La ingeniera civil María Teresa Garibay es desde 2015 decana de la Facultad de Ciencias Exactas, Ingeniería y Agrimensura (Fceia) de la Universidad Nacional de Rosario. Al asumir la dirección se convirtió en la primera mujer en ejercer el cargo en los 98 años de la historia de la facultad. Además es vicepresidenta del Consejo Federal de Decanos de Ingeniería, donde de 110 autoridades, solo nueve son mujeres. “Es innegable que la profesión está anclada en hombres, pero cambiar esta realidad está en nuestras manos. Una colega amiga una vez me contó que tenía que inspeccionar un túnel y los obreros no la querían dejar entrar por el dicho popular que dice 'mujer en túnel o en una mina es de mala suerte'. Existe una estigmatización, pero hoy la mujer se para desde otro lugar”, afirma.
Garibay se recibió de ingeniera y realizó la especialización en Mecánica de Suelos en la misma institución que hoy dirige. “Cuando comencé la universidad, en el aula éramos menos de diez chicas, pero esto nunca me desalentó”, asegura. Recibida de un bachillerato en Letras, se acercó a la ingeniería por su padre, que había elegido esa profesión. “Los profesores son mayoría, tanto en el ciclo básico como en las especializaciones. Esta diferencia se evidencia hasta en los sanitarios, y no es un chiste. En el edificio donde estudié, el baño de mujeres solo tenía un sanitario mientras que en el de hombres había tres. Este es un ejemplo muy significativo de la mentalidad masculina que tiene la profesión y si bien las mujeres nos vamos apropiando de las Ciencias Exactas, todavía existe una gran diferencia que muestra que hay mucho trabajo por hacer desde las instituciones”.
Como ejemplo Garibay destaca algunas cifras entre el alumnado de la facultad: en Ingeniería Electrónica y Mecánica las mujeres representan menos del 1%. Mientras que Ingeniería Industrial cuenta con un 50% de alumnado femenino, e Ingeniería Civil tiene un 30% de mujeres. “El problema es que el imaginario colectivo de la profesión es ese hombre con casco amarillo bajo el rayo del sol. Esta imagen desalienta a las mujeres, y además representa solo uno de los miles de escenarios que se dan en ingeniería. En la Ingeniería Mecánica, por ejemplo, si se piensa que esa rama será estar tirado bajo un camión arreglando motores, se están sesgando tareas como diseño, proyecto, consultoría, evaluación y todo lo referido a transformar la calidad de vida de quien usa ese motor. Los campos para desarrollarse son diversos y es deber de las instituciones mostrar a la sociedad cuán atractivos pueden resultar”, explica.
Si bien su decisión por recorrer el camino académico siempre estuvo ligada a su interés en el contacto con los jóvenes y su gusto por la docencia, asegura que su condición de madre también tuvo que ver con esta resolución. “Al tener a mis tres hijas, la demanda de la familia hizo que deje a un lado el trabajo ‘fuerte’ de la profesión. La demanda que la mujer recibe como madre no se condice con la carga horaria que conlleva el trabajo. Esto atrasa el desarrollo profesional de una mujer. Así un hombre más joven puede alcanzar posiciones altas mucho antes”, confiesa.
Para Garibay, la falta de información en torno a la profesión es el eje problemático que explica la falta de mujeres en la carrera. “Creo que no se animan por miedo a las dificultades que siempre se vinculan a Ingeniería. Es cierto que a la mujer se le pide que demuestre más que a un hombre, siempre ante un mismo factor se nos exige más. Pero actuando es como estas brechas se acortan. Tenemos las mismas capacidades cognitivas que los hombres, por lo tanto, la misma capacidad de participación en cualquier mundo profesional. En el país faltan ingenieras, y desde mi lugar las invito a animarse a este desafío”, finaliza.