Susana Balbo tiene, como ella misma dice, puestos tres sombreros: es empresaria –armó una bodega en Mendoza que lleva su nombre y que vende hoy 250 mil cajas de vino por año en mercados de todo el mundo–; es diputada nacional por Cambiemos y es la cabeza, desde fines del año pasado, del W20, el grupo de afinidad de género del G20, que el país preside este año.
Pero Balbo es más que esas tres funciones: es, ante todo, una mujer ejecutiva –una palabra que usa varias veces, y en todas las acepciones– y pragmática, que defiende el valor del tiempo –“es el bien más escaso”, afirma– pero, en la charla, lo dedica con una calidez y tranquilidad que no delatan lo apretado de su agenda.
Enóloga de profesión, se abrió camino y armó su propio universo que, hasta entonces, había sido casi exclusivamente ocupado por hombres: “Siempre he sido bastante extrema, me costaba conciliar en un mundo de hombres. En las bodegas en que trabajaba, a la hora de decidir las líneas, terminábamos haciendo vinos ‘debatidos’. Y esos debates siempre se quedaban en el intermedio. Cuando tomás decisiones sobre tu propio capital, sobre algo que es tuyo propio, se puede ser más extrema”, define. “Ese camino me llevó veinte años de trabajar para otros y me animé: armé un emprendimiento que, creí, iba a ser muy chico. Pero no tuve en cuenta que lo único que no se puede parar es el crecimiento. Aunque fue una decisión de liderar, y eso fue, para mí, abrir camino”.
Dice que, para una mujer, liderar “todavía es un poco solitario”, pero que no tiene miedo a fracasar –“es aprendizaje pemanente”– y que lo importante es “tener un equipo a quien guiar. Si no, ahí sí, el camino se hace muy solitario”.
Llegó a la política con el gobierno de Cambiemos, y allí aun siente que está aprendiendo: “En la política, el camino es algo más complicado que en el empresariado. A las mujeres nos cuesta muchísimo más el espacio. Y los rumbos están marcados por un partido, con el que hay que consensuar lo que se aportará. Es más difícil, más transversal”. Pero ese (aún) nuevo rol, asegura, “es más desafiante” que el empresarial: “No me frustro tan fácilmente. Siempre busco la vuelta a las cosas”.
Y relata un episodio que le cambió no solo la empresa sino también la mirada: a pocos días del 11 de septiembre de 2001, tenía que presentar por primera vez sus propios vinos en Nueva York. “Me preguntaron si quería suspender el evento, pero les dije que al contrario, que iba igual. Y tuvimos un éxito impresionante. Pero allí, además, descubrí la posibilidad, que estaban imponiendo las empresas, del trabajo virtual. Y hoy estoy segura de que, si nosotras nos apropiamos como mujeres de la tecnología y las empresas nos lo permiten, eso nos permitirá el equilibrio del tiempo. Hay que abrir la mente corporativa de que las mujeres pueden participar a distancia y no son por eso menos eficientes, para nivelar la mesa y cambiar las dinámicas de networking; las mismas que hoy tienen los hombres”.
En el W20, que tiene en Buenos Aires su sede en una oficina en el imponente edificio de la Bolsa de Comercio, Balbo trabaja contrarreloj con un equipo de varias mujeres –su coequiper es la empresaria Andrea Grobocopatel–, pero también hay hombres: “Tenemos un grupo ‘he for she’ (‘él por ella’) que nos acompañan en la misión de llevar los temas de las mujeres a la sociedad civil. Estamos convencidas de que toda recomendación que surja de nuestro trabajo en el W20 tiene que incluir a los hombres. Juntos podemos hacer más. No unos sin los otros, sino a la par”.
Para Balbo, la clave se resume en una palabra: equidad. “Amo esa palabra, porque habla de justicia. Me gusta más que paridad. Todos tenemos igualdad de condiciones y tenemos que ganarnos nuestros lugares por talento. Creo absolutamente en la meritocracia. Las mujeres tenemos talentos para poder desarrollar nuestros lugares porque valemos, no porque nos hacen el espacio y porque aparecemos ahí, iluminadas”, detalla.