A 30 minutos de la ciudad de Bilbao y a una hora de San Sebastián, la plácida ciudad de Guernica fue sólo sangre y muerte hace más de 80 años, un 26 de abril.
El 26 de abril de 1937, las fuerzas aéreas alemanas e italianas se aliaron al ejército de Francisco Franco para derrocar el gobierno republicano. Eran los años de la Guerra Civil española y la ciudad vasca de Guernica, el bastión norte de la resistencia republicana.
Pablo Picasso, que hacía tiempo residía en París y que solía declararse monárquico aún en tiempos de la Segunda República Española, quedó estupefacto cuando leyó la noticia en el periódico L’Humanité dos días más tarde, el 28 de abril.
A principios de ese año, una delegación oficial española había visitado a Pablo Picasso en su casa de París para convencerlo de que dibujara un mural monumental de 4 metros de altura para el stand de España en la Exposición Internacional de París 1937.
A su estilo, un poco a regañadientes y otro tanto con malhumor, Picasso aceptó el encargo, pero no era la imaginación lo que más atravesaba sus pensamientos de aquellos días junto a su amante, la fotógrafa Dora Maar.
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Su casa atelier sobre Rue La Boëtie era incómoda para plantear el portento de semejante óleo sobre lienzo. Por tanto, urgía otro espacio y fue precisamente Dora Maar quien le avisó que a metros de su estudio, sobre el nº 7 de Rue des Grands-Augustins, había un departamento libre.
Guernica, destino de Pablo Picasso
Ella lo conocía y bien, porque ahí solía reunirse su amante anterior, el ilustrado Georges Bataille, con un grupo de intelectuales de izquierda que planeaba hacer la gran revolución desde un luminoso y cómodo living de París.
Picasso lo alquiló inmediatamente y, lo más curioso es que allí mismo el escritor Honoré de Balzac había situado el atelier de su personaje, el viejo pintor Frenhofer, quien se encerraba allí largas horas para dibujar su obra cumbre, en la ficción de La obra maestra desconocida (1831).
Picasso terminó Guernica en tiempo record (el 1 de mayo comenzó a bocetarlo y el 11 a pintar el lienzo), se negó a cobrar por su trabajo (sólo aceptó 200.000 francos por gastos de materiales) y terminó siendo su obra cumbre.
Apenas un año después, en 1938, Guernica salió de España y comenzó a recorrer las galerías de arte de Europa para despertar conciencias y solidarizar al mundo sobre las penurias que vivía España, sumergida en una Guerra Civil por entonces y poco después en la triste dictadura del General Francisco Franco.
De la mano del marchand Paul Rosenberg Guernica viajó con obras de Braque y Matisse por Oslo, Estocolmo, Copenhague, Gotemburgo, Londres, Leed, Liverpool y Menchester y a su paso despertaba curiosidad y donaciones para la causa de los rebeldes, recaudaciones que administraba el National Joint Commitee for Spanish Relief (Comité de Ayuda a los Refugiados Españoles).
Así, con el correr de los años y hasta que la obra llegó a Estados Unidos, en 1940, para permanecer en custodia en el Museo de Arte Moderno de Nueva York, por pedido expreso de Picasso, los espectadores del mundo veían en el descomunal óleo simbólico del pintor malagueño de remeras a rayas el mejor resumen de noticias de lo que el vandalismo nazi podía ser capaz.
Y muchos se preguntaban entonces cómo era ese pueblito desconocido del norte de España, que se había convertido en el epítome de la cultura vasca.
Guernica hoy
El 26 de abril de 1937, la Legión Cóndor inició el bombardeo de Guernica, a las cuatro de la tarde. Era un lunes, día en que estaba abierto el Mercado de frutas y verduras, el centro de la actividad comercial y social del pueblo, desde siempre. Ese era el punto obligado de encuentro de todos los lugareños –y aún hoy lo es- para comprar o vender algo, conversar o incluso jugar a la pelota vasca y al cesta punta, uno de los deportes más tradicionales.
Ante los primeros bombardeos, quienes pudieron huyeron de inmediato a los bunkers que se habían construido en los montes de la ciudad. Muchas vidas se perdieron. Aún hoy esa cifra es difícil de precisar, pero las autoridades locales siempre manejaron el número aproximado de 1.000 decesos.
