: Gentileza Médicos Sin Fronteras

Ángel, 27 años, quien viaja con su niño de tres años desde Honduras. "Allá hay mucha delincuencia. A los niños les dan armas. Él es muy listo y las maras se aprovechan de eso. Si ven a niños que les pueden servir, vienen y te los quitan. Llevamos dos semanas caminando desde la frontera. En México ha sido difícil, te quitan el dinero. Ayer agarramos el tren, llovió mucho y pasamos frío, pero tenemos que aguantar. El niño se enfermó, tiene dos días con fiebre, vómito y gripe. Quiero una vida normal para él. Espero poder quedarme en México, conseguir trabajo y después irme a Estados Unidos”.

Esly, 26 años, Honduras: “Gracias a Dios todavía no nos pasado nada. En Honduras hay mucha delincuencia y no nos dejaban en paz. Nos amenazaron y tuvimos que salir. Agarramos el tren con el niño y nos venimos en familia para cuidarnos entre nosotros porque sabemos que es peligroso”.

José Alberto, 38 años, Honduras: “Me vine porque estaba amenazado por las pandillas. No hay empleo y está muy pesada la corrupción. Mataron a tres de mis hermanos. Mi hermana está pidiendo asilo con sus hijos. También están amenazados. Tengo una esposa y tres hijos. Se quedaron allá. Cuando me fui, me fui llorando. Mi plan es llegar a Estados Unidos, depende de cómo nos trate el camino. Esta no es la primera vez que lo intento. Hace cuatro años intenté cruzar, pero me secuestraron en el norte de México. Estuve encerrado siete días hasta que logré escapar y pedir ayuda. Me llevaron por unos túneles. Me tenían sin comer, ni beber nada. Pidieron un rescate a mi familia, mi hermano consiguió el dinero, les pagó pero no me soltaron. Tengo miedo ahora que voy para arriba. Me robaron al inicio del viaje. Me gustaría juntar dinero y regresar por mi familia, poner un negocio y que mis hijos sigan estudiando”.

José Alberto, 38 años, Honduras: "Me vine porque estaba amenazado por las pandillas". Foto: Gentileza Médicos Sin Fronteras
José Alberto, 38 años, Honduras: "Me vine porque estaba amenazado por las pandillas". Foto: Gentileza Médicos Sin Fronteras

Mayelli, 24 años, Honduras: “Tenía dos años cuando mataron a mi mamá. Me adoptaron unos parientes, pero abusaban de mí. Me violaron varias veces. Cuando estaba más joven me empecé a juntar con las maras. Así fue como conocí a mi esposo. Tuve a mi hijo con él y empecé un negocio. Soy comerciante, me la he sabido jugar sola con lo poco que he tenido. Con el negocio mantenía mi casa hasta que un día, mi esposo se llevó todo lo que pudo. Lo denuncié, pero él me amenazó. Me quiso matar. Estaba muy deprimida, me quise suicidar. Un día me levanté, agarré mis cosas y me vine con 82 dólares en la bolsa. Quiero conseguir trabajo en Estados Unidos”.

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Centro de Atención Integral (Ciudad de México) . Entre los miles de centroamericanos que buscan la protección que no encuentran en sus fronteras se encuentran aquellos perseguidos por su orientación sexual, por ser considerados “diferentes”. En México, la persecución continúa. “Abandoné El Salvador con muchos sueños. Dejé a mi abuela, mis amigos y mi familia. Quería llegar a México y encontrar un trabajo. Tener una vida mejor, sin discriminación ni odio. No me importó lo que me pudiera pasar, pero nunca imaginé que iba a sufrir tanto. Llegué a México sin apenas dinero y una persona me ofreció ayuda. Lo que hizo fue venderme a una red de trata de personas. En Chiapas me tuvieron encerrada, solo me daban agua, gelatina o un yogur para no engordar porque tenía que estar delgada para los clientes. Me obligaron a estar por lo menos con cuarenta hombres. Tuve que salir de mi país por la discriminación y por la violencia y que me pasara esto aquí fue muy duro. Pero iba a ser peor: me trajeron para la Ciudad de México y me encerraron por tres meses. Me escupían, me golpeaban, abusaban de mí. Me tenían desnuda y amarrada. Vi morir a muchas personas ahí donde estaba. Éramos cubanas, hondureñas, salvadoreñas, guatemaltecas. Un día me golpearon tanto que intenté cortarme las venas. Me llevaron al hospital para que me suturaran. Logré escapar. En la calle pedí auxilio a unos policías. En la comisaría me dijeron que no me podían ayudar. Me sentía muy sola y desprotegida, no tenía dinero. Estuve en instituciones de ayuda al migrante hasta que me trajeron a MSF. En este centro recibí ayuda médica, psicológica y asesoría legal. Al principio quería morirme. Me lesionaba cada vez que recordaba. Estaba enojada con la vida. Me ayudaron mucho aquí, sin ellos no lo hubiera logrado. Sigo en la ciudad, mi vida corre riesgo todavía, pero ahora todavía tengo ganas de vivir”.

