Jerónimo Chemes es el responsable de La Chata Solidaria, una ONG que de forma periódica viaja desde la Ciudad de Buenos Aires al Chaco para llevar asistencia a los pobladores de las zonas más inaccesibles. Junto a su equipo, terminó el año pasado el segundo jardín de infantes en la región. Para hacerlo, como en cada obra que realizan desde hace más de 10 años, debió meter 40 mil kilos de materiales al medio de la selva, donde las condiciones de vida son deplorables. “Lo que ves ahí no es humano. No es pobreza o indigencia. Es el límite de la civilización”, explica Jerónimo a PERFIL.
Su historia, como muchas otras, empezó casi sin querer. Corría el año 2008 y a este joven porteño se le había muerto su madre en Australia. Ante la tristeza, sintió el impulso de hacer algo útil por los demás. Juntó cosas con sus amigos y a fin de año agarró su vieja camioneta Ford de tracción simple y sin aire acondicionado, cargó todo y se fue a Resistencia, Chaco, donde tenía un conocido. "En Resistencia, mi amigo me dijo 'vos estás demente, no tenés ni idea donde te vas a meter'. Me mandé al Impenetrable y al día siguiente hice 400 kilómetros, sin conocer nada, sin neumáticos especiales, sin doble tracción y con un motor de 60 caballos de fuerza. Dos días después, me había metido 400 kilómetros más y había repartido cosas casa por casa", relata a este portal.
Ese primer viaje lo marcó para siempre. El termómetro dentro de su camioneta marcaba entre 50 y 55 grados. Fuera del vehículo el clima no era mejor: hacían entre 45 o 48. "Ahí no tenés nada. La primera noche llegué hasta la mitad del Impenetrable, a un pueblito que se llama Nueva Pompeya. Dormí en una pieza que no tenía puerta y me caminaban bichos por los pies. Al día siguiente, compré agua y me seguí metiendo porque ya había dejado de ser un viaje personal. No podía creer lo que veía. Me fue cambiando el paradigma", cuenta con respecto a la región de bosque nativo de más de 40.000 kilómetros cuadrados que queda en la llanura al noroeste de la provincia del Chaco.
Al día siguiente avanzó por la selva 120 kilómetros. Las condiciones climáticas empeoraron. El termómetro dentro de su camioneta se derritió, no había más agua y Jerónimo comenzó a sentir los efectos: no podía hilar palabras por el calor y una señora con la que se cruzó lo vio tan mal que le dijo "usted se va a morir". A fuerza y empuje, se abrió camino por el desmonte durante 45 minutos y lo último que recuerda es un arco de fútbol perdido en media de la nada. "Me desmayé manejando y me desperté un par de horas después con un montón de gente alrededor que me miraba. Me encontraron y vieron que yo estaba con la camioneta ahí solo", recuerda hoy.
Después de descansar y terminar la travesía, Jerónimo tardó tres días en regresar a la Ciudad de Buenos Aires. Pero algo en su cabeza había cambiado. “Con ese viaje, entendí tres cosas: que Dios me había dado otra oportunidad, que solo no se podía hacer y que tenía que tener las agallas para poder hacer algo con todo eso que me permitiera ayudar más", afirma. Cuando volvió —dice— su cabeza explotó. “Mi problema era cómo hacía yo para contar esto y que la gente me creyera. Al Impenetrable no lo conoce nadie y ahí la gente está viviendo en otro tiempo. Quería juntar donaciones y encontrar a alguien que me ayude", relata.
Escribió la historia por mail y les contó a sus conocidos. Para el segundo año, consiguió que lo acompañe un amigo en la misma camioneta. Pero ya había aprendido la lección: llevó agua, combustible y palas. El tercer año fueron cuatro amigos en dos vehículos y así empezó a crecer lo que con el tiempo se transformó en La Chata Solidaria, que hoy cuenta con un equipo de 14 personas y un grupo de profesionales de la salud como psicólogos, médicos, cardiólogos y ginecólogos, entre otros. "Una vez, llevamos médicos, agarramos un pequeño colegio y lo convertimos en un hospital. Ahí se atienden las especialidades a unas 500 personas por día. A un hombre la sacaron una cucaracha que la tuvo por dos años. Vino hasta gente con lepra. Cuando te enfrentas a un monstruo de este tipo, con gente que se muere por gripe, no por coronavirus, estás lidiando con el principio de la humanidad", dice.
"Al tipo con el bicho en la oreja no le podés explicar que se tiene que higienizar bien porque no tiene agua ni baño. La gente no conoce una canilla. Un nene me preguntó una vez si es verdad que en la Argentina la gente vivía en pilas, como apilados en edificios; también si era verdad que había escaleras que andaban solas, porque se lo habían contado una vez y pensaba que era un chiste. La psicólogas le tiene que explicar a los nenes qué son los juguetes, no saben lo que es un avión", detalla.
Este año, planean realizar cuatro viajes y aunque la empresa Ford les habilita los vehículos y la compañía YPF les suministra parte del combustible Infinia, el resto de las obras las hacen de forma completa con lo que la gente dona. "Cada vez los viajes son más caros porque no somos ajenos al contexto del país. Necesitamos que nos apoyen porque cada vez que salimos tenemos que ponerle combustible a la camioneta. Cada viaje son entre 60 o 70 mil pesos por camioneta. Lo que necesitamos es que la gente nos ayude con lo que pueda: una transferencia o con la tarjeta de crédito, que se puede donar desde un peso por mes. Cuánto más plata tengamos mas viaje hacemos", concluye Jerónimo.
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