CULTURA
Libro / Reseña

Clásico de la semana: "Roland Barthes por Roland Barthes"

Mucho antes de que Diego Maradona empezara a rerferirse a sí mismo en tercera persona, Roland Gérard Barthes ya lo había hecho en su autobiografía analítica.

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El genio y su obra, publicada por primera vez en 1975. | Cedoc Perfil

Mucho antes de que Diego Maradona empezara a rerferirse a sí mismo en tercera persona, un recurso bergsoniano que reconoce que el “yo” que fuimos debe ser considerado un lejano “él”, Roland Gérard Barthes ya lo había hecho en su autobiografía analítica: Roland Barthes por Roland Barthes (1975). 

Roland Barthes es el más grande novelista sin personajes de la historia de la literatura, aunque detrás de sus grandes novelas (Incidentes, Fragmentos de un discurso amoroso) aparece su cuerpo moviéndose silencioso en las sombras y dándole a la experiencia una presentación ensayística del orden de la represión allí donde hubiera podido cuajar lo novelesco. Quiere contar pero no quiere estar. 

El pudor barthesiano de descubrirse hasta ahí -no olvidar que ha comparado a la literatura con un espectáculo de streap tease- reincide en Roland Barthes por Roland Barthes. Lo que queda es una pequeña enciclopedia -un Pequeño Barthes Ilustrado- en apariencia controlada por su autor pero precedida de un error táctico. 

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Del lado del control anotemos su autoconocimiento en tono de advertencia: “Tolera mal toda imagen de sí mismo, sufre si es nombrado”. Está hablando de él, o de su antiguo “yo”. Por lo que no se entiende que incurra en el error de darse a conocer a través de imágenes antes de darle curso al texto autobiográfico. ¿Cómo que Barthes tolera mal toda imagen de sí mismo y abre su autobiografía diciendo: “Para comenzar, he aquí algunas imágenes?”. ¿Por qué nos daría esa ventaja? Lo que no tolera es no darnos imágenes de sí mismo. La más importante -con un epígrafe: “La exigencia del amor”- es una foto en la que aparece alzado por su madre. Barthes ya tiene edad para evitarle el acarreo del grandulón que es, sin embargo le exige que lo siga considerando “un peso”. Según mi cinta métrica de origen chino, respetando siempre la escala de la foto, la madre de Barthes mide doce centímetros mientras que su hijo mide ocho. Pero está “enrollado”, con lo cual si se lo estira ha de medir diez centímetros. Imaginemos una madre de sesenta kilos que alza a un hijo que pesa un poco menos que ella y digámonos en la intimidad qué vemos en ese contacto estrafalario sino un cuadro de castración. ¿Y si tanto Roland Barthes como Borges, genios únicos de la literatura, nunca pudieron escribir una novela por no haber bajado a tiempo de sus madres? Reflexionemos.

Barthes por Pauls

En Roland Barthes por Roland Barthes hay una entrada sobre el gusto personal. Deben ser los dos únicos párrafos en toda su obra en los que no se dedica a argumentar. Las listas del me gusta/no me gusta son extensas. En resumen, le gusta Pollock pero no Miró; le gusta Glenn Gould pero no Chopin; le gustan las novelas realistas pero no los dibujos animados. Luego dice que esos gustos no tienen importancia, y que sólo quieren decir una cosa (y aquí enciende por enésima vez la polvora del sentido): “mi cuerpo no es igual al suyo”.  

Ha sido una pena que lo que Barthes siente permanezca a la sombra de lo que piensa, pero si se entiende bien su obra nunca nos dijo que pensar era más importante que sentir. Para enviarnos su “mensaje” utilizó la coartada del sentimiento anónimo, una farsa de experiencia indirecta por la que el Barthes enamorado es, apenas, un discurso de amor.    
Enemigo jurado de la doxa (la boludez), defensor implacable del fragmento contra el tedio de la continuidad (del haiku contra el cine), la maestría de Roland Barthes es la de haber enseñado en los hechos, a través de su escritura de exploración, que en cualquier cosa de este mundo puede encontrarse una novela si uno se toma el trabajo de leer en profundidad.