Una de cada cinco personas en el mundo, más de 743 millones de trabajadores, sufre o sufrió algún tipo de violencia laboral. Las mujeres tienen muchas más probabilidades que los hombres de enfrentar hostigamiento y acoso sexuales, y las mujeres migrantes casi el doble que las que no lo son.
La violencia psicológica es la más frecuente en todos los países analizados, según una encuesta difundida por la Organización Internacional del Trabajo (OIT), y realizada por la Fundación Lloyd’s Register.
La OIT entiende, en su Convenio 190, que el acoso laboral es un conjunto de prácticas o amenazas “que tengan por objeto, que causen o sean susceptibles de causar, un daño físico, psicológico, sexual o económico, e incluye la violencia por razón de género”. La normativa, que es la única en el mundo que regula estas cuestiones, fue ratificada por Argentina.
El país no escapa a esta realidad. Según el último informe de la Oficina de Asesoramiento sobre Violencia Laboral (OAVL), las consultas por maltrato son realizadas en un 65% por mujeres y en un 32% por los hombres. En su gran mayoría, tuvieron que ver con violencia psicológica (88%), y en menor medida, pero no menos relevante, con contextos de violencia sexual (8%) y violencia física (4%).
Desde su experiencia como abogado, Ricardo Ruiz Moreno comenta a PERFIL que “la mayoría de los hombres que hablan de violencia de los empleadores se desempeñan en el ámbito de la construcción. Lo raro es que está internalizado, aceptado”. Por otro lado, respecto de las mujeres, señaló que muchos casos se dan hacia las trabajadoras de casas particulares, en donde son frecuentes “los malos tratos, o asignarles tareas para las que no fueron contratadas”. El abogado laboralista Sebastián Marengo, por su parte, agrega que “hay una mayor cantidad de violencia de hombres hacia mujeres” y que “en la mayoría de los casos se dan por abuso de poder”.
En situaciones de empleo más precario y ante la necesidad de las personas de mantener el trabajo, las condiciones pueden empeorar. Haydée Valdez tiene 57 años, es migrante, llegó de Perú a Argentina en el año 1996, y desde entonces realiza diferentes tareas de cuidado remuneradas. Sus experiencias fueron cambiando, según comenta, a medida que se fue adaptando al país y tratando de no aceptar un trabajo en el que recibiera malos tratos. “Hay personas que son buenas y personas que son malas, que te discriminan, te humillan. Fue muy feo tener experiencias así. Algunas te gritaban o te decían ‘no sabés hacer nada, esto está mal’,” le comentó a PERFIL.
La OIT puntualizó sobre las situaciones que constituyen acoso y violencia laboral en varias de sus resoluciones e informes anteriores, en los que considera que muchas veces el maltrato tiene el objetivo de “minar la autoestima y la dignidad de la persona acosada”. Entre los comportamientos más comunes identificaron los de “asignar trabajos sin valor o utilidad alguna, evaluar su trabajo de manera inequitativa, desvalorizar su esfuerzo, amplificar los errores, ningunear o hacer el vacío”. Por otro lado, sostiene la organización, la finalidad es que la persona acosada abandone su trabajo.
“Hiciera lo que hiciera ella nunca estaba conforme. Salí de ese trabajo, pero ella no me quería pagar. Me dijo: ‘bueno, te voy a pagar, pero primero mostrame tus cosas’. Pensaba que yo le estaba robando. Tuve buenas y malas experiencias, pero hoy no dejo que nadie me grite”, comenta Valdez.
En el caso de las mujeres, además, el acoso puede ser utilizado en situaciones en las que está protegida contra el despido. El de las embarazadas es un ejemplo cuando “se les impide mantenerse en su puesto habitual”, afirma la OIT.
En Argentina, la Ley 26.485 de protección integral para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra las mujeres, define el maltrato laboral como aquel que “obstaculiza su acceso al empleo, contratación, ascenso, estabilidad o permanencia, exigiendo requisitos sobre estado civil, maternidad, edad, apariencia física o realización de test de embarazo”. También considera violencia “quebrantar el derecho de igual remuneración por igual tarea”.
Además de la renuncia del trabajador, la violencia laboral puede tener otras consecuencias, según las conclusiones que presenta en su informe la OAVL. De quienes concurren a denunciar estos casos, ocho de cada diez sufrieron “angustia, depresión, baja autoestima, ataques de pánico, pesadillas, olvidos o desorientación”; y cuatro de cada diez tuvieron consecuencias físicas como “gastritis, contracturas y mareos”.