Del cuerpo en los inicios del arte a la imposición bizantina
¿La divinidad puede ser representada? ¿El cuerpo humano fue la medida de esa escala simbólica? Nuestra civilización sostuvo un mandato iconoclasta sobre la tradición helénica y el resultado fue una forma disciplinada, bizantina. En esta tercera entrega de la serie "La desaparición del cuerpo en el Arte Conceptual", exploremos algunas instancias de esta transformación.
Las primeras imágenes del cuerpo fueron femeninas. Tenían curvas exageradas que enfatizan los atributos de la sexualidad y la reproducción, evidentes símbolos del deseo de permanecer, del terror primordial a nuestra desaparición. La supervivencia se cifra en la mujer.
En nuestra cultura occidental, nacida de los griegos y los hebreos, la mujer representa esencias diferentes. Para los griegos la mujer es la primera creación. Hesíodo en la Teogonía nos dice que Gea nació del caos primordial y que de su vientre nació Urano, el varón que la fecundó. Pero la mujer en la mitología hebrea, nació simultáneamente con el hombre, en el sexto día (Génesis 1, 26), aunque pocos versículos más adelante, Eva nacerá después de Adán, de su costilla (Génesis 2; 21 y 22).
Pero no habrá imagen en el mundo hebreo. La imagen está prohibida. (Deuteronomio 5:8-10 NBV. “No te harás ídolos, no adorarás imágenes; sean de hombre o mujer, de aves, de animales o de peces. No te inclinarás delante de imagen alguna para adorarla de ninguna forma, porque yo, el Señor tu Dios; soy un Dios celoso”.)
El cuerpo en el arte griego es entonces nuestra única guía en los primeros tiempos de Occidente. En la antigüedad griega hay un culto al cuerpo, al atletismo que los hombres practicaban desnudos en gimnasios y palestras, donde solamente competían los hombres libres. Era tan importante el atletismo que los Juegos Olímpicos resultaba uno de los pocos factores de unión entre polis rivales.
Grecia es una de las pocas culturas antiguas, quizás la única, que ha representado el cuerpo desnudo, restringido en los comienzos a los cuerpos masculinos, que aparecerán desnudos en los kouros, pero no así los cuerpos femeninos, las kore, que siempre estarán vestidas. La mitología parece indicar la prohibición del desnudo femenino: el joven cazador Acteón ve a Artemisa (Diana), desnuda mientras persigue a un ciervo con sus perros. Artemisa convierte en ciervo a Acteón y sus propios perros lo cazan y lo matan. Y Tiresias queda ciego después de ver a Atenea desnuda. Ver es poseer y los hombres no pueden poseer a las diosas, son ellas quienes eventualmente los poseen.
Los Kouroi son esculturas masculinas primitivas, con un fuerte simbolismo y débil conexión real, están desnudos y con una sonrisa fija miran al frente, son concebidas también para ser miradas frontalmente. Tienen los puños cerrados y el pie izquierdo adelante, el pie del corazón, de la vida. Las Korai femeninas están vestidas con el peplo, también tienen mirada frontal y probablemente son vírgenes que se ofrecen a los dioses. Es el simbolismo, donde la idea predomina sobre la imagen (con la imagen al servicio de la idea), como ocurre en una bandera o como en la cruz.
Más tarde comenzará el arte clásico, una etapa en la cual los dioses son perfectos y no tienen emociones (aunque sí las tengan en los relatos mitológicos). Es la época del Doríforo de Policleto y Zeus o Poseidón de Artemisión. Veremos que según Hegel en esta etapa coinciden idea y objeto, conciencia y cuerpo. Es la belleza perfecta, el arte clásico, el arte de lo bello, de la perfección, el arte que nos aproxima al Misterio. Es el esplendor, el arte que nos conduce al Espíritu Absoluto hegeliano.
Pero el arte quiere acercarse al cuerpo real, desprenderse del espíritu y entregarse a la existencia, para lo cual abandona los cuerpos equilibrados de la moderación. El arte ahora “baja a Tierra” y quiere representar al hombre, con sus emociones, su vida, sus movimientos. Hemos cambiado el arte de los dioses, el arte del Ser, de la eternidad, por el arte de los hombres, el arte de la Existencia, del tiempo que tiene principio y fin. El puro movimiento sustituye a la quietud y la emoción a la moderación.
