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Ianina Tuñón: “Ya tenemos varias generaciones de niños que han transitado su vida en la pobreza”

La doctora en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires (UBA) e investigadora de la Universidad Católica Argentina (UCA) se especializa en sociología infantil y estudios sobre pobreza. La precariedad en la que vive un gran sector de la Argentina. Los jóvenes que serán "descartables". Y la dirigencia política que no da respuesta desde hace décadas.

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Ianina Tuñón se especializa en sociología infantil y estudios sobre pobreza en la Argentina. | Ernesto Pages

Doctora en Ciencias Sociales, magister en Investigación en Ciencias Sociales y licenciada en Sociología por la Universidad de Buenos Aires (UBA), coordinadora e investigadora responsable del Barómetro de la Infancia del Observatorio de la Deuda Social Argentina en la Universidad Católica Argentina (UCA), investigadora en el Departamento de Humanidades y Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de La Matanza (UNLaM), Ianina Tuñón se especializa en sociología infantil y estudios sobre pobreza en la Argentina y esta semana participó de la Agenda Académica de Perfil Educación. “Ya tenemos varias generaciones de niños que han transitado su vida en la pobreza, después son adolescentes y jóvenes que tienen muchas dificultades para poder integrarse en el mundo del trabajo y en el mundo de los adultos. Ya hace más de dos décadas que tenemos situaciones de pobreza que son graves en la Argentina”, sostuvo.

Docente de Metodología de la Investigación Social en la UNLaM y en la UCA, Tuñón es autora de una gran producción académica, con ensayos como “Desafíos del desarrollo humano en la primera infancia”; “Aproximación a la medición de la pobreza infantil desde un enfoque multidimensional y de derechos”; La pobreza infantil en clave de derechos humanos y sociales: definiciones, estimaciones y principales determinantes”; “Los jóvenes y el mundo del trabajo en la Argentina actual” y “Los jóvenes y el mundo del trabajo en la Argentina actual”. “Gran parte de los adolescentes más vulnerables no atienden su salud básica, no van a controles de salud física, no van a un odontólogo, no van a hacerse controles clínicos, menos van a ir a un psicólogo o a consultar a alguien que los oriente respecto de cuál puede ser su vocación. La vida de los jóvenes vulnerables es mucho más acelerada, más frenética y más exigida en términos de incorporarse más tempranamente al mundo de los adultos”, agregó.

En “Desafíos del desarrollo humano en la primera infancia” usted desarrolla un análisis sobre las desigualdades en los recursos físicos, humanos, emocionales y sociales que intervienen en los procesos de crianza, cuidado y socialización, que comprometen el pleno desarrollo de la primera infancia en la Argentina urbana. Teniendo en cuenta que el Indec acaba de informar que el segundo semestre del año pasado la pobreza fue de 39,2% y la indigencia de 8,1%, a la vez que destacó que el 54,2% de los niños menores de 15 años son pobres en la Argentina, unos 6 millones de niños y niñas. ¿La primera infancia argentina está atravesando la peor crisis de las últimas décadas?

