Tucumán, año 2015. Nace una beba prematura y, a los pocos días, descubren que tiene osteomielitis, una infección muy grave en el fémur izquierdo. Los médicos informaron a sus padres que, si la beba sobrevivía, tendría secuelas. La siguiente noticia fue peor: la enfermedad era crónica; aunque no tanto como la posterior: cuatro intervenciones quirúrgicas para limpiar el hueso habían fracasado y no había más remedio que “amputarle la pierna”.
Esa misma noche, la madre de la beba se refugió en su fe. Buscó una estampita de Fray Mamerto Esquiú, la apoyó sobre la pierna de la hija y le rezó al fraile incansablemente durante toda la noche, con devoción. Se le sumaron otros familiares y la cadena de oración se fortaleció.
Pocos días más tarde, sucedió el milagro. “Doce días después, un nuevo control radiográfico mostró sorprendentemente la desaparición de la enfermedad en el hueso que se planeaba extraer quirúrgicamente. Después siguió la desaparición de la sintomatología clínica y la mejoría de los exámenes de laboratorio”, relata el informe elaborado por Fray Marcelo Méndez, vicepostulador de la solicitud de beatificación que realizó la Orden Franciscana ante la Comisión Teológica de la Congregación para las Causas de los Santos, en la Santa Sede.
El beato que cura
“En las siguientes radiografías de controles realizados hasta hoy, persiste la curación del fémur sin que hayan sido afectados los cartílagos del crecimiento, que por la edad y la violencia de la infección deberían haber sido lesionados”, explica Fray Emilio Andrada, Ministro Provincial de los Franciscanos, en la carta que anunciaba la aprobación del milagro por parte de los teólogos del Vaticano.
Todos los traumatólogos, pediatras y médicos legistas que estudiaron el caso y examinaron la documentación clínica, coincidieron en la “inexplicabilidad científica de la curación”.
Por este milagro de la fe, acaecido 132 años tras la muerte del fraile franciscano, el Papa Francisco decretó, el 19 de junio de 2020, que se venere como beato a Fray Mamerto Esquiú.
El Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, Cardenal Marcello Semeraro, representará al Papa Francisco durante el rito de beatificación de este Venerable Siervo de Dios, que se hará efectivo en su Catamarca natal, el 4 de septiembre de 2021.
Pero quién es este beato de un solo milagro post mortem tan incuestionable como sorprendente?
¿Quién fue Fray Mamerto Esquiú?
Cuando nació en Piedra Blanca, Catamarca, el 11 de mayo de 1826, su madre, María de las Nieves Medina, ferviente católica, quiso bautizarlo con los nombres que honraba el calendario católico del día, como se acostumbraba entonces. Y le tocó en suerte Mamerto de la Ascensión, combinación de San Mamerto y el misterio de la Ascensión del Señor Jesucristo.
A su padre Santiago, ex soldado realista que había caído prisionero en la batalla de Salta, y luego logró recuperar la libertad, le pareció bien. Del mismo modo en que aceptó que su ferviente esposa lo arropara con el hábito franciscano desde lo cinco años de edad, con la promesa de que nunca se lo quitaría, para que lo protegiera.
Así fue como, a los 10 años, ingresó al convento franciscano catamarqueño; a los 22 años se ordenó sacerdote y un año más tarde ya daba su primera misa. Un hábito que no perdería hasta el último de sus días, el de repartir bendiciones, celebrar misas en cárceles, hospitales y asilos y, sobre todo, encender púlpitos con la llama de sus homilías.
Fue maestro de escuela, profesor de filosofía en un colegio secundario y formador teológico en el convento franciscano donde él mismo se había formado. Sin embargo, hay otra huella que dejó entre los argentinos que no contará el día de su beatificación: su fervor constitucionalista, que terminó siendo ejemplar en la famosa grieta entre unitarios y federales, y para las otras grietas argentinas que le sucedieron.
Fray Mamerto Esquiú, cura antigrieta
Tras la batalla de Caseros, cuando Juan Manuel de Rosas fue derrotado y se discutían la Constitución y la patria, el entonces gobernador de Catamarca, Pedro José Segura, convenció al cura de que pronunciara un sermón que fuera “un discurso patriótico” a favor del federalismo y en contra del tinte liberal que estaba ganando terreno en la organización nacional. Sin embargo, a pesar de su postura federalista, Fray Mamerto Esquiú sorprendió a todos con el tiro por la culata de la paz y la unidad nacional.
Lo pronunció el 9 de julio de 1853 y fue tan memorable que los anti-constitucionalistas cambiaron su voto y el presidente Justo José de Urquiza ordenó imprimirlo y distribuirlo en todo el país. Desde entonces se lo recordó como el Sermón de la Constitución, porque pedía postergar las ideas personales y celebrar una Constitución que le devolviera la paz y la unidad al país. Decía cosas como esta:
“Obedeced, señores, sin sumisión no hay ley; sin ley no hay patria, no hay verdadera libertad, existen sólo pasiones, desorden, anarquía, disolución, guerra..."
