El 22 de diciembre de 1870, en una modesta habitación de Madrid, el mundo perdía a un hombre, pero la literatura ganaba un mito. Gustavo Adolfo Bécquer fallecía a los 34 años, dejando tras de sí una obra que, paradójicamente, apenas había comenzado a caminar en el papel impreso. Hoy, al cumplirse 155 años de su muerte, su figura no solo se mantiene vigente, sino que se consolida como el puente definitivo entre el Romanticismo tardío y la modernidad poética.

El innovador silencioso
A diferencia de los grandes oradores de su época, Bécquer no buscaba el estruendo. Su revolución fue interna. Mientras sus contemporáneos se perdían en la grandilocuencia, él optó por la "poesía desnuda". Su técnica, caracterizada por la brevedad y una aparente sencillez, escondía una estructura técnica rigurosa y detallada, profundamente estudiada y original, que influyó directamente en movimientos posteriores como el simbolismo y la Generación del 27.
Bécquer no solo escribía sobre el amor o el desengaño; él cartografiaba la inefabilidad del pensamiento. En sus Rimas, el lenguaje lucha constantemente contra la incapacidad de expresar lo absoluto. Es esa lucha la que resuena 155 años después en cualquier lector que haya sentido que las palabras no alcanzan para describir el alma.
El maestro del misterio
Aunque su faceta lírica suele eclipsar al resto, su legado en prosa a través de las Leyendas es igualmente fundamental. En ellas, Bécquer se revela como un maestro del gótico español, elevando el folclore y la tradición a la categoría de arte culto. Sus relatos no son simples historias de fantasmas; son exploraciones psicológicas:
"El mundo de Bécquer es un lugar donde lo invisible cobra forma a través de la sugerencia, no de la descripción directa."