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Viaje al fin del mundo

Conocer la Antártida: colaboración es la clave de la convivencia en el clima más hostil del planeta

Como parte de "Cultura es soberanía. Antártida Argentina", el programa de la Secretaría de Gestión Cultural, quince tripulantes vivieron una experiencia única. Cómo viven allí, cómo soportan las bajas temperaturas, cómo dividen las tareas, cómo se llega.

Viaje a la Antártida
Viaje a la Antártida | Gtlza. Kaloian - Min. de Cultura

El pasado 30 de enero un grupo de 15 personas integrado por cuatro bailarines del Ballet Folklórico Nacional, cuatro de la Compañía Nacional de Danza Contemporánea, una periodista de PERFIL y trabajadores del Estado -entre ellos la Jefa de Gabinete de la secretaría de Gestión Cultural, Eliana Zannini- viajaron a la Antártida por una iniciativa del ministerio de Cultura de la Nación de llevar artistas al extremo sur del país. En el mismo viaje se encontraron con los músicos platenses de Los Colorados, que iban a participar de una peña en la Base Marambio, además de otras personas que irían dándose a conocer en el transcurso de los días. 

El punto de partida fue el aeropuerto de El Palomar, allí se presentaron los certificados de salud solicitados, la constancia de cuatro vacunas contra el Covid y todos fueron hisopados. En la Antártida no hubo ni debe haber contagios. Desde ese momento en adelante los viajeros se prepararon para que los horarios y movimientos quedaran en manos de los integrantes de las Fuerzas Armadas. 

Comenzó el viaje que representaba un misterio para todos, nadie había viajado en un Hércules antes. Sabían que debían usar tapones en los oídos porque el sonido sería atronador y que en cuatro horas estarían en Río Gallegos y que después, un después poco certero, volverían a subirse al avión con destino a la Antártida. Ese medio de transporte muy seguro, aunque poco confortable era el mismo que se había encargado de repatriar a los argentinos que cuando se inició la cuarentena habían quedado varados en otros países.

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Danza en la Antártida
Viajar en Hércules (Foto: Kaloian - Min. de Cultura de la Nación)
Danza en la Antártida
Viajar en Hércules (Foto: Kaloian - Min. de Cultura de la Nación)

Rio Gallegos

En ese tramo habían aprendido que el equipaje se “paletizaba”, que les iban a pasar lista en cada instancia. En la base de Río Gallegos los ordenaron por habitaciones compartidas, divididos entre hombre y mujeres y los liberaron para merendar: café, té, galletitas, mermelada, dulce de leche, barritas de cereal, cuando y cuanto quisieran. Luego una cena preparada por los anfitriones y a dormir. En el medio se enteraron de una mala noticia.

La pulcritud, la línea de mando y la organicidad pueden fallar. Mientras que en El Palomar toda la tripulación virgen de órdenes militares había seguido ciegamente los comandos como si fueran sentencias: "Formen fila", "pasen a hisoparse", "esperen", "respondan presente", " bajen los bolsos", "suban los bolsos", "no toquen los bolsos", hubo alguien en la cadena que falló y los trajes y calzados de cruce no fueron entregados. Los viajeros pensaban que quizás se los darían en Río Gallegos. No. El punto de entrega era El Palomar. Crisis ¿Se va igual a la Antártida donde hay temperatura bajo cero con buzito y bufanda? "Tenían que preguntar", le contestó a uno de los tripulantes un integrante de las fuerzas, como si a alguien pudiera ocurrírsele interrumpir el orden que ordenaban ellos. 

Finalmente, el escollo se resolvió en la Antártida, los integrantes de la Base Marambio les prestaron ropa suya para que nadie pase frío y el "hay que preguntar" se convirtió en una broma ante cualquier incertidumbre.