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—Es una crisis más, pero cuando se es niño y se es pobre las secuelas que deja la pobreza son bastante más graves que en otro grupo de edad. Básicamente porque los niños están transitando un proceso de desarrollo de capacidades, entonces cuando sos niño y transitás la pobreza en ese proceso de desarrollo de tus capacidades las marcas que puede dejar en término de ese desarrollo de tu máximo potencial son mucho más graves y difíciles de revertir que cuando sos más grande. Ya tenemos varias generaciones de niños que han transitado su vida en la pobreza, después son adolescentes y jóvenes que tienen muchas dificultades para poder integrarse en el mundo del trabajo y en el mundo de los adultos. Ya hace más de dos décadas que tenemos situaciones de pobreza que son graves en la Argentina. Y la pobreza económica, que es la que publicó el Indec hace unos días, es bastante poco específica para entender la vida de un niño en contexto de pobreza. La pobreza infantil tiene múltiples dimensiones por lo que implica en términos de poder desarrollar capacidades vinculadas a lo psicológico, a lo físico, a lo emocional. La economía de un hogar es importante porque tiene muchos impactos, pero también hay pobreza que reproduce el sistema social en el que vivimos y que tampoco sirve para rescatar a esas infancias de esa pobreza económica que tienen las familias. En ese marco, podemos decir que los niños son privados en el ejercicio de muchos derechos y en el desarrollo de muchas capacidades en la Argentina. Son niños que nacen y se desarrollan en contexto de una pobreza crónica y estructural. El 60% de los chicos son pobres en la Argentina, pero no son todos iguales, es decir hay heterogeneidades en el interior de la pobreza. Hay niños que viven estructuralmente en la pobreza a lo largo de los años, que se gestan, crecen y desarrollan en contexto de pobreza. Y hay otros chicos que tienen una mejor suerte y quizá pasan momentos de crisis en contexto de pobreza o están más cerca de lo que llamamos la “crema” de la pobreza, que son los límites más próximos a ese umbral que se ha establecido de manera bastante arbitraria en relación con el dinero que debe reunir un hogar para adquirir una canasta básica de alimentos y servicios. Pero los niños que viven en una pobreza más crónica están en hogares que no pueden reunir esos recursos económicos y otros muchos recursos, como por ejemplo, el clima educativo y emocional de sus familias, es decir, con padres que tienen muy bajo nivel de instrucción, o muchas dificultades en términos psicológicos o situaciones de mucho estrés -no saber qué vamos a comer dentro de unas horas- es complejo aprovechar las pobre estructuras de oportunidades que puede ofrecer una sociedad. Son también familias, en las que a veces, existe mucha violencia y en las que muchas veces hay consumos nocivos. Entonces son niños que están un poco a la deriva. Esa pobreza tan estructural ya lleva mucho tiempo en la Argentina. Muchos de estos niños nacen en contexto de familias con padres muy jóvenes, que inician muy tempranamente la adultez, y carecen de recursos para la crianza. Pensemos que la Asignación Universal por Hijo ya tiene más de diez años y antes del 2010, que fue cuando se creó, ya teníamos niveles de pobreza que también eran elevados. En esta última década nunca tuvimos menos de cuatro de cada diez niños en situación de pobreza, hoy ya estamos en casi seis de cada diez. Por lo que tenemos generaciones de chicos que tienen muchas dificultades para integrarse y que se van a estar sumando a las tasas de desocupación o empleo precario de muy baja calidad. Y eso tiene que ver, en buena medida, con los procesos de crianza y socialización de los chicos, que muchas veces son invisibilidades cuando se analiza el problema que forma parte del mundo de la juventud pero que se gesta en estos primeros años. Cuando tenemos empresas como Toyota que dice que no tiene forma de ocupar los puestos de trabajo con jóvenes porque no tienen el capital humano mínimo de salud y educación ni siquiera para poder ser capacitados por esa empresa y poder afrontar un empleo, no solamente estamos hablando de la escuela también estamos hablando de procesos que se supone que se desarrollan en el ámbito familiar y que ya al menos dos generaciones no lo han podido hacer.

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Tuñón advierte que ya hace más de dos décadas que Argentina enfrenta problemas de pobreza extrema en la niñez.

—En “Aproximación a la medición de la pobreza infantil desde un enfoque multidimensional y de derechos” se plantea preguntas sobre cómo mejorar la situación de pobreza infantil. Ese artículo fue publicado hace una década, cuando los índices de pobreza infantil eran muy inferiores al actual. ¿Es posible decir que hay un fracaso colectivo de la dirigencia argentina para combatir la pobreza infantil que, sin dudas, es la que más duele?