A partir de entonces, muchos quisieron que el cura del interior tuviera más protagonismo. Antes de que llegara el desencanto de la política, en 1876, fue vicepresidente de la convención que sancionó la constitución provincial de 1855, consejo asesor del gobierno catamarqueño, y un periodista político que se sacaba chispas con la pluma de Domingo Faustino Sarmiento.
Fundó el periódico El Ambato, el primero que hubo en Catamarca, cuya línea editorial rezaba en letras de molde en cada publicación: “No escribir ni publicar aquello que no se pueda sostener como caballero." Como editor, allí escribió, por ejemplo, en 1861-: “Aquí yace la Confederación Argentina, a manos de la traición, la mentira y el miedo. ¡Que la tierra porteña le sea leve!”, para comentar la derrota de la batalla de Pavón, el réquiem de la Confederación Argentina.
Decepcionado de la belicosidad de la política argentina, se abocó de lleno a la vida episcopal. Pidió su traslado a Bolivia y trabajó cinco años en el convento franciscano de Tarija, y luego otros cinco más en el arzobispado de Sucre. Fue entonces cuando el presidente Sarmiento lo nombró arzobispo de Buenos Aires y Fray Mamerto Esquiú lo rechazó: creyó que un arzobispo no podía ser considerado el opositor del presidente que había fogoneado la caída de la Confederación Argentina. Lo rechazó y se fue de viaje, porque sabía que terminarían convenciéndolo.
Primero estuvo en Perú, luego en Ecuador y cuando estaba celebrando misa en Jerusalén, recibió un pedido del superior general de la orden franciscana: debía regresar a Argentina para reorganizar la orden.
Tras 16 años fuera del país, Catamarca lo recibió con los brazos abiertos. Y entre gallos y medianoche, Fray Mamerto Esquiú redactó un extenso borrador para la convención reformadora de la Constitución Nacional que –sí, claro- acababa de integrar.
A fines de 1878, rechazó el pedido del presidente Nicolás Avellaneda de hacerse cargo del obispado de Córdoba. Poco después le llegó una carta del papa León XIII pidiéndole que aceptara la candidatura. "Si lo quiere el Papa, Dios lo quiere", aceptó y se fue para las sierras.
La primera vez en su vida que pisó Buenos Aires fue en 1880, cuando debió ir para recibir la orden episcopal. El presidente Julio Argentino Roca lo había invitado para dar el sermón en el Tedeum que celebraba la federalización de Buenos Aires. Y volvió a la carga. Primero contra Juan Manuel de Rosas, a quien responsabilizó de innumerables matanzas, pero luego siguió contra Nicolás Avellaneda y Roca, los anfitriones del momento, responsables de otras muertes en las Campañas al Desierto.
Los últimos años de Fray Mamerto Esquiú
Un tono muy diferente adoptó en su obispado cordobés. Defendía las tradicionales prerrogativas de la Iglesia en la designación de obispos y profesores de Teología y se oponía al matrimonio civil, el Registro Civil, la secularización de los cementerios y la enseñanza laica.
Quería que todos lo vieran como un padre humilde y austero, pero también como un predicador de a pie, que recorría todas las ciudades y pueblos de su diócesis.
Lejos de la ostentosidad que veía en la vida episcopal, prefería seguir con sus sandalias pobres llevando la caridad y la oración al rincón de los más necesitados. Y así fue hasta que la muerte lo sorprendió, el 10 de enero de 1883, en la posta catamarqueña de El Suncho.
Regresaba en galera a su sede episcopal en Córdoba, luego de un viaje por La Rioja, junto a su secretario. Pero no llegó. Algunos creyeron que lo habían envenenado y le hicieron una autopsia. Súbitamente había empezado a sentirse muy mal, pero no dejaba de repartir rosarios, estampas y medallas por donde pasara. Entregaba consejos y al primero que se acercaba le regalaba la comida, la vajilla y las toallas que el gobernador de La Rioja a su vez le había regalado.
La gente del pueblo lo despidió con faroles, lágrimas y antorchas a su paso. Días después, encontró el descanso eterno en la Catedral de Córdoba.
La inmortalidad
Ocho meses más tarde, Odorico Esquiú recibió el corazón de su difunto hermano en increíble estado de conservación. El mismo trasladó el “corazón incorrupto” hasta el convento franciscano de Catamarca, para que sea venerado. En 1990 lo robaron, pero apareció varios días más tarde en un techo del convento. En enero de 2008 fue robado por segunda vez, pero hasta ahora no se recuperó.
Aunque la tumba de Fray Mamerto Esquiú continúa estando en el lateral izquierdo del altar mayor de la Catedral de Córdoba, el 4 de octubre de 2018, parte de sus restos fueron trasladados en tres urnas especiales de acrílico hasta el Obispado de Catamarca y la sede provincial de los franciscanos. En ellas se distribuyeron dos vértebras y dos falanges del fraile; el hábito y sus sandalias; y tierra de su primera sepultura.
La Secretaría de Turismo de Catamarca diseñó en 2019 “El circuito turístico de Fray Mamerto Esquiú”, que enlaza en un único recorrido alguno de los hitos en la vida del beato franciscano: su pueblo natal, San José de Piedra Blanca, su cuarto en el Convento Franciscano y la Catedral Basílica de Nuestra Señora del Valle, en donde se conservan sus reliquias en una capilla.