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Los bailarines ensayaron su coreografía en Río Gallegos ( Foto: Kaloian - Min. de Cultura de la Nación)

Esta falta de vestuario adecuado retrasó el viaje a la Antártida y debieron quedarse, además de esa noche, una noche más. En vez de irse el 31 de enero, partieron el 1 de febrero a las 4 de la mañana. En el día de más que pasaron en Gallegos aprovecharon para hacer una clase de estiramiento que brindaron los bailarines, comenzaron a dejar de ser un número para ser personas, distinguirse, saber qué hacían allí, se empezaba a caer la línea invisible que dividía a quienes fueron con Cultura y los demás que viajaron en el vuelo. Pero la ansiedad todavía era timbre en sus cabezas “¿Conoceremos la Antártida?”

Llegar a la Antártida

Aunque en ningún momento nada estuvo librado al azar y los pasajeros sabían que hasta regresar quienes decían cómo y cuándo eran los integrantes del Comando Conjunto Antártico, todo el engranaje funcionó armónicamente. Hubo lugar para sentir contención, distensión, disfrutar de rica comida y conocer a estas personas que pasan un año allí.

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Llegaron al destino ( Foto: Kaloian - Min. de Cultura de la Nación)

La llegada a la Antártida fue conmovedora, ver desde las pequeñas ventanitas del Hércules los bloques de hielo dispersos en el mar, las montañas nevadas, las pequeñas “casitas” rojas habitadas por los antárticos y bajar para ser recibidos por un cálido apretón de manos de los integrantes del Comando Conjunto Antártico y una sentida bienvenida.

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Comodoro Federico Vasallo, jefe de la Base Marambio (Foto: Kaloian - Min. de Cultura de la Nación)

Allí les brindaron una charla de códigos de convivencia en el que les anunciaron que hay días para bañarse, horas para dormir, horas de silencio obligatorio, días en que se puede tomar alcohol. Un rigor que debe cumplirse para sostener una población de alrededor de 100 en un territorio hostil donde el agua es un recurso escaso, solo se accede por vía aérea y solo cuando el tiempo lo permite, son contados los días en que la temperatura no es un látigo de frío. Los que lavan los platos -el llamado "turno María"- rotan, los que hacen guardia -turno "imaginaria"- rotan y así todo para sostener un equilibrio. 

¿Qué pasa con las afecciones de orden psicológica, tienen profesionales para eso? No. Pero el jefe de base tiene a su cargo chequear el estado de ánimo, sobre todo cuando llega el invierno y no hay luz solar y la temperatura llega a los 60 grados bajo cero. " En mayo pasado tuvimos que devolver a uno porque no pudimos revertir lo que sentía", contó uno de los antárticos de la base a PERFIL.

Hay un médico y dos enfermeros. Ese es el equipo de salud, pero todos los que viajan allí se forman en primeros auxilios durante un año antes de viajar.

En la Antártida se extrañan cosas simples: fruta y verdura fresca, el pasto, la soledad.

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La charla con las normas de convivencia al llegar a la Antártida

En ese rincón inverosímilmente al sur de todo la inmensidad abruma, hipnotiza, y afina la piel y las capas endurecidas por la urbanidad. En las pocas, pero profundas 48 horas que está tripulación estuvo allí las historias personales y las lágrimas ganaron terreno. También hubo momentos de ansiedad y preocupación ante la imprevisibilidad. El Hércules que los llevaría de regreso a Gallegos, para luego volver a Buenos Aires se posponía. La primera vez el avión llegó hasta la pista de aterrizaje, intentó bajar tres veces, pero era imposible por la niebla y debió regresar sobre sus pasos. Los tripulantes pasarían una noche más allí. Al día siguiente, el viaje iba a ser de mañana, pero se pospuso a la noche porque debían esperar un repuesto. Esa noche, hasta que el avión no bajó, nadie se ilusionaba demasiado. Así es la Antártida, una escuela de paciencia, de colaboración, de trabajo colectivo.

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La capilla dentro de la Base

Los viajeros llevaron sus libros y aparatos digitales, era difícil leer, allí se estaba inmerso en una literatura constante. Del grupo que viajó con el ministerio de Cultura ninguno conocía esa tierra, ni había vivido en una base militar ni se conocían tan profundamente entre ellos, salvo el equipo de ballet, entonces cada instante era una historia.

