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Africa, el jardín de atrás

¿Qué es el colonialismo verde?

El “mito del edén africano” promueve un paraíso salvaje y único que hay que usufructuar y, sobre todo, poner a salvo de los africanos. Así es el neocolonialismo de las grandes potencias en el siglo XXI.

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Cazadores en África. | IMDB

Todo comenzó en el siglo XIX y sería facilísimo decir que la culpa siempre es de los colonizadores. Sin embargo, eso sería saltar por arriba del charco para no salpicarse los zapatos. La editorial francesa Flammarion acaba de publicar un libro que acuñó un concepto del cual habla en estos días toda la francofonía: “colonialismo verde”. 

¿Y eso qué es? Es feo adelantar los finales, pero si no seguirá leyendo, conténtese con una apretada síntesis: los parques nacionales fueron un invento del imperialismo europeo para poder hacer bien lejos todas las trapisondas que no podían hacer en casa. Así, Africa nunca progresó ni jamás lo logrará: está condenada a ser el edén que los europeos no supieron conservar en su propio continente.

“La revolución industrial, es cierto, destruyó la naturaleza en Europa y se persuadió a los colonos de reencontrarla en Africa. Allí es donde descubrimos finalmente la naturaleza, en parques que luego devendrán Parques Nacionales, en donde meten cotos de caza y criminalizan a los habitantes inventando el mito del ‘buen cazador’ y el ‘mal cazador’. Los primeros parques nacionales fueron creados a partir de 1920, por cazadores europeos: británicos, italianos, belgas, franceses, portugueses. Todos deploraban la desaparición de la gran fauna, pero ellos fueron en gran parte los responsables”, relata cronológicamente Guillaume Blanc, un francés historiador del medioambiente.

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“El buen cazador es el blanco, que caza por el trofeo; el malo es el cazador furtivo, negro, que caza para alimentar a su familia”

Cinco años atrás, la tesis doctoral de Blanc hizo ruido cuando la Universidad de la Sorbonne decidió publicarla a pesar de que no dejaba muy bien parada a Francia: “Una historia ambiental de la nación. Miradas cruzadas sobre los parques nacionales de Canadá, Etiopía y Francia”.

Ahora, Blanc vuelve a la carga con otra publicación: “El invento del colonialismo verde, para terminar con el mito del Edén africano”. En el texto, este especialista en Africa contemporánea acude a números, archivos y citas para explicar que “cuando las colonias africanas se independizaron, esos parques naturales, lejos de desarmarse, fueron multiplicados por los organismos internacionales”. 

Este proceso de dos siglos, lejos de beneficiar a Africa, dejó sin hogar a cerca de 14 millones de personas, los obligó a migrar o, para conservar la tierra, los esclavizó. “Aún hoy, centenas de personas son abatidas en los parques por cazar, por cultivar; se les cobra multa o son encarcelados”, resume Blanc en vivo durante una emisión de la cadena de televisión TV5 Monde.

Todo esto, llevó a la deshumanización de Africa. Los europeos crearon el mito del Edén Africano. 

Buscaban un “planeta” verde, virgen, salvaje y tuvieron que crearlo, porque así como lo imaginaron, no existía. 


Quisieron “naturalizar” Africa y en consecuencia tuvieron que deshumanizarla. Los “expertos” que participaron de este proceso –al principio, sólo europeos y estadounidenses- ordenaron a los africanos que abandonaran su hogar; tiempo después, con naciones “libres”, pero con complicidad de algunos líderes africanos, los empujaban al “retiro voluntario”.

De hecho, en Rey León (Disney, 1994) Simba debe luchar contra las hienas en un continente que se muestra vacío, pero que en realidad fue vaciado. "Es el círculo de la vida, lo que nos mueve a todos a través de la desesperación y la esperanza, a través de la fe y el amor", dice Rakiki en la película.

En el Africa colonial de 1928, administradores, cazadores y hombres de negocios crearon la primera organización de protección de la naturaleza, con nombre rimbombante: la “Oficina internacional de documentación y de correlación para la protección de la naturaleza”. Cambió de nombre en 1934, 1948 y 1954 hasta el nacimiento de World Wildelife Found (WWF, por sus sigles en inglés), en 1961.

