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Hitchcock nos avisó

Alfred Hitchcock 20220615
Alfred Hitchcock, película Psicosis , North by northwest, La ventana indiscreta y los actores Anthony Perkins y Janet Leigh. | Shutterstock captura de pantalla Facebook Cinéfilos del Mundo

A diferencia de lo que ocurre con muchos cinéfilos, ni La ventana indiscreta ni Vértigo aparecen entre mis favoritas de Hitchcock. Reivindico, a cambio, películas que no forman parte del panteón construido con sus clásicos, como Frenesí, probablemente las más crudamente inglesa, y Jamaica Inn, protagonizada por el imbatible Charles Laughton, quien, durante el rodaje, fue una especie de némesis del director, con el que compartía nacionalidad, formación católica y sobrepeso, pero sin coincidir en nada concerniente al trabajo en conjunto, que, según se cuenta, fue tortuoso. De las películas póstumamente establecidas como las mejores por la crítica, no puedo negar que Lifeboat, con esa actriz única que fue Tallulah Bankhead y ese guion que tan chocante resultó en 1944, es una maravilla; y que Psicosis es una obra maestra. Y es precisamente Psicosis la película que formaliza el uso del célebre MacGuffin en la narrativa cinematográfica. 

Aunque se cree que el término fue acuñado por primera vez por el guionista inglés Angus MacPhail, se dio a conocer popularmente por Hitchcock, quien habló de él en sus frecuentes intervenciones públicas y diálogos con colegas, como ocurrió en el famoso libro de entrevistas que hizo junto a François Truffaut, donde contó que el origen se vinculaba a la siguiente anécdota: “Van dos hombres en un tren y uno de ellos le dice al otro: ‘¿Qué es ese paquete que hay en el maletero que tiene sobre su cabeza?’. El otro, contesta: ‘Ah, eso es un MacGuffin’. El primero insiste: ‘¿Qué es un MacGuffin?’, y su compañero de viaje dice: ‘Un MacGuffin es un aparato para cazar leones en los Adirondacks’. ‘Pero si en los Adirondacks no hay leones’, le espeta el primer hombre. ‘¡Entonces eso no es un MacGuffin!’, responde el otro”.

Armas para el pueblo

En otras palabras, hablamos de un objeto, tema o pequeña peripecia sin importancia real en la trama. Algo que parece tener valor sin modificar sustancialmente nada. Los ejemplos abarcan desde el inicio de casi todos los episodios de Los Simpson o rotundos éxitos como Pulp Fiction, hasta clásicos en blanco y negro como Casablanca. Un truco distractivo, un mecanismo fundado en la ilusión o un comodín que bien puede aplicarse a cuestiones que no tengan nada que ver con el cine. “Los MacGuffin resultan artilugios divertidos que apartan la atención de la trama principal, pero cuando se usan para manipular la opinión pública son miserables” decía, en este sentido, el copete de una nota de Marta Riskin publicada hace casi una década, en torno a un conflicto que no tenía tanto que ver con la escritura de guiones como con problemas de la política. 

Cuando lo leí pensé que incluso en la cotidianeidad de un individuo, o en la propia, esta clase de engañapichangas, como los llamaría más brutalmente mi abuela, de estar viva, aparece todo el tiempo, cuantas veces nos distraemos de lo que realmente importa y tiene posibilidades de trascender, cautivados por trivialidades a las que adjudicamos una jerarquía inmerecida. 

Carlos Nine: con boleto de ida y vuelta

Tiendo a creer que nadie queda exento de usar MacGuffins diversos a fin de hacer avanzar la trama de la vida de un modo menos penoso o más divertido, más épico o tolerable del que naturalmente se plantea como posible. Colectivamente no es muy distinto. La coyuntura signada por una agenda pública enajenada de las necesidades mayoritarias y concentrada en aquello que, en rigor, atañe a muy pocos, lo prueba. La mano se está poniendo cada vez más complicada para más y más gente, prácticamente no hay un sector que no tenga demandas para hacer. Sin embargo, en aquellos espacios en los que se dicta la trama de las cosas (redes, medios masivos, mítines rosqueros, juzgados, algunas aulas se van alejando del saber, conciliábulos opositores, actos a favor y en contra de meros simbolismos, instituciones varias) los problemas a los que se nos insta a prestar atención parecen ser los de otros. Mucho de lo que se presenta como importante se parece a ese paquete del tren: no contiene nada genuinamente valioso o determinante para nosotros y los nuestros. 

Quizás, esa vocación de perdernos entre un sinnúmero de MacGuffins con la que parecemos estar tan comprometidos nos vaya llevando lentamente –o no tan lentamente– a una suerte de disolución, un desvanecimiento. Hitchcock no dejó de advertirlo: “En su expresión más pura, el MacGuffin es absolutamente nada”.