Hay un fracaso de la dirigencia argentina para combatir la pobreza infantil y también para combatir la pobreza en general en la Argentina. Porque la pobreza infantil es nada más que consecuencia que la pobreza general, pero se ve más en los niños porque el peso relativo que tienen los niños en los hogares más pobre es muy alto. Pero no sé si ha sido un propósito de la clase dirigente argentina bajar los índices de pobreza infantil. Creo que la pobreza medida por ingresos claramente no está orientada específicamente a los niños, aunque uno podría decir que la Asignación Universal por Hijo en el 2009 tuvo el objetivo de producir quizá una merma en la pobreza económica monetaria a través de los niños y muy probablemente eso haya sido así, pero lamentablemente la Argentina tiene niveles de inflación que hacen difícil que las transferencias de ingresos por sí mismas logren producir una merma en la pobreza monetaria. Es un fracaso en múltiples frentes porque algo que implicó ese artículo al que se hace referencia en la pregunta era poder visualizar que era necesario medir la pobreza de otra manera en la Argentina y que había corresponsabilidades que implican al Ministerio de Educación, al Ministerio de Salud, al Ministerio de Desarrollo y hasta al Ministerio de Ciencia y Técnica porque hay muchos sectores del estado que están vinculados directa o indirectamente con el mundo infantil y que pueden hacer algo para cambiar la vida de los chicos. Porque transferir dinero a las infancias es la política más sencilla, la más fácil, y quizá la más exitosa en términos de cobertura, pero es algo que no logra modificar en modo sustantivo el presente de los chicos ni logra constituirse en una inversión para el futuro. Lo que se logra con esas transferencias de ingreso es simplemente evitar lo peor, es decir, evitar el hambre. Evitar que las familias no puedan sostener lo mínimo, que es la vida. Si medimos la pobreza monetaria, el principal problema que tenemos en buena medida es la inflación, porque el efecto de la transferencia de dinero es mínimo como consecuencia de la inflación. Pero también por el efecto del mundo del empleo, una gran parte de los niños se concentran en hogares que pertenecen al mercado informal de la Argentina, el más precarizado. Entonces, tenemos un doble efecto: cómo la inflación pulveriza especialmente los ingresos de los sectores sociales precarizados o informales y cómo son afectados en el mundo del trabajo. Sin embargo, cuando se analiza un indicador como el de necesidades básicas insatisfechas se advierten progresos en la Argentina. No se publica tanto este indicador, porque depende de los censos de población, pero cuando veamos el censo de población de 2020 y lo comparemos con el de 2010 podremos ver qué pasó con el acceso al agua, el hacinamiento, el saneamiento, vamos a ver, seguramente, mejoramos en esas condiciones estructurales del hábitat. Los indicadores de pobreza representan diferentes situaciones y dependen de los umbrales que se establecen y en Argentina la pobreza monetaria es como un cardiograma que tiene muchas posibilidades de dispararse en función de una macroeconomía muy insalubre.

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Tuñón ha realizado una gran producción académica con ensayos que analizan la situación de vulnerabilidad en la Argentina.

—En “La pobreza infantil en clave de derechos humanos y sociales: definiciones, estimaciones y principales determinantes” usted advierte que los niños, niñas y adolescentes conforman una de las poblaciones más vulnerables a la pobreza. ¿Qué representa en términos de derechos humanos y sociales el aumento de la pobreza infantil?

—Representa que vamos a tener adultos con muchas menos capacidades. Tenemos una sociedad en la que vamos a tener cada vez más adolescentes y jóvenes con menos capacidades para poder desarrollar su máximo potencial. En este momento también tenemos un problema de mercado, porque muchas veces se plantea que las nuevas generaciones no van a tener las credenciales educativas necesarias para integrarse al mundo del trabajo y la respuesta obvia es que sí, que parte de eso ocurre, pero también hay un mercado que tiene poca capacidad de absorberlos, independientemente del nivel educativo que hayan alcanzado. Supongamos que en el largo plazo en la Argentina tenemos un mercado que tiene capacidad de absorberlos, entonces ahí sí vamos a tener que focalizar más en esta idea de que no tenemos un capital humano que esté a la altura de esas circunstancias. Hoy no ocurre ni una cosa ni la otra, es decir, no tenemos jóvenes que logren la credencial de la escuela secundaria en condiciones de equidad y de buena calidad para poder integrarse al mundo del trabajo, pero tampoco tenemos un mercado que pueda absorberlos. Con lo cual tenemos cada vez más adolescentes y jóvenes que van a ser de alguna manera descartables para nuestra sociedad y tendremos el desafío sistemáticamente de ver cómo hacemos para lograr su sustento. Y ese es un tema que ninguna dirigencia política está encarando seriamente porque implica hacer cambios importantes a nivel educativo, yo diría revolucionarios, que no estamos haciendo. Y estamos pensando, además, que el único lugar para los adolescentes es el espacio escolar, cuando los adolescentes están encontrando otras formas de socializarse y de integrarse al mundo. A veces lo hacen muchas mujeres, más del 70% de las mujeres pobres lo hacen a través de la reproducción de sus propios hogares, la crianza y el cuidado, todas actividades de muy poco valor en la Argentina, que nadie las valora y ni capacita, acompaña en esos procesos que también podrían ser forma de integración que tienen un valor en términos de inversión muy importante para la sociedad. Por otra parte, también tenemos jóvenes que encuentran atajos para la integración, que están más vinculados a actividades de tipo delictivas o muy marginales. Con lo cual, creo que tenemos que innovar en términos de pensar qué escuela es necesaria y también qué formación es necesaria para el trabajo para proporciones muy importantes de adolescentes y de jóvenes que no van a seguir la universidad.

