La muerte de Néstor Kirchner fue tan inesperada como su llegada al poder. El miércoles 27 de octubre de 2010, en medio de un feriado extraordinario por el censo nacional, la noticia de su fallecimiento marcó un punto de inflexión en la vida política del país. Los médicos del hospital municipal José Fomenti de El Calafate determinaron que ese día a las 9.15 de la mañana, el político santacruceño que siete años antes había llegado a la presidencia con menos del 23% de los votos, había dejado de existir.
Sin embargo, a ocho años de aquel momento su figura sigue presente. La muerte repentina del esposo de la entonces presidenta, Cristina Fernández de Kirchner, alimentó una mística que tanto aliados como detractores supieron moldear de igual forma. Lo cierto es que desde la primera magistratura, Néstor Kirchner demostró una gran capacidad de construcción política y edificó los cimientos de un movimiento que aún hoy, ya fuera del mando, sigue gravitando en la escena pública argentina.
¿Un hombre seducido por el poder, alguien que supo leer las demandas de la sociedad o el gran arquitecto del progresismo populista? Las interpretaciones sobre su legado son tan variadas como complejas y revelan los claroscuros de una personalidad que fue capaz de despertar las emociones más vívidas tanto a un lado como al otro de la grieta.
"Si tuviera que elegir una palabra para definir la relación de Kirchner con el poder diría 'voluptuosa'", dice el ensayista y analista político, Alejandro Katz.Para el escritor, toda la vida del santacruceño estuvo cruzada por un "erotismo de mando" que identifica como el motor de su libido.
"Si tuviera que elegir una palabra para definir la relación de Kirchner con el poder diría 'voluptuosa'", dice el ensayista y analista político, Alejandro Katz.
"Había una relación erótica con el poder, cultivaba el poder, era seducido por el poder, lo excitaba el poder, usaba el poder. Era una relación muy compleja pero muy intensa que se expresaba en su vida, en su forma de hacer política, en su familia y en todas sus relaciones humanas", sostiene.
Muy lejos de las metáforas sexuales, el sociólogo y ensayista, Horacio González, hace una lectura contrapuesta. Para el exdirector de la Biblioteca Nacional e integrante de Carta Abierta lo que le permitió a Kirchner armar las bases de su poder fue su estilo "despojado" y "ausente de mediaciones ceremoniales".
“Creo que el momento que vivía el país le había permitido entender que podía privarse de ciertos protocolos, de ciertos rituales y aparecer como alguien que usaba los símbolos de una manera distendida”, explica.
El ensayista pone de ejemplo la imagen de Kirchner jugando con el bastón presidencial con la frente ensangrentada durante su ceremonia de asunción. "En él el peso de la informalidad para detentar el poder no era una ingravidez de la figura política, era un modo de llamar a la participación pública”.
“La estrategia de construcción de poder de Néstor Kirchner era la concentración por la vía de la integración”, asegura por su parte la socióloga y escritora Maristella Svampa. Para la investigadora del Conicet su actuación política estaba cimentada en un fuerte pragmatismo que “no reconocía avances o retrocesos en sí mismos: solo resultados”.
“No tenía carisma, pero tenía un gran olfato político y una gran capacidad de diálogo y negociación. Lo suyo era la capacidad de interpretar diferentes realidades”, afirma la socióloga.
Svampa lo define como “el gran arquitecto del progresismo populista en Argentina, que Cristina Fernández de Kirchner heredó”.
En este punto, la socióloga plantea una diferencia: “Cristina no añadió más sectores en la construcción política heredada; al contrario, expulsó sectores, entre ellos nada menos que a la llamada columna vertebral, el sindicalismo peronista. Y dotó de mayor centralidad a los jóvenes de La Cámpora y otras corrientes”.
Svampa lo define como “el gran arquitecto del progresismo populista en Argentina, que Cristina Fernández de Kirchner heredó”.
