Agenda Académica

Hernán Confino: “La Contraofensiva montonera fue un fracaso desde todo punto de vista”

El doctor en Historia por la Escuela Interdisciplinaria de Altos Estudios Sociales de la Universidad Nacional de San Martín analizó la estrategia del movimiento armado peronista. La asociación entre kirchnerismo y montonerismo. La relación con Perón. Y el uso de la historia.

Hernán Confino se especializa en historia reciente, represión estatal y movimientos armados de los setenta. Foto: Néstor Grassi

Doctor en Historia por la Escuela Interdisciplinaria de Altos Estudios Sociales (EIDAES) de la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM), profesor en Enseñanza Media y Superior en Historia por la Universidad de Buenos Aires (UBA), coordinador del Núcleo de Historia Reciente de EIDAES/UNSAM y becario posdoctoral del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) en la EIDAES, Hernán Confino se especializa en la investigación de historia reciente, represión estatal y movimientos armados de los setenta y esta semana participó de la Agenda Académica de Perfil Educación. “Hay cuestiones a pensar sobre la excepcionalidad de Montoneros en el tratamiento que recibe esa organización con respecto a otra, sobre todo, en el espacio público, no tanto en la academia. En la academia es un objeto de investigación como cualquier otro, y de hecho esto nos lleva a pensar algo también: hay una asociación entre kirchnerismo y montonerismo que habla más del presente que del pasado. Sobre todo, porque si tenemos en cuenta y seguimos la trayectoria de los ex montoneros, lo primero que podemos encontrar es que los ex montoneros no reingresaron en masa a el peronismo. Incluso, diría una ex montonera fue ministra con el gobierno de Mauricio Macri, no con un gobierno peronista, entonces ahí también hay una paradoja”, sostuvo.

Docente de “Historia General” en las carreras de Sociología y Antropología de la Escuela IDAES y de “Problemas Históricos Contemporáneos” para las maestrías de Ciencia Política y Sociología Económica de UNSAM, Confino es autor de una gran producción de ensayos académicos, entre los que se destacan La Contraofensiva: el final de Montoneros; La dimensión económica de la lucha antisubversiva de la última dictadura Argentina: El lucro en la ESMAEl reclutamiento y entrenamiento para la Contraofensiva (1978-1980). Reflexiones sobre la política y la violencia en los últimos años de Montoneros; Héroes, víctimas y enajenados. Los motivos de los militantes de Montoneros que participaron de la Contraofensiva (1978-1980). “Las declaraciones de Fernando Vaca Narvaja son declaraciones políticas. Es decir, a él no le interesa pensar a la Contraofensiva históricamente. Lo que está haciendo es un balance y es un balance que, obviamente, trata de dejar muy bien parada la historia de la organización que él condujo. Dicho esto, la Contraofensiva montonera fue un fracaso desde todo punto de vista. Vaca Narvaja dijo que fue un éxito, vinculándola con la insurrección del Sandinismo de mediados de 1979. Es cierto que podría haber un mismo espíritu epocal ideológico, pero el triunfo del Sandinismo no tuvo nada que ver la Contraofensiva de Montoneros, por más que las organizaciones eran aliadas”, agregó.

—En La Contraofensiva: El final de Montoneros, usted presenta la Contraofensiva alejada de las definiciones que la señalan como “una locura, un suicido, una aventura mesiánica o una deriva militarista”. ¿Qué fue, entonces, la Contraofensiva?