—En “Jóvenes excluidos y políticas fallidas de inserción laboral e inclusión social” usted muestra que la juventud y, en particular, la actual cohorte de edad que transita la salida de la escuela media y la entrada al mercado laboral constituye un segmento social fuertemente afectado por los cambios ocurridos en el sistema productivo, el mercado de trabajo. A partir de esos antecedentes. ¿Cuáles son los errores más importantes que se cometen desde el Estado en el diseño de esta serie de políticas fallidas de inserción laboral para los jóvenes?

—Hay muchas experiencias que se han basado en esta teoría del capital humano, que sostiene que te educamos y te capacitamos para que consigas un mejor trabajo, que han mostrado que en la Argentina no funciona de esa manera. Primero, deberíamos preguntarnos qué tan exitosos son esos programas, que se han desarrollado mucho desde los noventa en el Ministerio de Trabajo con fondos de organismos internacionales, bajo el supuesto de que la capacitación de jóvenes garantiza conseguir un mejor empleo. En parte tiene que ver con lo que hablábamos antes, hay un mercado que no tiene capacidad de absorberlos incluso cuando están capacitados, pero también hay un proceso que tiene que ver con qué capacitación ofrecemos y a quiénes capacitamos. Los jóvenes más excluidos y marginales de la Argentina no llegan a estos procesos de capacitación y hay mucha evidencia de que los que llegan a estos procesos son los jóvenes más integrados, que por ahí no terminaron la escuela secundaria pero todavía no tienen hijos ni otras complicaciones propias del mundo adulto, mientras que los jóvenes en condiciones de mayor nivel de marginalidad tienen muchas dificultades para logar participar de estos programas de capacitación. Y hay algo que suele escapar a estos programas, que tiene que ver con lo que denominamos capital social, que es algo que también se vincula con los procesos de crianza y socialización de los chicos cuando están en la escuela primaria y cuando transitan la adolescencia, que significa que los procesos de formación y capacitación que ellos logran tener en su contexto son eminentemente pobres, es decir, no transitan por procesos donde ir a la escuela se constituya en un recurso humano y social valioso. Entonces, aquellos que logran la credencial de la escuela secundaria en estos contextos de pobreza son los que finalmente participan en estos programas de capacitación en oficios y los demás quedan por fuera. En parte, los procesos de capacitación no son exitosos porque no llegan a los jóvenes que más lo necesitan. Y porque no logran superar el escollo y la barrera que supone un capital social pobre. Porque una vez que tengo esa capacitación, que tengo ese oficio, se plantea este interrogante: ¿cuál es mi red para conseguir un empleo y no terminar empleándome en el circuito que ha sabido construir mi propia familia, el contexto de mi propio barrio?

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Tuñón aclara que la vida de los jóvenes excluidos es más exigida en términos de incorporarse al mundo de los adultos.

—En “Los jóvenes y el mundo del trabajo en la Argentina actual” usted señala que los estudios muestran que la situación de desempleo debilita tanto la integración social de los jóvenes como la conformación de una identidad como adulto, a la vez que advierte sobre los riesgos en términos de depresión, ansiedad y autoestima. ¿Cómo opera este fenómeno cuando se piensa en el futuro inmediato de estos jóvenes inmersos en un marco de precariedad?