El periodista Federico Bianchini que escribió un libor sobre su paso por la Antártida, donde iba a pasar 10 días y por el clima debió quedarse 25, apreció lo mismo que este grupo. Allí se “tiene contacto con mucha más gente que en cualquier ciudad, donde uno está rodeado de personas pero casi no interactúa con ellas”. 

La biblioteca de la Base Marambio recibió una donación de libros

El Centro Cultural Borges, donó a la Base libros de Mariana Enríquez, escritos sobre los mares del sur y las Islas Malvinas, un libro de cuentos de Cortázar ilustrado por Isol, novelas japonesas, entre otros títulos. Entre las donaciones también hay pequeños libros con títulos clásicos para que los científicos y la dotación permanente de la Base Marambio puedan llevarlos con ellos cuando salen a los campamentos de investigación a la intemperie.

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La Antártida (Foto: Kaloian - Min. de Cultura de la Nación)

La biblioteca, que ahora cuenta con cientos de libros nuevos, fue creada en la década del 70 para que el personal de la base y las y los invitados pudieran sentarse a leer en sus ratos libres y para eso, llenaron los anaqueles de libros de historia, historietas; libros de ficción de Katherine Mansfield, Ernest Hemingway, ensayos de Claude Levi Strauss entre otros títulos.

Ezequiel Grimson, director del Centro Cultural Borges entregó los libros al Jefe de la Base Antártica Conjunta Marambio, Comodoro Federico Vassallo. En el emotivo acto realizado en la biblioteca, el director del Borges destacó la relevancia de la labor desarrollada en las Bases de la Antártida y comprometió los esfuerzos del Ministerio de Cultura para el desarrollo de bibliotecas y espacios de lectura en cada una de las bases permanentes y transitorias en el continente Antártico.


La excursión 

Como los tripulantes se vieron obligados a quedarse un día más en la Antártida, el Comodoro Federico Vasallo, les regaló una excursión única, irían a ver los pingüinos. La preocupación y la decepción se pausó y creció la adrenalina. Los acompañaría un biólogo que usualmente hace el recorrido, dos rescatistas, pero debían saber que para llegar deberían descender 200 metros. La caminata con escalada incluida sería de más de cuatro horas.

La mayoría se atrevió, siguiendo las indicaciones a modo bíblico, algo que ya habían incorporado desde que habían llegado: lograron el objetivo. No solo vieron pingüinos, vieron la costa, porque la Base se encuentra en una montaña. Allí había lobos marinos, focas de Weddell, el clima los acompañó, no hubo viento y la temperatura era unos grados positivos. 

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Expedición para llegar a la costa (Foto: Kaloian - Min. de Cultura de la Nación)

El Tratado Antártico, entre otras cosas, es muy estricto en el respeto a la flora y fauna del lugar, por lo que el acercamiento a los animales debe ser muy cuidadoso y no se debe perturbar con sonidos fuertes, no puede tirarse basura ni afectar de ninguna manera el ecosistema, no se puede pescar, ni cazar. Los únicos que pueden tocar a los animales son los científicos que estudian de cerca las implicancias del cambio climático en la zona.

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Foca de Weddell en la costa antártica (Foto: Kaloian - Min. de Cultura de la Nación)
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Lobo marino en la costa antártica (Foto: Kaloian - Min. de Cultura de la Nación)
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Lobo marino en la costa antártica (Foto: Kaloian - Min. de Cultura de la Nación)

Hubo una época en la que los que viajaban podían tener mascotas, hubo un perro de raza antártica inclusive, pero por supuestas intervenciones de su presencia en el ecosistema, se prohibió y el animal fue extinto.

Los colorados 

"Me emociona recordar que mi papá fue el que me compró la guitarra que siempre me apoyó, me dijo 'vas a llegar lejos', yo no podía ni invitarlo a un café cuando me venía a ver a algún lugar de Buenos Aires y mirá dónde estoy, en la Antártida" contó con la voz quebrada Ezequiel Pettinaro, guitarra y voz de Los Colorados, la banda de folclore invitada para la peña en Marambio.