Doris, 48 años, se fue de Honduras por las maras y ahora está en México esperando que llegue su familia. Foto: Gentileza Médicos Sin Fronteras
Doris, 48 años, se fue de Honduras por las maras y ahora está en México esperando que llegue su familia. Foto: Gentileza Médicos Sin Fronteras

Nuevo Laredo. “Traía el pie lastimado cuando me subí al tren. Estaba de camino a Nuevo Laredo, muy cerca de la frontera norte, cuando me secuestraron. Le pidieron a mi familia 15 mil dólares para liberarme. Como mi familia no tenía dinero me metieron a una bodega. Estuve un mes ahí hasta que logré escapar. Mi pie estaba muy inflamado y negro. Fui a un hospital público, pero no me quisieron atender, no sé si fue por ser hondureño o porque no tenía dinero. A los vigilantes del hospital les pregunté si podía denunciar lo que pasó con la policía y me dijeron que no, que si denuncias te suben a una patrulla, llaman a los malos y no se te vuelve a ver. Ya no confío en nadie, salvo en las muchachas del chaleco blanco de Médicos Sin Fronteras. Afortunadamente me atendieron y me salvaron la pierna”, dice un inmigrante hondureño.

El Salvador. “El día que mataron a mi hijo me arrancaron el alma”, se lamenta Lucila, una mujer de 56 años de edad, del departamento de San Salvador, vendedora de frutas y verduras, a la que la pandilla Barrio 18 Sureños le asesinó a su hijo menor por no querer pertenecer a ella; Lucila se convirtió en una estadística más de desplazados forzados a raíz de la violencia. En Médicos Sin Fronteras recién hemos iniciado labores con migrantes retornados y desplazados forzados. Actualmente estamos dando asistencia médica y acompañamiento psicológico en una casa de refugio en San Salvador y allí conocimos a Lucila dos días después de haber llegado así como llegan todos, con una sola prenda de vestir, sólo con la camisa y falda puestos, con miedo y sin esperanzas. Ella presenta un cuadro crónico de depresión, “ya no deseo vivir”, dice, “les propuse a mis otros hijos que nos tomáramos un veneno después del entierro1 de mi hijo para no sufrir más este dolor, aquí (en casa de refugio) me siento como en una cárcel”, expresa llorando en consulta. “Las pandillas acosaban a mi hijo para que se metiera a andar con ellos, la delincuencia en este país es una lepra”. Son muchos los jóvenes que son acosados por las pandillas diariamente para reclutarlos y ser colaboradores. “Un día mi hijo me dijo: ‘mamá me voy a ir para la calle antes de que aquí hagan una masacre con toda la familia’”, dice Lucila que esas fueron las palabras de Juan, que prefería mejor que lo mataran sólo él y no a toda su familia, ya habían recibido amenazas. “El 12 de octubre (de este año) la pandilla mató a mi hijo, él tenía 22 años de edad, lo busqué por todos lados, en los pasajes, en el monte2, en la calle, hasta en las cunetas lo salí a buscar, lo encontré en un lugar boscoso de la colonia, estrangulado”. “ Tres días después del entierro agarran a mi otro hijo, nuevamente los muchachos (término eufemístico para referirse a miembros de las maras), me lo quisieron matar ahorcado, ya estaba colgado, suerte que pasó la policía y salieron huyendo, mi hijo como pudo se agarró del lazo y no permitió asfixiarse, salió corriendo asustado hasta la casa, ‘mamá me quisieron matar’, me decía todo agitado, en ese mismo momento hemos salido de la casa con la policía sin nada, y aquí estoy”.