La ciudad quedó devastada: cerca del 85% de las construcciones se vinieron abajo. Curiosamente, el puente de Guernica (el blanco más buscado, para dejar incomunicada a la ciudad), la Casa de Juntas y el Árbol de Guernica lograron sobrevivir.
Guernica no tiene casco histórico, porque lo perdió durante el bombardeo, pero la historia de la ciudad puede reconstruirse gracias al Museo de Euskal Herria (entrada €2) y el Museo de la Paz (entrada €5).
El primero explica la cultura vasca, desde la música hasta el doporte y la mitología regional; el segundo, abrió sus puertas en 1998 y ofrece una muestra interactiva para conocer la historia de Guernica y el bombardeo de 1937. En el año 2003, se convirtió en el primer Museo de la Paz de España. Su misión es educar a los visitantes, explicando por experiencia propia porqué el mundo no puede vivir sin una cultura de paz.
La Iglesia de Santa María es el punto más alto de la ciudad de Guernica. El templo data de 1418, pero se renovó varias veces hasta concluirse en 1715. Es uno de los mejores ejemplos de arquitectura gótica del País Vasco. Sin embargo, tardó tanto en darse por concluida que su aspecto terminó prendiendo una vela a cada moda arquitectónica.
El bombardeo de 1937 dejó bastante en pie la Iglesia de Santa María, pero el archivo de bautismos y casamientos no pudo salvarse. Costó mucho reconstruir los árboles genealógicos.
Guernica, símbolo europeo de paz
Aunque imaginarse un bombardeo hace pensar en una ciudad cubierta por una nube de polvo, y sin dudas lo fue, hoy Guernica volvió a ser verde. La Reserva Natural de Urdaibai, repleta de humedales, es uno de los puntos más visitados. Además de flora y fauna, el País Vasco tiene hermosas playas, como Laga y Laida.
En Guernica, hay un árbol célebre que se encuentra junto a la Casa de Juntas. Ambos son el símbolo político por antonomasia de la ciudad y ambos milagrosamente sobrevivieron al bombardeo de 1937.
Junto a ellos, se reunían siempre los Señores de Vizcaya y los políticos vascos para decidir el destino de la comunidad vasca. Bajo la sombra de un árbol mitológico se dictaron leyes e hicieron acuerdos de convivencia. Allí se acordaron los “fueros” que otorgaban autonomía a los vascos y bajo el Arbol de Guernica sigue jurando hoy el presidente vasco, ya que la comunidad goza de cierta autonomía.
El árbol de roble que se ve hoy se plantó en 2015 ya que el anterior, de 1742 logró milagrosamente sobrevivir al bombardeo nazi, pero lo mató un hongo. Y hubo otro antes, plantado en el mismo lugar en el siglo XIV. Y sí, los vascos son resistentes.
Dado la enorme repercusión que su cuadro había tenido en el mundo, Pablo Picasso pidió al MoMA que Guernica fuera restituido a su patria, cuando un gobierno republicano volviera a regir los destinos de España.
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Un pedido visionario, ya que el cuadro y la ciudad de Guernica se hicieron tan famosos que se dice que Adolf Hitler intentó comprar la pintura para destruirla.
En 1981, Guernica regresó a España. Se exhibe en un salón exclusivo del Museo Reina Sofía de Madrid.
Pensando en el atractivo turístico que tenía la ciudad vasca, en 1991 se inauguró el majestuoso Parque de los Pueblos de Europa, al aire libre, gratuito y con esculturas de artistas célebres que, con sus obras, quisieron colaborar en la reconstrucción de la ciudad. Entre otras, alberga una escultura de bronce de Henry Moore, que pesa 20 toneladas.
Paralelamente, una reproducción del Guernica sobre cerámica, a tamaño real, se exhibe en la calle Pedro de Elejalde, punto obligado de cualquier visita al norte de España.
Y, aunque no se descienda de vascos, cualquier argentino debería visitar Guernica y, sobre todo, el Mercado de Frutas y Verduras, para comprender mejor de dónde viene nuestro “postre vigilante”, el famoso queso y dulce, que se vende a €1.
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