Fuera De cuadro

El hombre que come

Tarsina do amaral. Abaporú (1928). Foto: cedoc

La impronta original del Concretismo brasileño –que apela a la metáfora alimenticia y digestiva, para seguir pensando lo nacional– introduce una versión radical para procesar el tema de las influencias. 

Tarsila do Amaral fue tal vez la más representativa del movimiento modernista de su país. Fue autora de 272 pinturas, seis murales y alrededor de 1.300 dibujos. Trabajó en el taller del escultor sueco William Zadig y en los años siguientes estudió dibujo y pintura con el maestro académico Pedro Alexandrino y más tarde con el artista alemán George Elpons. La producción inicial de Tarsila se limitó a estudios de animales o bodegones y a bocetos de retratos, que recopiló en cuadernos de apuntes.

En 1928, Tarsila do Amaral le regaló para su cumpleaños a su marido Oswald de Andrade Abaporú, nombre con etimología tupí-guaraní que significa “hombre que come”. La obra emblemática y disparadora de los sentidos que luego va a tener el Manifiesto antropófago es un óleo sobre lienzo que representa una figura humana estilizada con proporciones exageradas (cabeza pequeña, extremidades grandes) junto a un sol y un cactus, que simboliza la idea de “deglutir” y transformar la cultura europea en algo propio. 

De esta manera se moldea como el resumen de su época, el Modernismo brasileño, y la Summa del diagnóstico y tratamiento para comprender los cambios de las naciones latinoamericanas del siglo pasado. Ante la pregunta, ¿quién se come a quién?, es decir, ¿quiénes somos nosotros?, Andrade responde algo así como somos lo que comemos: “Sólo la Antropofagia nos une. Socialmente. Económicamente. Filosóficamente”. Por eso, el Abaporú vuelve como un presagio y un enigma. Para configurar este presente de intercambios, de fronteras y de cierres, de intervenciones y nuevos liderazgos.