Esta tendencia será la de Lisipo, Praxíteles y otros que van alejándose cada vez más de la aproximación al Espíritu, a lo misterioso, para representar la emoción, los sentimientos del hombre. Según la tradición, Praxíteles esculpe desnuda a la hetaira Friné, que era su musa, como la Afrodita de Cnido y aparece el desnudo femenino, muchas veces con un fuerte contenido erótico. La identidad de cuerpo e idea, que genera lo bello, se va perdiendo. Los sentimientos, las emociones del hombre real, se van apoderando del cuerpo que se pone a su servicio para expresarla.
Durante el Helenismo se desarrolla un “barroco” del arte griego, en el cual se pierde totalmente la moderación de los dioses del clasicismo. Habrá figuras contorsionadas, en posiciones muchas veces forzadas, que remiten al interior del sujeto representado, a su conciencia, a su sufrimiento, o a su vibración en un momento culminante, como el Laocoonte o la Victoria de Samotracia. El pathos prepondera.
Recordando de nuevo a Hegel en la misma obra citada, en esta etapa habría un romanticismo en el arte griego, en donde la idea y/o la emoción predomina y manda sobre la forma, que es sólo su expresión. Ya no es el espíritu el que inspira el arte, el arte se encierra en el hombre y sus emociones.
La lucha por la imagen del cuerpo en el arte
La polémica por la presencia del cuerpo humano en el arte ha estado presente desde siempre. Las manifestaciones del arte hasta el Renacimiento, y aún después, han sido predominantemente religiosas, de modo que el cuerpo humano aparece en el arte invocando a los dioses o a Dios. Sin embargo, más allá de la representación de una deidad, el cuerpo sigue narrándonos nuestra historia, nuestros terrores y emociones.
La primera rebelión conocida contra la representación del cuerpo en el arte sucedió en el Antiguo Egipto. Los cuerpos allí representados eran los mismos dioses y resultaban venerados como tales. Pero un Faraón rebelde, Akenatón, impone una religión monoteísta que sólo se venerará a Atón (El sol, la luz), y ordena destruir todas las imágenes -antropomórficas, zoomórficas y antropozoomórficas- de los otros dioses (Sigmund Freud, 1939, “Moisés y la religión monoteísta”). Sin embargo, con la caída de Akenatón se reponen las imágenes destruidas (James Birx, Encyclopedia of Anthropology, Sage Publications, 2006).
Iconódulos e Iconoclastas
Los cristianos nacen como religión del Imperio con el Edicto de Tesalónica, de Teodosio el Grande, en el año 380 D.C. Y desde un principio destruyen como idolátricas una enorme cantidad de obras de arte clásico griego y romano, aquellas que representan el cuerpo real idealizado por cánones de belleza y erotismo, por la fuerza de la vida. Es decir, el cristianismo tolera al cuerpo en el arte solamente como símbolo.
Pero, más adelante, se desarrolla en el mundo cristiano una de las polémicas más enconadas relacionadas con la representación del cuerpo en el arte. Así llegamos al Concilio de Elvira, celebrado en España en el siglo IV, que proscribe la representación de los cuerpos en las Iglesias. Se generan entonces las discusiones y luchas entre los iconódulos, que consideran que las imágenes deben representarse, y los iconoclastas que creen lo contrario.
Fueron iconoclastas: Orígenes, Tertuliano, Clemente de Alejandría y otros destacados teólogos, lo cual muestra la importancia del movimiento. Más allá de que la imagen del cuerpo sea simbólica, la consideran tan idolátrica como el becerro de oro que adoran los judíos del Éxodo.
La polémica durará más de cuatrocientos años hasta que en 787, durante el Concilio de Nicea, se impone la representación de Dios, Cristo y los santos -se afirma la existencia del cuerpo en el arte-, siempre con el sentido simbólico del arte bizantino, sin perspectiva, plano en las paredes, con imágenes repetidas para cada persona divina o santa.
(*) Julio César Crivelli es coleccionista de arte y presidente de la Asociación Amigos del Museo Nacional de Bellas Artes
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