En esta misma línea se sitúa Alejandro Katz, identificando al santacruceño como “el gran artífice de todo lo que hizo el kirchnerismo”. Sin embargo, agrega que Cristina fue una máquina de destruir un capital político inmenso que había construido en muy poco tiempo su marido”.
Asimismo, Katz hace una salvedad: “La muerte siempre tiene un efecto dignificante, purificador, un efecto que contribuye a quitar las impurezas de las vidas. Resulta más sencillo atribuir todos los beneficios a Kirchner y los problemas a Cristina”, sostiene.
Para el ensayista, eso se debe a la necesidad de producir "confort intelectual": "a los kirchneristas porque tienen la posibilidad de reivindicar una historia original virtuosa que luego se corrompió. Y a los antikirchneristas les permite tolerar algunos de los rasgos positivos, sin tener que reconocerlos en el movimiento tal como existe hoy”, profundiza.
Por su parte, González aporta otra mirada al considerar que como matrimonio “pudieron sobrellevar bastante bien el peso de una responsabilidad que asumían entre ambos”. “Había distintos estilos de organización en la minucia política diaria: acuerdos, alianzas, ruptura de alianzas, se decía que estaban más bien a cargo de él y Cristina tendría una vocación más intelectual o más analítica de los problemas económicos y sociales o incluso culturales”, relata.
Sin embargo reconoce que tras la muerte temprana del expresidente, “ella quedó a cargo de momentos difíciles del gobierno”. “Eso puede haber permitido que Kirchner no quedara tan expuesto a las críticas extensas y tan vinculadas a campañas sistemáticas que recibió Cristina. Debido a eso, hoy su situación es la de alguien que está siendo judicializada en toda su biografía política”, agrega.
Que Néstor Kirchner dejó una herencia en la forma de hacer política es algo que difícilmente pueda discutirse. Lo que puede ser puesto en tela de juicio es el grado de virtuosismo o pesadez de sus acciones y los análisis abren un abanico variopinto de respuestas que ponen en la balanza una multiplicidad de hechos que configuran la historia argentina reciente.
“No se puede reducir todo a una pura matriz de corrupción, como se pretende hacer ahora. Su legado es como el de todos los populismos: muy ambivalente”, resume Svampa. “Hubo ampliación de derechos, pero también exclusión de demandas. Hubo reducción de la pobreza, pero no de la desigualdad. Hubo una retórica de guerra, pero se hizo alianza con el gran capital”, agrega la socióloga.
De todas formas, Svampa señala a Néstor Kirchner como "el autor del sistema de financiamiento de la política basado en la corrupción": “Consolidó un estilo de hacer política tradicional, personalista, poco participativo, que desde arriba terminó por configurarla como un 'modelo de negocios', ligado al saqueo de los recursos del Estado. Fue quien instituyó el sistema a gran escala, en su alianza con la Patria contratista, con su cronometrada trama de cobros, coimas y bolsos millonarios”.
Por su parte, Katz le endilga haber desvirtuado la política de derechos humanos “para convertirla en la reivindicación de una facción”. “La tradición de los discursos igualitaristas, que no era parte del acervo intelectual ni ideológico de Néstor Kirchner, sino de una Izquierda a la que le expropió esas categorías y las malversó con políticas que no se hicieron cargo de las consecuencias prácticas de sus enunciados. Creo que esas son partes del legado muy negativas de su historia política en la presidencia”, concluye.
González, en tanto, hace una lectura positiva de las reivindicaciones que identificaron a la gestión del exmandatario: “Más allá de la duras críticas, la verdadera herencia es haber formado un gran frente popular socialmente muy sensible y capaz de intervenir en la compleja situación del mundo desde un país maltrecho como es la Argentina. Sus actos simbólicos arriesgados, como sacar el retrato de Videla. El atrevimiento, la osadía, meterse en problemas y buscar con desesperación la forma de resolverlos, y al mismo tiempo, aún resolviéndolos, dejar en el aire ese sentimiento difuso de que la política tiene ese elemento de desesperación”.