Una de las cuestiones que trato de pensar es a la Contraofensiva por fuera de esos registros, entendiéndola como una estrategia que fue bastante coherente con el resto de la trayectoria de Montoneros. ¿Qué fue la Contraofensiva? Fue una estrategia político militar que incluyó atentados militares contra el gabinete económico de la dictadura y también interferencias a los programas de televisión con proclama montoneras, muchas grabadas por Mario Firmenich en el exilio. Tenemos que pensar que, para este momento, un grueso de la organización estaba exiliado desde fines de 1976, entonces la Contraofensiva, que se decidió en 1978, implicó dos retornos en 1979 y en 1980 de, aproximadamente, entre doscientos y trescientos militantes, aunque siempre nos faltan datos para precisar las cifras finas. En la en la segunda oleada, que arranca más o menos en febrero de 1980, se produce prontamente el secuestro de todo lo que era el grupo de “Infantería”, es decir, creado para realizar atentados militares. Fueron secuestrados por acción del Batallón 601 en muy poco tiempo, con lo cual ahí Montoneros directamente suspende el accionar militar. La temporalidad de la Contraofensiva tiene que ver un poco con eso, no la podemos entender sin considerar la ida del exilio que se define en 1976, pero es una estrategia que va entre 1978 y mediados de 1980.

Mario Firmenich y la conducción histórica de Montoneros, que decidió la Contraofensiva que fracasó política y militarmente.

—Es muy valorable en términos académicos la premisa que usted se impone de no adjetivar a la Contraofensiva. Pero después de toda la investigación realizada, ¿qué es lo que define, para usted, a la Contraofensiva?

No es que esté en contra de adjetivarla, sucede que me planteo mucho, en este sentido, cuál tiene que ser el lugar del discurso histórico, que busca comprender y no juzgar. Ni juzgarla como una locura, que impida la comprensión, ni desde el lugar de una impugnación moral de los métodos políticos militares, ni tampoco recuperarla épicamente porque también eso lleva a una mirada opuesta, que tampoco permite pensarla y entenderla. Para mí fue una estrategia, que terminó siendo la última. De hecho, si vemos los documentos de Montoneros, ya desde 1975 se hablaba de una hipotética Contraofensiva. Entonces, tampoco fue intempestiva. Sí creo que, al ser la última estrategia de Montoneros, hay que desarmarla bien porque casi todos los discursos que se refieren a la Contraofensiva son discursos que hacen balances políticos o ajustes generacionales de cuentas. Y eso nos dice mucho más de los presentes de esos discursos o de las intencionalidades de quienes lo pronuncian, que sobre la Contraofensiva en sí misma. Y yo creo en ese sentido fundamental de la aproximación a la historia, que es una aproximación que se basa en la alteridad que entienda el pasado, como dice David Löwenthal, como un país extraño del cual hay que conocer las lógicas. En cambio, si nosotros nos acercamos a ese país extraño tratando de buscar continuamente conexiones muy directas con el presente, hay algo de la ajenidad histórica que no vamos a terminar de comprender nunca y, en lugar de entender el pasado, vamos a proyectar una mirada desde el presente que tome a la historia para justificar una posición política. Y eso nos lleva, necesariamente, a perder un poco de entendimiento. Yo traté de hacer eso, traté de entender, además, a un conglomerado bastante heterogéneo de voces, porque la Contraofensiva implica la vuelta de doscientos o trescientos militantes pero también hay dos disidencias durante su transcurso, incluso hay debates partidarios de gente que se opone a su realización en el momento. Me parece que es algo mucho más complejo y heterogéneo de lo que se lo ha definido, por una cuestión política, y que se actualizaron ahora en los medios a partir de las declaraciones de Fernando Vaca Narvaja. Siguen abrevando en los mismos discursos que vienen desde los ochenta y los noventa, no hay un interés por comprender a la Contraofensiva. Comprender no es justificar, esa es una distinción fundamental. Pero siguen existiendo los mismos discursos, que ponen a los militantes o como héroes, o como locos, o como víctimas manipuladas. Y ninguno de esos tres esquemas permite entender las razones y los motivos de quienes intervinieron.

—Usted menciona las recientes declaraciones del ex dirigente montonero Fernando Vaca Narvaja, en las que sostuvo que la Contraofensiva fue un éxito y que la dictadura finalizó por un proceso de resistencia. A partir de su experiencia académica, ¿qué análisis haces sobre las declaraciones de Vaca Narvaja?