—Las problemáticas psicológicas atraviesan a distintas juventudes, no solo a los jóvenes más pobres. Pero sucede que en estos contextos hay mucho menos recursos del entorno que puedan ayudar a ese joven. Gran parte de los adolescentes más vulnerables no atienden su salud básica, no van a controles de salud física, no van a un odontólogo, no van a hacerse controles clínicos, menos van a ir a un psicólogo o a consultar a alguien que lo oriente respecto de cuál puede ser su vocación. La vida de los jóvenes vulnerables es mucho más acelerada, más frenética y más exigida en términos de incorporarse más tempranamente al mundo de los adultos. Mientras que los otros jóvenes más aventajados tienen la gran ventaja o el lujo en la Argentina de permitirse una amplia moratoria social y cuentan con muchos recursos de su entorno para manejar su malestar o su proceso de construcción de su propia identidad. En el otro extremo tenemos muy pocos recursos familiares próximos, pero también tenemos muy pocos recursos de la sociedad. Son muy pobres las estructuras de oportunidades que tienen los niños y los jóvenes cuando son pobre en la Argentina. Cuando se observan las estadísticas, uno muchas veces se sorprende sobre la poca capacidad de cambio en un sentido positivo que tiene nuestra sociedad porque logramos sostener niveles de injusticia tan elevados que ya se tornan estructurales para muchos. Pero eso es aún más grave cuando se toma contacto directo con los niños. En este momento estamos haciendo un estudio de impacto de un programa social de una Organización llamada Haciendo Camino, en Santiago del Estero, con niños que realmente viven en la marginalidad en su máxima expresión, porque son chicos que residen en lugares muy alejados e inhóspitos, donde hace muchísimo calor, donde no hay agua, donde en este momento hay niveles altísimos de dengue y nadie lo sabe, donde las mamás tienen muchísimas dificultades para poder mirar a su hijo como ese hijo necesita ser mirado y reconocido. Un bebé necesita que su mama lo mire como él mira a su mamá y esa conexión no se da y esa conexión que falta no es gratuita para ese niño en términos de la construcción de su identidad como ser humano. Y esa mamá no lo puede mirar, con la relevancia que tiene el vínculo visual entre el bebé y su madre, y el vínculo de apego, porque esas mamás están “destruidas” en muchos aspectos, porque nacieron y se criaron en contextos de muchas privaciones y carencias. Construir la maternidad para ellas es un desafío enorme. Y esas infancias están totalmente fuera de la brújula de la clase política argentina. Y para mí significa mucho dolor porque siento que mi trabajo es bastante inútil en una sociedad que no la dirigen sociólogos, sino una clase política que quizá es lo peor de nosotros.

—Esta sección se llama Agenda Académica porque busca darle espacio en los medios masivos de comunicación a investigadores y docentes universitarios para que puedan dar cuenta de su trabajo. La última pregunta tiene que ver, precisamente, con cada objeto de estudio: ¿Por qué decidió especializarse en sociología infantil y estudios sobre pobreza en la Argentina?

—No creo que haya sido una elección que haya realizado con absoluta libertad. Creo que el mundo de las oportunidades de empleo fueron las que me llevaron a trabajar con temas de juventud y trabajo. Y en ese proceso decidí que podía ser mi objeto de estudio para hacer mi tesis. Creo que fueron los temas y los problemas a investigar los que me encontraron a mí y no fui yo la que encontró esos temas y problemas. Y sí creo que son temas que me han interesados mucho y los he hechos míos. Y así llegue a trabajar en el Observatorio de la Deuda Social, que es una experiencia extraña porque la realidad es que hay pocos sociólogos que trabajen de investigadores en las ciencias sociales y aquí somos un equipo de investigadores que trabajamos en un espacio físico todos los días, nos vemos las caras y ocupamos buena parte de nuestro día trabajando en equipo, haciendo investigación empírica y una encuesta nacional que todos los años hay que llevar adelante en un territorio tan extenso y tan complejo como es la Argentina, tratando de llegar a los más pobres pero también tratando de llegar a los más ricos, ambos extremos muy difíciles de abordar y con el objetivo de poder dar cuenta de las desigualdades sociales que atraviesan a nuestra sociedad. A veces con mucho entusiasmo y a veces con menos entusiasmo, porque el objetivo que tiene el Observatorio es transferir el conocimiento a la sociedad y no siempre tenemos buenos receptores en los espacios de los decisores de políticas públicas.