¿Cómo definir a Marta Minujín, que hoy cumple 79 años?
La artista plástica más mediática de la vanguardia argentina; la reina del overall; la dueña de la Menesunda multisensorial del Instituto Torcuato Di Tella; la mujer más desenfadada del siglo XX que mezcló el hierro con el neón, la música ex-profeso-desafinada con las esculturas blandas, y el laberinto cretense con los colores flúo.
Marta Minujín, la porteña de San Telmo que recreó, en Alemania y en Buenos Aires, un Partenón griego, y en Manchester, un Big Ben acostado, para rellenarlos de libros y luego regalarlos.
Marta Minujín, la artista pop que, en 1979, le escribió a McDonald`s para que se sumara a su desenfado: montar en el Battery Park de Nueva York, junto a la auténtica Estatua de la Libertad, una réplica “sedente” de hierro que, tras 10 días de exhibición, sería tapizada de hamburguesas por los empleados de McDonald’s para que los visitantes almorzaran gratis. ¡Y le dijeron que sí!
Marta Minujín es una estrella de la vanguardia internacional y hoy cumple 79 años.
Marta Minujín, la Martamanía del pop
Marta Minujín transitó su adolescencia entre Europa, Buenos Aires y Estados Unidos. Con dos Premios Konex en su haber y una muestra propia en el MOMA de Nueva York, el 9 de noviembre del año pasado recibió el grado de Doctora Honoris Causa de la Universidad Torcuato Di Tella.
Para tamaña formalidad se presentó luminosa: entre su colección de anteojos, eligió los Ray Ban oscuros para mitigar los labios rojo shocking y su prêt-à-porter de overall colorinche.
Fue la primera mujer en haber recibido tal distinción y su comentario hizo los honores correspondientes: “el arte no tiene sexo, ni siquiera hay que señalar si lo hizo un hombre o una mujer”, apuntó como agradecimiento.
Y recordó sus primeros años: “El Instituto Di Tella siempre creyó en nosotros, en todo un grupo de gente que tenía las ideas lógicas de haber tenido veinte años en la década del sesenta”, dijo sobre los “años tremendos”: “vivir tres años en un lugar sin baño ni calefacción en París” o “dormir en el piso en New York y no tener casi para comer durante cuatro años (…)”, confesó.
“Pero hacía grandes obras que hoy son reconocidas. No podía hacer otra cosa: o morir o crear”, explicó Marta Minujín al auditorio que asistió a la entrega de su Honoris Causa.
Entre tantas otras piezas claves de su producción, Marta Minujín creó La destrucción, Repollos, El obelisco de pan dulce, Carlos Gardel de fuego, El pago de la deuda externa, Venus de Milo cayendo, Implosión, Pago de la deuda griega a Alemania con olivas y arte y Joven helénico fragmentándose.
Marta Minujín, oveja negra "en pañales"
Sus padres, León Minujín y Amanda Inés Fernández, le hicieron la infancia difícil, porque –contado por ella misma- “no era varón como su hermano. Alguna vez recordó su infancia como algo “horrible” ya que era muy tímida y sólo comenzó a existir dentro de su grupo familiar cuando su hermano falleció y ella “salía en los diarios”.
Aunque estudió en la Escuela Superior de Bellas Artes Manuel Belgrano y la Escuela Nacional de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón, nunca se graduó en ninguna carrera. Su vida socia fue escasísima: nunca salía y dedicó toda su adolescencia a pintar. A los 16 años mereció su primera exposición.
Hija artística de los Baby boomers y la contracultura de fines de los 50, fue hippie y vanguardista a la vez. Podría decirse que para ser su amigo había que estar en contra de las normas sociales establecidas. Consumió drogas, probó con el alcohol y, cuando estuvo a punto de ir presa por andar con cocaína en Ezeiza, se aplacó.
En 1959 quiso salir de su casa y emanciparse. Falsificó su documento y se casó con Juan Carlos “Bebe” Gómez Sabaini, su único esposo hasta el día de su desaparición, el 11 de marzo del 2021. Con este contador público doctorado en Economía en la Universidad de Columbia (Nueva York), compartió sus dos hijos y más de medio siglo de vida matrimonial.
A los 18 años, Marta Minujín instaló su primera muestra individual, y fue entonces cuando recibió una beca del Fondo Nacional de las Artes, para terminar de perfeccionar su arte en Paris.
Y fue en Francia cuando los colchones detonaron su ingenio artístico sin par y sus frases de colección. “En ellos se pasa más de la mitad del tiempo de la vida, en los colchones se duerme y se hace el amor”, explicó.
La manía de Minujín: ir al fondo de las cosas
En 1961, tras un año en Francia, regresó a la Argentina pero doce meses más tarde volvió a cruzar a Europa para empaparse del nuevo realismo francés.
Y con el desparpajo del siglo XIX, pero con los recursos y la lectura del siglo XX cambalache, Marta Minujín votaba por el mundo interior, odiaba las cáscaras, a pesar de dar la falsa imagen de una cultora de la frivolidad. Soñaba con espectadores que se “sumergieran” en su arte tanto de manera figurada como físicamente. En vez de esculturas rígidas, prefirió las blandas: había que caminar sobre ellas, hundirse, experimentar.
O algo mejor: destruirlas. Porque el arte es efímero y esa convicción la vinculó con Andy Warhol. Lo conoció en una galería de arte en Nueva York y lógicamente, pegaron onda de inmediato. Juntos se sacaron fotos rodeados de choclos y propusieron pagar la deuda argentina con maíz.
Si llamó a McDonald’s, bien podría negociar con el FMI… Pero por ahora, aunque ella ame lo efímero, el Guggenheim de Nueva York la incluye entre sus artistas de colección.