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Un mail para Jean-Luc

Jean-Luc Godard Foto: Rfi

El martes a la mañana, una foto de Jean–Luc Godard en el Instagram de Alan Pauls con el epígrafe “Todos, siempre, le deberemos todo”, terminó de despertarme. La próxima publicación de Introducción a una verdadera historia del cine, con traducción de Guillermo Piro, apareció, segundos después, en un posteo de El Cuenco de Plata. “Tenés que hacer una columna” le escribí a Guillermo. Respondió: “Como decía Barthes, no se puede hablar de lo que se ama. No podría”. Otros usuarios a los que sigo, lo recordaron con fragmentos de sus películas, con sus cambiantes opiniones políticas, sus notas, sus conversaciones con otros cineastas y sus fotos junto a Anna Karina: mi entorno virtual es terriblemente godarófilo. Queriendo homenajearlo, pero sin saber exactamente cómo, ni encontrar un punto de partida, me di cuenta que, durante los últimos dos años, estuve haciéndolo. Es que, con Jean-Luc, tuve una relación que no tuve antes con nadie, una relación unilateral, como la de algunos idólatras con sus dioses.

En más de una ocasión mandé correos electrónicos a personajes que me interesaba entrevistar, tipeando nombre, apellido, arroba, gmail.com, y obtuve respuesta. “Si me hubieras escrito, como otros periodistas, por alguna red social, no contestaba” me dijeron algunos de ellos, por lo que el método, por muy al voleo que parezca, puede ser eficaz. Cuando, en marzo de 2020, estuve varada en el exterior, un amigo francés me hizo ver videos en vivo en los que Jean-Luc peroraba a cámara, semivelado por el humo de su cigarro. Me consolaba que él estuviera confinado también. Sin titubear demasiado, recurrí a mi viejo truco, pero nunca contestó. Sin embargo, la esperanza de que eventualmente lo hiciera revivía periódicamente porque el mail no había rebotado, de modo que mis palabras en algún lado habían caído, pudiendo llegar a ser leídas por él. Parafraseando a Juan Filloy, quien, al encontrar en una batea de usados un libro de su autoría dedicado que le había regalado a Borges, lo compró para efectuarle una suerte de errata “Con renovado afecto. Juan Filloy” y se lo hizo llegar por segunda vez, le escribí a Jean-Luc un segundo mail “Con renovado interés me vuelvo a poner en contacto…”. Del otro lado, silencio. Al menos una vez por trimestre, y ante la mirada indulgente de quienes viven conmigo, seguí escribiéndole, como confirmando la comunión del primer mail. Mantuve, aunque sin recibir de él nunca nada, una relación epistolar fiel, ritual, consecuente, admirativa. El martes esa relación se interrumpió para siempre. Ya no podré seguir regodeándome en la espera.