Las declaraciones de Vaca Narvaja son declaraciones políticas. Es decir, a él no le interesa pensar a la Contraofensiva históricamente. Lo que está haciendo es un balance y es un balance que, obviamente, trata de dejar muy bien parada la historia de la organización que él condujo. Dicho esto, la Contraofensiva fue un fracaso desde todo punto de vista. Vaca Narvaja dijo que fue un éxito, vinculándola con la insurrección del Sandinismo de mediados de 1979. Es cierto que podría haber un mismo espíritu epocal ideológico, pero el triunfo del Sandinismo no tuvo nada que ver la Contraofensiva de Montoneros, por más que las organizaciones fueran aliadas. Hay otra cuestión que se está diciendo mucho, sobre todo, en las memorias épicas sobre la Contraofensiva, y es la idea de que la acción de Montoneros durante la Contraofensiva era parte de una suerte de alianza de distintas formas de lucha contra la dictadura. Entonces, aparece el sindicalismo, la lucha por los Derechos Humanos y Montoneros pero, en verdad, si uno ve los documentos de aquella época, después de cada atentado montonero, los dirigentes sindicales o los dirigentes de los partidos políticos como la Unión Cívica Radical o el Partido Justicialista sacaban comunicados condenando las intervenciones de Montoneros, incluso les decían que eran “agentes del caos” o “provocadores que restringían los espacios legales” que se estaban construyendo. Pensarlo desde la actualidad como toda una misma amalgama opositora de la que Montoneros fue parte, nos da una idea muy equivocada de cómo fue en ese momento. Pensemos, además, ¿cuál era el gran principio legitimador de la dictadura? Terminar o “aniquilar a la subversión”. Y en 1979 seguía siendo uno de los motivos por los cuales la dictadura seguía en el poder. Como estudió Marina Franco, por ejemplo, las críticas tenían que ver con las pocas respuestas que daba el programa económico, pero no había en 1979 de parte de la sociedad ningún tipo de crítica al poder estatal de la dictadura por la represión. Entonces, me parece que las declaraciones de Vaca Narvaja son declaraciones políticas, no miradas. Eso se une a una mirada épica y empática que la podemos trazar desde fines de los noventa, es un discurso que se ha ido intercalando a lo largo del tiempo desde cuando aparecen los primeros bestsellers épicos, pienso en La Voluntad. Pero también ahí tenemos los primeros escritos de los propios dirigentes de esas organizaciones, por ejemplo, el escrito de Roberto Perdía de 1997. En ese momento, la Contraofensiva ocupaba un lugar muy pequeño y Perdía, incluso en esa en esa edición, hace una diferencia y dice que el diagnóstico fue apropiado, porque evidentemente la dictadura estaba teniendo problemas internos, pero que Montoneros no podía incidir en los acontecimientos de ninguna manera. Veinticinco años después, lo que dice Vaja Narvaja sigue esa estela, pero ahora se agrega que fue un éxito. Yo lo entiendo como una cuestión absolutamente política más que histórica. Por otro lado, lo que nos muestra es la permanencia de una forma de entender la política.

—Volviendo a su libro ahí, usted advierte que la Contraofensiva no debe ser entendida como una singularidad, sino que debe ser interpretada en el marco de un fenómeno de acción revolucionaria propia del mundo occidental de esa época y hace referencia, incluso, a la Revolución Cubana. Más allá de esa idea de alejarla de un proceso singular, a partir de su investigación, ¿cuál es la particularidad que puede haber tenido la Contraofensiva?