Y Blanc dispara todas sus flechas contra la WWF: “La realidad es chocante, pero detrás de esto estuvo UNESCO y Naciones Unidas. En los archivos de los años 60 a los que yo pude acceder, constaba claramente que “se crea WWF para hacer frente a la africanización de los parques [naturales]”.

El discurso cambió, pero el espíritu permanece intacto: “salvar a Africa de los africanos”, insiste el historiador. El eslogan actual del organismo reza “nuestra misión es conservar la naturaleza y reducir las mayores amenazas contra la diversidad de la vida en la Tierra”.

El ímpetu europeo de preservar la naturaleza es una demostración de poder, en cualquier continente. Lo hizo Italia en Eritrea y lo hizo Francia en Etiopía. 


Convirtiéndolas en Parques, el estado puso fronteras en las zonas agropastoriles secesionistas, con pobladores que resistían el poder central. Desde luego, la violencia que impone un estado colonial no es del mismo calibre que la que ejerce un estado nación que echa el ancla en zonas rurales para fortalecer la República. Aunque ambas, de una manera u otra, violentan a la población local que vive trabajando la tierra. 

Lo que diferencia a Europa de Africa es la representación del vínculo social con el medioambiente. En Europa, la protección de la naturaleza se acompaña de un discurso que insiste en la adaptación: los pastores y agricultores han sabido adaptarse al medio, lo moldearon. El poder público destaca la armonía naturaleza-cultura que resulta de esa ocupación ‘tradicional’ de la tierra. El discurso es muy diferente en relación a lo africano. Desde fines del siglo XIX, botánicos, zoólogos y geógrafos europeos elaboran un discurso de depredación que no cesa desde entonces. Lo que en Europa se considera adaptación, en Africa se censura como degradación”, cita Guillaume Blanc, miembro del laboratorio Tempora y disertante habitual de la Universidad de Rennes 2. 

Y ejemplifica con el Parque Nacional de Cévennes, en el Macizo Central de Francia: 85.000 hectáreas con 14 habitantes por kilómetro cuadrado, que fue catalogado como patrimonio “emblemático” en 2011 por ser “ser representativo de la relación entre los sistemas agropastorales y su medio ambiente biofísico, en particular a través de cañadas”. 

Las montañas de Simien, en Etiopía son un buen contra-ejemplo. Fueron incluidas por UNESCO en su selecto grupo de Patrimonio de la Humanidad, en 1978. Sin embargo, en 2013 el organismo intimó a las autoridades etíopes a que sacaran del valle a localidad de Gich, que no era un pueblo fantasma. Los intimó advirtiendo que retiraría a Simien de la Lista de Patrimonio Mundial en Peligro. Finalmente, en 2017 lograron que los pobladores abandonaran la Meseta de Gich. El pueblo se destruyó y tiempo después varias agencias promocionaban “el senderismo por las montañas etíopes más bellas”. 

¿Naciones Unidas nunca se enteró? Claro que sí: “La erosión secular masiva ha creado en la meseta etíope uno de los paisajes más espectaculares del mundo con picos, valles hondos y precipicios escarpados que alcanzan los 1.500 metros de profundidad. El parque sirve de refugio a especies animales extremadamente raras como el babuino gelada, el zorro de Simien y el ibex walia, una cabra montesa que no se encuentra en ningún otro lugar del mundo”. Cuando el parque finalmente se vació de africanos, en enero de 2019, UNESCO le restituyó su lugar en la lista dorada.


La mayoría de sus habitantes se convirtieron en mendigos, porque les resultaba más rentable vivir de la limosna del turismo internacional.


Antes eran simples paisanos que desarrollaban una agricultura de subsistencia, marchaban a pie o a caballo, y vivían sin luz ni celular. Nadie cree que hubieran provocado nuestra actual crisis ecológica mundial.

“Yo desearía que WWF tome en Africa la misma política que defiende en Europa: la coevolución entre los agricultores estables y el mundo natural. En Europa UNESCO valoriza la adaptación y en Africa condena la degradación, como si el hombre africano degradara su propia tierra. Si esto es un mito colonial, llegó la hora de reconocer el error”, apostrofa el historiador.