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Donald Trump está más cerca de Mussolini que de Perón

El presidente de Estados Unidos ha sido descripto como “un populista latinoamericano”. Para el autor, especialista en historia social argentina, las similitudes son más de estilo que de fondo.

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Parecidos y diferentes. El punto de partida es el cuestionamiento a la política tradicional. Tanto Donald Trump como Juan Perón, Hugo Chávez o Rafael Correa son líderes con un cuestionamiento al sistema clásico de representación. Sin embargo, para el autor, su sustento ideológico difiere en cuanto a objetivos. | JT
La sorpresiva victoria de Donald Trump en noviembre puso a los académicos y a los periodistas a buscar explicaciones de cómo pudo suceder y por qué. En muchos casos, recurrieron al populismo latinoamericano para analizar el fenómeno. El movimiento que llevó a Trump a la Casa Blanca tiene en efecto alguna semejanza con el populismo en América Latina, pero también algunas diferencias importantes, especialmente con el caso paradigmático de ese populismo, el peronismo. Para trazar comparaciones tenemos que considerar la llegada al poder y los primeros pasos de su presidencia, dado que aún no está muy claro cómo será vivir en los Estados Unidos de Trump aunque, al menos desde la perspectiva de quien esto escribe, probablemente será muy desagradable para la mayoría de los habitantes de este país.

Carisma. El paralelo más impactante entre Trump y el populismo latinoamericano es el uso de su carisma para fabricar su propia popularidad, para crear un movimiento popular que asombró a los observadores de todo tipo por su habilidad para ganar apoyos a pesar de ubicarse fuera de los canales normales. Periodistas, comentaristas, intelectuales y el sentido común indicaban que no podía ganar (me incluyo en esta lista, por supuesto). Mucha gente sólo consideraba que no era otra cosa que alguien carismático y lo veía como incoherente, vulgar e incapaz de hablar de una manera articulada. Sin embargo, una gran cantidad de norteamericanos lo adoran y creen todo lo que dice, a pesar de que la prensa ha demostrado una y otra vez que inventa los hechos y parece creer en sus mentiras.

Trump fue capaz de crear un movimiento por fuera de las estructuras normales de la política de Estados Unidos y que se centra exclusivamente en él. Es difícil imaginarlo cediéndole su función a otra persona. Se ha convertido en una figura excepcional para muchas personas; alguien que puede decir y hacer cualquier cosa y aun así ser adorado por sus seguidores. Después de todo, fue capaz de sobrevivir a un video en el que se ufanaba de manosear mujeres. Ha centrado su poder en su figura y sólo tiene un pequeño círculo de asesores a los que parece escuchar, entre los que figuran su hija y su yerno. Reacciona con furia a cualquier crítica y claramente ha exacerbado la tendencia creciente en la política norteamericana a considerar que si uno no apoya a alguien es su enemigo. Describió a los medios como los “enemigos del pueblo norteamericano”.

En muchos casos, este estilo no es muy diferente al argentino y al que caracterizó al primer peronismo. Perón fue capaz de construir un movimiento en torno a su personalidad exuberante y su capacidad discursiva. Sin embargo, la popularidad de Perón se cimentó en parte sobre cosas concretas: lo que hizo por los trabajadores y sus sindicatos, que mejoró sus vidas y que ellos vieron como conquistas debidas a Perón. Se dirigió a ellos y sus necesidades como nunca se había hecho desde una posición de poder. De todas formas, para la mayoría de la elite política tradicional argentina en 1946 era inconcebible que Perón hubiera ganado las elecciones. No era elegible y no era respetable (vivía abiertamente con una mujer con la que no estaba casado), entre otras cosas. Más allá de las deficiencias que Perón pudiera o no haber tenido, ciertamente estaba lejos de ser incoherente, aunque a muchos no les gustara lo que decía, el estilo de sus campañas y las causas que defendía. Perón era claramente una figura carismática adorada por muchos, que le dedicaron una lealtad mayor que a instituciones como los partidos o los sindicatos. Una vez electo, Perón también centralizó el poder en sí mismo y marginalizó a figuras de su movimiento que tenían sus propias bases de apoyo. También cultivó una retórica según la cual si uno no lo apoyaba no era un buen argentino (el radicalismo había utilizado buena parte de esta retórica con Yrigoyen y no fueron ellos quienes inventaron este tipo de discurso en la Argentina). Perón también vio claramente a la prensa opositora como una fuerza de oposición y avanzó sobre gran parte de ella; el caso más famoso es el del diario La Prensa.