—Voy a decir dos cosas sobre la primera parte de la pregunta y después de la segunda. Yo creo que hay muchas cosas que hacen que estudiar a Montoneros nos sitúe siempre en un plano de la excepcionalidad, además de que a los argentinos no nos cuesta mucho pensar desde la excepcionalidad. Entonces, parecería que solamente hubo guerrillas en la Argentina, que solamente hubo operaciones, si se quiere, estrategias de retorno, en la Argentina. Pero yo trato un poco es de situar a la Contraofensiva en un marco de época que se abre con la Revolución Cubana a fines de la década del cincuenta. Incluso el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) de Chile en 1978 hace una suerte de contraofensiva que titulan Operación Retorno para montar un foco guerrillero en el sur de Chile. Hay algo de la excepcionalidad que hay que discutir, incluso hay que pensar porqué existe la excepcionalidad y ahí es central pensar la ligazón de Montoneros con el peronismo, que sigue siendo un movimiento político que es protagonista de la escena argentina hasta la actualidad. La idea de introducir grupos desde el exterior en una Argentina férreamente controlada por la dictadura militar no deja de ser una excepcionalidad. Por más de que en Chile haya sucedido lo mismo el año previo, no sucedió tampoco sobre toda la escala que lo hace Montoneros. Entran armas, aparatos de interferencia que habían fabricado ellos mismos, todo esto en un contexto muy complicado. Si podemos pensar la excepcionalidad, está dada por el contexto, sobre todo. No es algo que sea distinto a lo que la organización hace durante los años previos, por eso la pregunta es: ¿dónde está la mayor excepcionalidad de la Contraofensiva? Yo creo que en los abordajes que mereció en los distintos discursos, son discursos que hacen un balance político o ajustes generacionales de cuenta. Y que impugna o rescatan. Y en que terminó siendo la última estrategia. Ahí está la excepción.
 

Confino es becario posdoctoral del Conicet y se ha especializado en la historia de la organización armada peronista.

—En su investigación usted plantea analizar la Contraofensiva montonera fuera de la “hermenéutica de la derrota”, porque sostiene que la derrota parece como causa fundante. ¿Por qué cree que perdura hasta la actualidad esa idea de la hermenéutica de la derrota en torno a Montoneros?

—La hermenéutica de la derrota cristaliza los hechos que serían parte de, si se quiere, el diario del lunes, de la finalización de ese proceso, y se toman como premisa: como si los resultados hubieran estado puestos de antemano. Y eso tiene que ver con cuáles son las motivaciones de los discursos. Hay muchos ex miembros de Montoneros que tratan de entender los fundamentos de la derrota y de la organización que protagonizaron. Muchos tratan de salvar los principios que los llevaron a militar y de divorciarlo de los resultados que obtuvo ese proyecto político. Ahí aparecen las miradas del desvío, por ejemplo. De que hay algo que los participantes quieren rescatar y que los llevaron en su momento a participar en Montoneros, pero hay algo de lo que se quieren separar y que tiene que ver con el resultado. Mi pregunta es si no es al revés, si no hay una intimidad entre los principios fundantes un proyecto político y los resultados que ese proyecto político obtiene. Pensar en la Contraofensiva, no como excepción, sino como parte de un desarrollo, de un repertorio lógico de Montoneros, también nos hace pensar que los resultados son parte de este mismo desarrollo del repertorio. Hay que salir de la hermenéutica de la derrota, construir otro registro sobre la Contraofensiva, que no esté tan preocupado en dictaminar, como dice Vera Carnovale, en términos de impugnaciones prescriptivas, qué se debería haber hecho para que los resultados no fueran lo que fueron, sino al contrario, tratar de entender el proceso absteniéndonos de la consideración de resultados como premisa, pero considerándolo a posteriori y de lo que sucede en ese proceso. Eso es lo que yo traté de hacer: articular una voz que considera las memorias, pero que reniegue de cualquier tipo de balance político, ni celebratorio ni condenatorio de esa experiencia.

