La presión de diciembre: ¿Por qué llegamos agotados a fin de año?
A la intensidad del último mes del calendario se le suma un cansancio estructural. Psicólogos analizan el impacto en la salud de la autoexigencia, la hiper conectividad y el imperativo del disfrute.
El año está casi agonizando y el "síndrome de diciembre”, en su punto más alto. En el ambiente, en el trabajo, en la familia se advierte cierto clima de ansiedad, agotamiento, superposición de actividades, carga mental y estrés económico que repercuten en el cuerpo y la mente con sus síntomas más evidentes como cansancio extremo, dolores de cabeza, falta de energía y ánimo irritable.
Los fines de año son complicados por una sumatoria de actividades y cierres. Hay una sobrecarga de obligaciones laborales, personales y sociales, como si el mundo se acabara con el año.
Siempre es igual y el resultado claramente es el mismo: estamos agotados. Los expertos hablan de que nos encontramos en la era del agotamiento, de la productividad y de la “autoesclavización”. A este mal de época se suma la hiper conectividad, los vaivenes económicos, las crecientes exigencias laborales y el trajín de la vida familiar —o todo lo anterior junto—. Entonces, cada vez es más común escuchar “estoy agotado” como respuesta a la pregunta “¿cómo estás?”.
En el último mes del calendario, la vida se torna más acelerada y vertiginosa. Las fiestas suponen una logística y un torbellino de emociones y expectativas. Eso sin contar con la vida digital que también presiona. diciembre nos encuentra con la agenda embargada de actividades y compromisos de los que es difícil bajarse. ¿Desgaste de energía extra o saturación permanente de estímulos que potencian la fatiga y afectan el descanso?
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La psicóloga Agustina Rodríguez dice que la palabra “fin” tiene peso emocional. Hablamos de cierres, de conclusiones, y naturalmente nos mueven por dentro. El “fin de año” —sostiene— multiplica esas sensaciones que van desde el alivio y la esperanza hasta el vértigo. “Más allá de nuestras creencias, el calendario gregoriano nos marca un punto de transición ineludible”, explica.
En este punto, diciembre tiene una carga extra con todas las obligaciones ya descritas. Rodríguez recuerda que en este tiempo surgen los inevitables “hay que”: “hay que juntarse antes de fin de año”, “hay que asistir a las fiestas”, “hay que hacer el balance”.
“Esa sucesión de ‘hay que’ nos acelera. Nos pone en alerta. Queremos cumplir con todos, llegar a todo. Esta demanda autoimpuesta —¿o social?— de cumplir a contrarreloj puede llevarnos a un estado de alerta o agotamiento. Esta tensión impacta directamente en nuestra salud física y mental”, asegura.
“No doy más”
El psicólogo Diego Tachella sostiene que el cansancio de fin de año no siempre es una debilidad individual, sino el resultado de factores epocales arraigados en el imaginario del “emprendedor de sí mismo”. Bajo esta lógica —dice— la sociedad “promueve la auto explotación, sostenida por una positividad tóxica y omnipresente que repite: ‘Vos podés lograrlo todo’ desde las redes sociales”.
“Psicológicamente, esto tiene un efecto devastador: cualquier meta no alcanzada se vive como un fracaso moral o como resultado de una falta de voluntad. Es la receta perfecta para agregar culpa al agotamiento”, remarca.
A este agotamiento estructural —que Tachella considera cultural y no individual—, se le agrega el factor estacional de diciembre. Lo que suele ser tiempo de descanso —apunta— se reemplaza por una avalancha de eventos, obligaciones y compromisos familiares. La agenda, agrega, se vuelve rígida, sin márgenes para modificaciones y la inestabilidad del contexto nacional, hacen aún más inalcanzable la engañosa promesa meritocrática del “si te esforzás, llegás”. El resultado es el desánimo, la ansiedad y la sensación de no poder con algo más.
A esto se suma un tercer actor: el entorno digital. “El celular es el principal demandante de atención, con revisiones impulsadas por la ansiedad de ‘saber qué está pasando’”, refiere Tachella. Recuerda que en Argentina se usa el teléfono un promedio de seis horas por día y se revisa más de 200 veces diarias.
El experto asegura que esta hiper conectividad fragmenta la atención y evita el aburrimiento reflexivo, ese espacio vital donde “procesamos emociones, surge el deseo y aparece la creatividad”. Incluso —enfatiza— los vínculos familiares se vuelven estresores: los grupos de WhatsApp exigen inmediatez y eliminan la pausa natural del llamado o del encuentro.
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En este contexto, plantea que la presión por disfrutar (el imperativo social a “estar felices” en las fiestas) “convierte al ocio en rendimiento”: celebrar, organizar cenas, comprar regalos, planear vacaciones y, al mismo tiempo, cerrar balances personales y laborales que se espera siempre crecientes y positivos.
“El incumplimiento no sólo angustia: se amplifica por la comparación con las vidas “perfectas” de las redes sociales y con la versión idealizada de uno mismo que se proyectó en el último enero”, remarca el psicólogo. Y agrega: “Así llegamos a diciembre con la sensación de que, incluso, descansar es otra tarea pendiente”.
Lo urgente y lo importante
Agustina Rodríguez plantea que lo que nos sucede es un aviso de que quizá sea tiempo de hacer “la pausa que nos devuelva el aire”. La clave —sostiene— es diferenciar lo urgente y lo importante. Explica que lo “urgente” son las obligaciones que, si no se resuelven, afectan a un engranaje colectivo (cierres de trabajo, entregas académicas). “Aquí la acción es obligada, pero podemos mitigar la carga. Pedir ayuda no es debilidad; delegar no es rendirse; es darse oxígeno”, opina. Al fin y al cabo, nadie se salva solo.
Lo “importante”, en tanto, es darse espacio para el autocuidado. “Priorizar nuestra paz mental no es egoísmo, es una necesidad. Volver al cuerpo; a uno”, enfatiza. Pueden ser cosas simples: un café en silencio, una caminata sin auriculares; una lectura o una charla sin reloj. No decir que sí a todo. Volver también a los afectos está dentro de lo “importante”. “Quizás no alcancemos a ver a todos antes de la cena del 31, pero sí podemos llegar con otra mirada; con más calma, con otra forma de estar. Y generar luego un encuentro de calidad con calidez”, apunta.
Respecto a los balances, Rodríguez plantea que siempre hay logros y pérdidas, cambios, tropiezos y también alegrías. Dice que el balance debe ser un espejo, un motor de aprendizaje para decidir qué emociones, vínculos y hábitos queremos alimentar en el futuro. “Que te ayude a viajar ligero, más auténtico y genuino para el próximo ciclo”, subraya.
Cómo evitar caer en este colapso cíclico
El psicólogo Diego Tachella propone algunas estrategias para reducir el cansancio.
1-Reintroducir límites y recuperar el “no”: Seleccionar compromisos y reducir la intensidad para proteger el tiempo libre, durante todo el año.
2-Desconexión consciente: Establecer momentos sin tecnología y reducir los grupos de WhatsApp a lo necesario.
3-Revisión compasiva del año: Valorar lo hecho y lo aprendido “sin exigir completud”.
4-Adecuar metas para el año próximo: Incluir margen para imprevistos, plazos cortos, propósito claro, autocuidado y criterios no binarios.
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