Hay grandes diferencias en la forma en que Trump y Perón utilizaron su carisma en las etapas iniciales de sus movimientos. Perón necesitaba crear un aparato político y utilizó una serie de grupos políticos ad hoc para ganar las elecciones de 1946. Aun después de crear un partido político, éste fue siempre un reflejo personal de su líder. Trump, en cambio, ganó el apoyo de uno de los partidos dominantes de Estados Unidos, los republicanos. Pero se apropió del partido como un outsider gracias a su habilidad para obtener el apoyo popular, a pesar de que a la mayoría de los líderes partidarios tradicionales no les gustaba y no confiaban en él. Todo parece indicar que sólo lo apoyaron para llegar al poder. Sus metas declaradas durante la campaña diferían de las políticas tradicionales de laissez-faire del partido. Uno puede suponer que muchos de los líderes tradicionales pensaron que al final iban a poder hacerlo ceder a sus deseos. Esto puede hacer una diferencia si se ve a Trump como una carga o una desventaja para el partido. Los líderes del partido republicano pueden volverse en su contra –y tal vez lo hagan– dado que muchos no le deben sus victorias electorales a él y podrían tener cierto margen de maniobra en ese sentido. Sin embargo, hasta ahora han dado pocas muestras de tener el carácter y la capacidad para desafiar a Trump en algún tema.

Otra gran similitud de Trump con el populismo latinoamericano es su apelación al nacionalismo, que puede verse ya desde su consigna de campaña: “Make America Great Again” (devolverle la grandeza a Estados Unidos). También impulsó la idea de America first (Estados Unidos primero), una consigna que había sido utilizada por los aislacionistas norteamericanos en los 30, defiende la idea de que Estados Unidos no necesita a otros países y promueve políticas proteccionistas y sostiene que esos países se aprovecharon de Estados Unidos. Defiende que el país puede y debe plantarse solo ante el mundo, sin aliados, y que los tratados comerciales no han hecho más que perjudicarlo. Podemos ver que Perón utilizó una retórica más o menos parecida y que promovió la famosa tercera posición, ni capitalismo ni comunismo, en una época de tensiones crecientes entre Washington y Moscú. Argentina, decía Perón, necesitaba ser fuerte e independiente, y no depender de ningún otro país. Trató de liberar a la economía nacional de la influencia británica, por ejemplo comprando los ferrocarriles, y de limitar la influencia de Estados Unidos. Impulsó una economía más cerrada y denunció la influencia extranjera.

Clases. Pero quizás la característica más impactante que comparte Trump con los populismos latinoamericanos es el uso de las diferencias de clase. El mayor apoyo a Trump se da entre la clase trabajadora y sectores de la clase media. El denuncia a las elites y las culpa por todos los problemas del país (la idea de que un hombre tan rico como Trump, que heredó millones de dólares y una empresa de su padre, denuncie a las elites es de una gran ironía. Su gabinete está lleno de millonarios, sumados a militares en actividad o retirados). Aquí hay un paralelo real con lo que ofrecía el populismo latinoamericano clásico, una protesta contra una sociedad cambiante en la que la clase trabajadora sentía que no recibía lo que le correspondía. En Argentina y otros países de América Latina, la clase trabajadora es el principal sostén de los movimientos populistas –muchas veces, su columna vertebral– y los sindicatos juegan un papel crucial. Sin embargo, en Estados Unidos hay una diferencia importante. El apoyo de la clase trabajadora a Trump se da sólo en el segmento de los blancos. De hecho, gran parte de su atractivo se basa en la xenofobia y el racismo que le aseguran el apoyo de quienes sufrieron económicamente en las últimas décadas, en parte por la globalización, pero que también están resentidos con una sociedad que ha cambiado sus valores en temas como la raza, las mujeres, y muchos otros. El porcentaje de no blancos ha crecido en casi todas las regiones del país. Muchos de los simpatizantes de Trump parecen anhelar un regreso a la sociedad de los 50, en la cual no se cuestionaba la posición de los hombres blancos y Estados Unidos parecía más rico y poderoso. Muchos creen que los problemas de la clase trabajadora blanca (que son reales, especialmente en ciertas partes del país), son culpa de los afroamericanos, los latinos, los musulmanes o los inmigrantes en general, más que un producto de otros factores. Este tipo de racismo y xenofobia es ajeno al populismo latinoamericano. Sin duda, con justicia o no, los antiperonistas de 1945 y 1946 fueron acusados de ser racistas con los seguidores de Perón. Aquí reside una diferencia enorme. Para que el trumpismo tenga éxito es crucial el miedo a quien es diferente, algo que no es un factor en el populismo latinoamericano. También es muy diferente la actitud hacia los sindicatos que ha mostrado Trump, de una animosidad muy marcada.