—Usted habla de las relecturas que hacen los ex militantes montoneros, pero otro tanto sucede con las relecturas que hacen los que en su momento fueron adversarios de Montoneros. Parece ser que, hasta el día de hoy, hay un resultado ya preestablecido de la Contraofensiva, y de los propia organización Montoneros, en relación a qué lado se paraban en los setenta y a qué lado se paran hoy los que lo analizan. ¿Es imposible hacer un balance con mayor distancia?

Yo lo vivo en carne propia a eso, porque para decirlo brutamente, me corren por derecha y me corren por izquierda. El desafío es intentar sustraerse a las pasiones del debate público, a partir de los sentidos del pasado que quiero rescatar. Me parece que también es parte de tratar de estudiar un tema que sigue suscitando tantas pasiones en el presente. Creo que lo que tiene que hacer el discurso histórico es tratar de abstraerse de esas pasiones, por eso a veces es difícil intervenir públicamente. Porque los discursos son muy polares. Hablan mucho más de nuestro presente y de cómo se da el debate sobre las identidades políticas, que sobre el posicionamiento sobre ese país extraño que es el pasado, que tiene sus propias lógicas. Y, que al día de hoy, obvio, nos resulta muy chocante determinados procesos políticos o proyectos políticos para los cuales la vida individual no tiene el valor que tiene hoy para nosotros. Y en los que la vida individual sólo vale tanto parte de un colectivo que la trasciende. Pero cuando uno estudia y se acerca con una mirada al pasado, antes de la indignación, lo que hay que restituir es tratar de entender cuáles eran los valores que regían en ese pasado.

—Pero lo que sucede es que sigue habiendo algo particular sobre la figura de Montoneros hasta la actualidad. Usted, por ejemplo, es un investigador que se especializa en violencia política de los setenta y sabe que hubo otras organizaciones armadas en Argentina y en la región, pero ninguna suscita la misma atención que suscita Montoneros. ¿Por qué ocurre esto?

—Es una gran pregunta y yo sólo puedo contestar en vía de hipótesis. Yo creo que hay dos cuestiones que diferencian a Montoneros de otras organizaciones armadas. La primera, es que es una organización ligada con el peronismo, que no es lo mismo que el PRT-ERP, que se constituyó como partido armado y, una vez que terminó la experiencia del PRT-ERP, no hay ninguna identidad política en el presente que nos remita directamente al PRT-ERP. El peronismo, incluso, hoy en día es el partido que está gobernando el país. Pero, además, también tiene que ver con la sobrevivencia de tres de sus dirigentes más importantes, que son Firmenich, Perdía y Vaca Narvaja. La supervivencia de los dirigentes es algo que tampoco sucede con el PRT-ERP, ya que antes de que Mario Santucho, Domingo Menna y Benito Urteaga partieron al exilio, fueron asesinados por la dictadura. Hay cuestiones a pensar sobre la excepcionalidad de Montoneros en el tratamiento que recibe esa organización con respecto a otra, sobre todo, en el espacio público, no tanto en la academia. En la academia es un objeto de investigación como cualquier otro, y de hecho esto nos lleva a pensar algo también: hay una asociación entre kirchnerismo y montonerismo que habla más del presente que del pasado. Sobre todo, porque si tenemos en cuenta y seguimos la trayectoria de los ex montoneros, lo primero que podemos encontrar es que los ex montoneros no reingresaron en masa a el peronismo. Incluso, diría una ex montonera fue ministra con el gobierno de Mauricio Macri, no con un gobierno peronista, entonces ahí también hay una paradoja. Yo creo que todas estas cuestiones, son cuestiones que hacen que Montoneros pueda suscitar una indignación en algunos interlocutores o una necesidad de apoyar ese proyecto en otros. Esto es algo que no pasa con el PRT-ERP, digo, pensando en la otra gran organización argentina armada de los setenta.

—En El reclutamiento y entrenamiento para la Contraofensiva (1978-1980). Reflexiones sobre la política y la violencia en los últimos años de Montoneros, usted habla de los sentidos políticos que derivaron en el modo de interpretación y el tipo de preparación que privilegió la organización con sus militantes, y advierte que el entrenamiento trascendió por mucho la práctica militar y fue presentado como un dispositivo disciplinador. ¿Cómo es esa relación entre práctica política y práctica armada en la filosofía de Montoneros?

