Guindas salvajes
Paisajes surreales de la atmósfera de los 60, la década de criaturas arrasadas por un tenue temblor, que influenciaron oblicuamente a la Emilia Gutiérrez de carne y hueso, tanto como a Luis Alberto Spinetta, Mildred Burton, Olga Orozco y Adolfo Bioy Casares.
En la Antigüedad la mitología cromática orbitaba tres polos. El blanco, lo incoloro; el negro, lo sucio; y el rojo, el único que merecía llamarse color. Rojo que sintetizaba el Todo y la Nada. Y que arrastraría muchos siglos después en agridulce adicción carmesí a la narradora de La flamenca, de Ana Montes, por un cuadro, que “por más que lo intente, nada se parece a la primera vez que lo vi”. Todo un saque que desarticula la novela familiar, el llanto del padre ausente y la madre terrible, inventando un cuarto propio.
Escrito con sueltos de memorias, e información real de una artista –Ana Montes participó en la gran retrospectiva a Emilia Gutiérrez en Colección Fortabat en 2023–, las entradas, entre el diario de naufragio, el ensayo veloz, el collage poético y las cartas a nadie, envuelven el capullo de una joven que se aísla a las afueras de Buenos Aires. Y con un tiempo que se detiene instituyendo un gesto trágico que hace inútil la resistencia o cualquier llamado de humanidad. Hacia el final la muchedumbre vislumbrada es un enigma misterioso parecido a la anterior soledad, ambos anhelados, ambos un fatal destino.
Ana no duerme, sueña con pájaros. Paisajes surreales de la atmósfera de los 60, la década de criaturas arrasadas por un tenue temblor, que influenciaron oblicuamente a la Emilia Gutiérrez de carne y hueso, tanto como a Luis Alberto Spinetta, Mildred Burton, Olga Orozco y Adolfo Bioy Casares. Y vierten jugos en el relato de Montes, que transita saturnal las luces y las sombras, en el vaivén inmóvil de duermevelas y pastillas. Pero pensar en un vínculo entre la literatura y las artes es quedarse en la superficie debido a que la Flamenca, la pintora Gutiérrez y el personaje de Montes embrujan hacia un estado anterior a la palabra, en un lienzo presemiótico y amniótico, intoxicado de sangre.
“Soy muchas. Lo que se ve afuera es una máscara. Dentro de mí corre un río que mantiene a raya a las otras” aclara promediando la novela, la segunda de Montes luego de Poco frecuente (2019), y anterior a los cuentos de Meditación madre (2022), este último que acompaña submarino en los meandros de mujeres enjauladas y los límites de la razón. Esta multiplicidad abierta en guindas salvajes o las llamas de un incendio de Navidad, la multisensorial presencia de los objetos y personas que parecen extraños en el tiempo son los registrados extasiados en La flamenca. Porque, también nos aclara la narradora, “los pintores flamencos vivían de cara a una experimentación religiosa o espiritual de lo visible”.
Ana Montes además de la sorpresiva La flamenca, egresada de los feedlots de Escritura Creativa pululantes, es pintora, artista visual y escritora. Odilon Redon, otro sueñero solitario que pintaba y escribía mano a mano, alguna vez asaltó en un cuento: “Él sueña; su espíritu se pierde en un mundo incomprensible. Se lo ve solo a menudo en medio de la multitud, encorvado bajo el peso de sus recuerdos, su misterio y sus lágrimas”. Ella ya no volverá jamás.
La flamenca
Autora: Ana Montes
Género: novela
Otras obras de la autora: Meditación madre; Poco frecuente
Editorial: Seix Barral, $ 22.590
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