Quizás el aspecto en el que el movimiento de Trump más se diferencia de los populismos latinoamericanos es la actitud hacia el Estado. En todos los populismos de América Latina el Estado creció en tamaño y expandió ampliamente el alcance del gobierno sobre la economía. En la Argentina, el gobierno compró los ferrocarriles y la compañía telefónica, y controló las exportaciones, entre otras medidas. También aumentó su papel en asegurar el Estado benefactor y sintió que una de sus tareas centrales era proteger a los trabajadores. Respaldó y afirmó su influencia sobre los sindicatos. Esta es una de las señales distintivas del populismo latinoamericano.

Por el contrario, en los Estados Unidos de Trump el deseo de expandir el alcance del Estado parece encontrarse sólo en muy pocas áreas, como limitar las libertades civiles o el derecho de las mujeres a controlar su propio cuerpo. Hay una intención de centralizar el poder en Trump y de negar toda función positiva para los medios que no lo elogian. Sin embargo, en otros aspectos, en especial la economía, el enfoque es muy diferente. En las primeras semanas del gobierno de Trump se han visto intentos de revertir políticas públicas para prevenir la polución, y la intención de suavizar los controles del Gobierno sobre las grandes corporaciones y eliminar el sistema nacional de salud pública. En otras palabras, se limitará el papel del Estado en algunos aspectos.
La administración de Trump se muestra, como se mencionó anteriormente, hostil a los sindicatos. Esto encaja muy bien con la visión tradicional de los republicanos y cierta creencia popular norteamericana sobre cuál debería ser el papel apropiado de un gobierno, pero contrasta abiertamente con el populismo latinoamericano.

Más estilo que ideas. Las similitudes entre el populismo latinoamericano y el del movimiento de Trump son básicamente de estilo: un outsider reúne el apoyo popular entre los que se sienten excluidos de una sociedad cambiante mediante el uso de una personalidad carismática y tácticas de campaña que perturban el orden establecido por su forma y su retórica. El líder ataca a las elites, sus valores y a los medios. Predica la grandeza de su país o la necesidad de restaurarla. El nacionalismo es un valor central y el internacionalismo se entiende como vender al país. Esto puede verse tanto en Estados Unidos como en América Latina. Ciertamente, se acerca a las ideas postuladas por algunos para representar el populismo.
Sin embargo, si examinamos lo que el gobierno de Trump parece querer hacer, hay una marcada diferencia con el populismo latinoamericano. El movimiento de Trump parece estar mucho más en sintonía con los movimientos neofascistas de Europa que con los populismos latinoamericanos tradicionales. Sin duda, hay parecidos entre la atracción que genera Trump y la de los populismos latinoamericanos, pero también hay muchas diferencias. Cuál debe ser el rol del Estado es muy diferente, como la actitud hacia los sindicatos. El populismo en América Latina trató de hablar en nombre de toda la clase trabajadora, pero el movimiento de Trump excluye cuidadosamente a grandes grupos de gente.
En resumen, para quien esto escribe, las diferencias entre el populismo de América Latina y las ideas de Trump son muy marcadas. El estilo no siempre pesa más que la sustancia.n

*Historiador.