—Es una pregunta que se va contestando de distintos modos, de acuerdo al momento. Recordemos, brevemente, que con la restauración democrática en 1983 se da esta idea de que la democracia se construía en oposición a cualquier tipo de violencia, violencia estatal pero también violencia insurgente, empezaron a primar acercamientos que oponían violencia y política. Donde hay violencia, no hay política, y viceversa. Lo que se trataba de construir era una escena política plural, que obedeciera al concurso de determinadas miradas que podían ser no coincidentes, pero a la vez eran miradas que podían dialogar en ese espacio público de múltiples voces. Para mí son miradas que se condicen más con prescripciones o con una mirada normativa, que con el estudio histórico. Entonces, para nada voy a igualar política a violencia, pero una de las cuestiones que a mí me interesaba pensar era qué sucedía en el “barro de la historia”. Si nosotros tenemos una mirada esencializante sobre la política y la violencia, como harinas de dos costales distintos, cómo hacemos para aproximarnos a estudiar a una organización que las pensaba fusionadas. Y que pensaba esa política con repertorios violentos y a esa violencia con profundas marcas políticas. Entonces, yo siempre digo de esos debates no se sale normativamente, sino que son debates que se tienen que pensar en el plano histórico. Y, en el plano histórico, Montoneros como el PRT-ERP y como cualquiera de esas organizaciones político-militares de los “largos sesentas”, tenían una relación íntima entre la política y la violencia. Entonces, se podía pensar a la política en términos bélicos. Si nos acercamos a los documentos partidarios, son documentos que piensan a la política como una guerra básicamente. El “espacio del enemigo”, “el espacio de nuestras fuerzas”. Pero cuando trascendemos los documentos y vamos a las prácticas, vamos a encontrar que hay una variedad muy grande de prácticas entre los combatientes orgánicos y toda una gran cantidad de militantes que, muchas veces, no tenían ni preparación armada. Lo que traté es de reponer esa heterogeneidad de sentidos, obviamente, dentro de una organización que consideraba legítimo ejercer la violencia como repertorio de la política y es algo que al día de hoy resulta muy extraño, porque, afortunadamente, hoy no sucede eso. Pero yo busqué evitar aproximarme desde una mirada impugnadora, porque me hubiera impedido comprender qué era lo que pensaba esa organización. Y la organización, esto lo muestra la Contraofensiva, tiene una mirada militar y una mirada política y es una política que se hace con un repertorio militar y un repertorio militar que apela a la política. Y así lo vemos con el accionar de propagandas durante la Contraofensiva y las interferencias y también lo vemos con los atentados.

Confino es coordinador del Núcleo de Pasado Reciente de la Escuela Interdisciplinaria de Altos Estudios Sociales (EIDAES).

—A partir de su experiencia en el objeto de estudio, ¿cuáles son para usted los mitos en torno a Montoneros que perduran hasta el día de hoy?