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Los Colorados en la peña en la Base Marambio   (Foto: Kaloian - Min. de Cultura de la Nación)
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Los Colorados con el Comodoro Vasallo en la peña en la Base Marambio  (Foto: Kaloian - Min. de Cultura de la Nación)

Además de Ezequiel, la banda está integrada por Federico Del Castillo, guitarra, primera voz y fundador de la banda, su hijo Federico "Lolo" Del Castillo, bombo y vos, Rodolfo Goeta, primer violín y Lucas Vega, segundo violín.

Los bailarines

Bettina Quintá tiene 47 años, 15 años atrás, cuando bailaba en el centro cultural San Martín, vio a una de sus compañeras caerse. Ella yacía sobre el piso ensangrentada y su trabajo no les ofrecía ningún seguro para su salud y cuidado. La bailarina se recuperó, pero el golpe que sufrió lo tomaron varios compañeros como propio y comenzaron a organizarse para demandarse mejores condiciones laborales. Derechos básicos. El resultado: echaron a todos los que se quejaban. Incluida Bettina.

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Danza en la Base Marambio (Foto: Kaloian - Min. de Cultura de la Nación)

En el San Martín también conoció a su pareja, Ernesto Chacon Oribe, cuando quedaron desempleados por pedir que fueran considerados laburantes como cualquier otro, no lo tomaron como una derrota. Empezó a gestarse en ellos la idea de ir por más: ¿será posible que la exista una compañía nacional de danza contemporánea? Lo Fue. 

Tanto Bettina como Ernesto, como Victoria Hidalgo y Pablo Fermani gestaron la Compañía Nacional de Danza Contemporánea, dependiente del ministerio de Cultura y a fines de diciembre les propusieron junto con cuatro integrantes del Ballet Folklórico Nacional viajar a la Antártida y llevar una obra especialmente creada para ese viaje.

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Bailar para los antárticos (Foto: Kaloian - Min. de Cultura de la Nación)

Bettina y Ernesto son jóvenes, pero el mundo de la danza implica una carrera que empieza en la niñez y a su edad ellos suman casi cuatro décadas dedicadas a la danza. Ambos evaluaban retirarse y también encarar otra pelea para los bailarines: la jubilación.

Ahora sobre el punto más austral del país pueden mirar con enorme satisfacción su pasado y presente, caminan de la mano sobre un suelo sobre el que nunca hubieran imaginado bailar. 

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Ernesto y Bettina

De Córdoba a la Antártida

Hernán Nocioni, integrante del Ballet Folklórico Nacional fue quien tomó la posta de la propuesta, preparar una obra para llevar a la Antártida. Junto a él, además de los bailarines de danza contemporánea, fueron Alexis Ledesma, Soledad Diz y Romina Fabretti.

“La propuesta fue hacer un mix entre las dos compañías y una única obra que hable de soberanía, territorio, comunidad. Habla un poco también de ancestralidad, de tratar de representar un poquito la amplitud del país”, contó el bailarín a PERFIL.

“El ballet está compuesto de personas que vienen de diferentes partes del país, entonces los elencos, además de un espacio profesional, se convierten en un espacio de contención, se ayudan mucho, se sostienen más allá de colaborar en su laburo; así que eso es algo que nos pasa a nosotros y eso fue la base cuando empecé a imaginar la propuesta: una construcción al principio de una nación de una comunidad donde cada uno viene con lo suyo, con lo propio hasta conformar algo que en nuestro imaginario es la soberanía”, detalló. 

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 Bailar en la Antártida (Foto: Kaloian - Min. de Cultura de la Nación)

Nocioni baila desde los tres años. Comenzó en Córdoba con las clases del padre de Alexis Ledesma con quien ahora, casi 40 años después, comparte la experiencia de la Antártida.

"Todo lo que endurece te acerca a la muerte, hay que ejercitar la flexibilidad", les dijo uno de los militares que estaba leyendo sobre taoísmo y le tocaría pasar un año en ese ambiente tan hostil como acogedor. Los viajeros regresaron a sus casas, pero parte de su corazón quedó en Marambio.

RB/fl