—Hay un libro de Lucas Lanusse que se llama El mito de los doce fundadores, ese es un gran mito, de cómo Montoneros empieza. Que lejos de ser parte solamente o de arrancar, digamos, con lo que llamamos la célula de Buenos Aires, que estaba con Cristianismo y
Revolución. Y pienso en Firmenich, Abal Medina, Ramus, Arrostito. En realidad, Montoneros se confedera a partir de desarrollos políticos de distintas partes del país: en Salta, en Santa Fe, en Córdoba, hay un grupo importantísimo en Buenos Aires también. Yo creo que ahí la organización nace como un mito hasta el día de hoy. Y, por el otro lado, también hay un mito o varios mitos sobre la Contraofensiva porque si bien es innegable que Montoneros, como todas las organizaciones del período, también sufrieron infiltración. Y esto lo podemos ver pidiendo algún documento de inteligencia a la Comisión Provincial por la Memoria, que tiene los legajos de la Dirección de Inteligencia de la Policía de la Provincia de Buenos Aires. La idea de explicar las derrotas políticas a través de la infiltración creo que es una manera también de pensar que, de no haber mediado esa infiltración, esos proyectos políticos podrían haber triunfado. Es una mirada también muy epocal de los propios protagonistas que tratan siempre de pensar en estos balances, o de proyectar la responsabilidad sobre los dirigentes y olvidar las tramas compartidas y la representatividad que fundó ese vínculo, o de sostener que podrían haber ganado, pero que medió una infiltración. Esos son los mitos y que han estado apuntalados por toda una literatura efectista sobre los setenta que lo que busca es un éxito editorial, si se quiere. Y por eso, forzosamente, son explicaciones mucho más binarias y esquemas con menor complejidad que lo que yo veo cuando voy a leer los documentos de Montoneros. Y también me ha tocado leer documentos de otras organizaciones y memorias de otros exmilitantes y pasa eso. Entonces, los dos grandes mitos tienen que ver con el principio y con el final.

—¿Y cuáles son las verdades en torno a Montoneros que perduran hasta el día de hoy?

—Yo lo veía en estas últimas semanas, que los montoneros volvieron a estar ahí en los diarios. Leí un montón de gente que estuvo hablando del tema y hay determinadas ideas que vuelven y vuelven y que tienen que ver con balances políticos. Una de esas tiene que ver con el vínculo entre Montoneros y Perón. Que es algo que aparece desde la entrevista de Vaca Narvaja. Él plantea que Perón no los entendió, pero que en realidad estaba de acuerdo con ellos, que también es una mirada netamente justificatoria de sus acciones pasadas, porque también hubo otros ex militantes que escribieron lo opuesto y que critican a Montoneros por no haberse subordinado el liderazgo de Perón de ese momento. Yo creo que las verdades sobre la organización tienen mucho que ver con los intereses de quién la comunica. Ahora se va conociendo cada vez más sobre la organización, pero recién desde hace muy poco se empezó a pensar en la experiencia militar, que era algo que, prácticamente, no se pensaba entonces, porque había interpretaciones nativas que planteaban el desvío. Primero. porque no consideraban toda la parte del accionar militar del principio, porque si hay algo con lo que Montoneros se hace conocido es con un secuestro y un asesinato con lo cual ahí no hay mucho más, es una práctica armada. Y, por el otro lado, la idea de no pensar al exilio como el lugar en el que se desplegó el aparato público de Montoneros una vez que ya no se podía hacer en el país por la represión del gobierno peronista primero y de la dictadura después. Hoy en día es algo que podemos pensar, gracias a la globalización y a los desarrollos de la historia global en términos de redes, de intercambios y de espacios transnacionales, creo que eso es un buen aporte para pensar hoy la estrategia de Montoneros y su historia. Porque la cultura política no genera directamente el devenir histórico, hay un montón de actores históricos en ese proceso y la contingencia también juega, pero podemos abonar esta idea de que hubo un binomio político-militar que tuvo expresión a lo largo de toda la década montonera, digamos de distintas maneras.

—Respecto al libro ESMA. Poder y represión en el centro clandestino más emblemático de la última dictadura, en el que usted escribió un capítulo con Marina Franco, titulado La dimensión económica de la lucha antisubversiva de la última dictadura Argentina: El lucro en la ESMA, allí sostienen que “las actividades económicas formaron parte de una misma trama y concepción de la lucha antisubversiva y que la dimensión económica no puede entenderse escindida de las prácticas represivas en torno al proyecto político militar”. ¿Por qué cree que ha quedado tan bajo la superficie esa dimensión económica del terrorismo de Estado?

Hay una cuestión de las memorias sobre los setenta. Eso es algo fundamental en esta pregunta. Y eso tiene que ver con algo sobre lo que ha escrito y muy bien Paula Canelo: ¿cuál es el vínculo entre el proyecto económico que instala la dictadura y la matriz represiva? Hoy en día en el espacio público circula mucho esta idea de que el programa represivo de la dictadura fue solamente el brazo ejecutor de un programa económico. Esta idea de pensar a la dictadura. no a través del personal militar y represivo, sino de pensarla a través de sus cómplices civiles y el gabinete económico. Lo que ahí tratamos de hacer con Marina fue pensar, primero, el lucro dentro de un centro clandestino a partir, obviamente, de todas actividades ilícitas, pero que las actividades ilícitas se sostenían en la dominación represiva y que están incluidas, si se quiere, en lo que era esa mentalidad sobre que se estaba librando lo que denominaron una “guerra contra la subversión”. Lo que queremos volver a resaltar es que hay una dimensión económica, absolutamente. Pero es una dimensión económica que no hay que autonomizarla del proyecto represivo, sobre todo cuando nosotros vemos que de las dictaduras de la historia argentina una de las que más militarizadas estuvo en términos de ministros, fue la última. La idea de pensar analíticamente a esa dictadura como un mero brazo ejecutor de un programa neoliberal que se aplicó además en otras partes del continente con dictaduras bastante distintas, yo creo que no alcanza para explicar la complejidad de ese entramado represivo y hacia eso apunta ese capítulo que escribimos con Marina. Tratar, primero, de reconstruir las diferentes acciones ilegales que se dieron desde la llamada rapiña y cómo después de los secuestros pasaban a robarse todo lo que había en los lugares de secuestro y en las casas de los secuestrados. Pero también otros mecanismos que se sustentaron mucho más en el tiempo que fueron operaciones mucho más complejas como la conformación de empresas inmobiliarias, empresas de refacción, incluso también hasta de préstamos equipos de televisión, pero aunque esos proyectos se autonomizarán luego no podemos comprender su inicio sin entender la sujeción que implicaba el cautiverio clandestino dentro del marco del terrorismo Estado.

—Esta sección se llama Agenda Académica porque intenta brindarle espacio en los medios masivos de comunicación a investigadores y docentes universitarios. La última pregunta tiene que ver, precisamente, con el objeto de estudio: ¿por qué decidió dedicarse a estudiar historia reciente, represión estatal y movimientos armados de los setenta?

—Lo podría pensar a la luz de mi trayectoria. Porque en la vida hay mucho de deseo, pero también hay mucho de contingencia. Sobre el final de la facultad, empecé a colaborar en el Archivo Biográfico de Abuelas de Plaza de Mayo. Eso me permitió entrevistar a distintos participantes o familiares de las víctimas de los setentas, y eso me fue acercando al imaginario de la militancia de aquellos años. Recuerdo que en una entrevista, algún militante habló sobre la Contraofensiva, esto fue en 2010, y la Contraofensiva en ese momento no era lo que es hoy. Había dos o tres libros, el de Cristina Zuker, El tren de la victoria; el de Marcelo Larraquy, Fuimos soldados, y no muchos más. Y empecé a leer sobre ese tema y había un desbalance muy grande entre toda la literatura especializada dedicada a estudiar el inicio de estas organizaciones y el momento, si se quiere, de mayor legitimidad social durante el fin de la dictadura anterior, la de la Revolución Argentina entre 1966 y 1973, y había muy poco sobre el final de Montoneros. Hacia ahí fue mi interés. Hacia intentar construir un objeto de investigación, una pregunta investigación, que fuera más allá de la reconstrucción y que pudiera pensar cómo fue, sobre todo, el final de esos proyectos, pero también y, es algo en lo que estoy trabajando ahora, cómo fue también el retorno de la democracia considerando los vínculos con esos proyectos.

 

Producción: Melody Blanco (mblanco@perfil.com)