Entrevista a Eduardo Grüner

La expectativa sin esperanzas

Sociólogo, ensayista y docente universitario de reconocida trayectoria, Eduardo Grüner (1946) se encuentra más activo que nunca. A los recientemente publicados “Frantz Fanon. La violencia de la tierra” y “Pasolini. Nueve variaciones de lectura”, se suma el primer tomo de los cinco –iniciativa de Ubu Ediciones– que reunirán la totalidad de su obra ensayística, desperdigada en revistas culturales y académicas. En diálogo profundo con PERFIL, el intelectual argentino repasa sus comienzos, la importancia de las librerías y de los bares en su formación crítica, la irrupción de las redes sociales, y arrima una sentencia: “poseo un pensamiento trágico”.

Foto: néstor grassi

Hay espectros que no desean morir. Y algunos que siguen mordiendo. El intelectual crítico, aquel pensador heterodoxo, crítico y comprometido políticamente, goza de buena salud. Ese que vive en la lengua y las luchas por el sentido frente al realismo capitalista, el que resucita escribiendo una Invitación a la Vida, se pone en situación en la escritura de Eduardo Grüner. El primer tomo del monumental proyecto editorial de El detalle y el rumor, cinco gruesos volúmenes de Ubu Ediciones, con los ensayos, artículos, intempestivas y abjuraciones del crítico cultural y filósofo político, hurga viejas revistas y manuscritos en un acontecimiento editorial por la magnitud y la figura. La imaginación dialéctica del sociólogo de la universidad pública, uno de los últimos activos de la camada brillante posdictadura que reimaginó barricadas de resistencia a los atropellos neoliberales del último medio siglo, irrumpe en el tiempo y en los confines con la expectativa de tomarlo por asalto. 

El doctor en Ciencias Sociales, e investigador del Conicet, Diego Giller tuvo la iniciativa de este “proyecto absolutamente disparatado, del cual posiblemente se van a arrepentir, pero va a ser demasiado tarde ya. Y me pone muy feliz, por supuesto”, ríe Grüner en el living de su departamento art decó de Belgrano, rodeado del diván, libros de Paul Celan subrayados y un viejo cuchillo, y señala que estos más de veinte textos y una amorosa carta a su amigo Horacio González son el inicio, bajo el título Las formas del ensayo, de otros que tratarán regímenes de la imagen o las políticas del presente. A partir de 1979, con un artículo sobre Kierkegaard en la revista de la Escuela Freudiana, y donde emerge temprano su medular concepto de paratexto, ese que linda las sujeciones del poder, el compilador agrupa escritos en el género culpable, el ensayo según el mismo autor. Y posibilita una mirada al universo gruneriano que discute y amplía en sintonía a los clímax de épocas los aportes de los mayores pensadores de la modernidad, “que está completa pero aún tiene mucho para dar con, entre otros, Jean-Paul Sartre, Claude Levi-Strauss, Michel Foucault, Walter Benjamin y Theodor W. Adorno”.

—¿Cómo fue el trabajo con Diego Giller? ¿Usted participa en la selección?

—A Diego lo conocía de la universidad y confieso que me sorprendió este trabajo ímprobo e impresionante por encontrar ensayos de casi medio siglo. Es decir, no había internet, no había computadora, no había nada, eran ensayos escritos en la letra 22, o lo que correspondiera, algunos manuscritos que yo a veces escribía con pluma, y después pasaba a máquina, corregidos y tachados. Encontró todo eso increíblemente. Nos reíamos porque le decía no solo que algunos los tenía completamente olvidados, sino que otros no sé qué son, y que me iba a endilgar cosas que no son mías, je. Ya no guardo los viejos manuscritos pero sí varias de las revistas, aunque la gran mayoría se ubicaron en ese repositorio fantástico que es Ahira –Archivo Histórico de Revistas Argentinas–. Así aparecieron inhallables, pero queridas para mí, como la revista Sitio (1982-1987), compartida con Jorge Jinkis, y con el sabio de Ramón Alcalde, Luis Gusmán, Sylvia Molloy y Luis Chitarroni entre los colaboradores, o Cinégrafo (1981-1982), que yo dirigí con Mario Levin.

—Serán en total casi 3 mil páginas, los cinco tomos, de filosa reflexión y acción, pasajes entre psicoanálisis revisado, crítica cultural y filosofía política, y pulidos por generaciones que transitaron por sus clases magistrales y cátedras. Hace unas semanas, en una charla suya en la UBA organizada por el Departamento de Artes-FFyL, un joven exclamó que fue una experiencia “aurática”, ¿qué produce este tipo de muestras de afecto o que sus discípulos difundan su proficua producción?

—Alegría y expectativas. En estos tiempos de oscuridad, como hubiese dicho Hannah Arendt, que se pongan a hacer este tipo de proyectos que no les van a ser rentables de ninguna manera es maravilloso, pero allí existe la pasión. Es la pasión por la palabra, por la escritura, por el ensayo crítico. Son todos chicos y chicas que se formaron en las posibilidades de la democracia y no conocieron, yo siempre les digo, ustedes no tienen ni idea, las tres dictaduras que soporté, la del 55, que era chico aún, la de Onganía, en el 66, y la del Videla, en el 76. Destaco este empeño de Diego y de los editores, porque de alguna manera reconozco ya retirado de los claustros –surgió un pedido de las cátedras de Filosofía y Letras de la UBA para que se lo declare profesor emérito– que no es lo usual, incluso en la universidad pública, que defiendo a muerte. Las noticias que recibo no son lindas, digamos.

—¿Cuáles?

—Me parece que hay una... Pero no es culpa de los jóvenes, me parece que hay un clima de degradación, digamos así, de la cultura, de la lengua, de la política, y que llegó a la universidad. Todas cosas con las que nosotros crecimos muy intensamente y conflictivamente también, pero donde había enormes debates, polémicas entre las revistas y espacios de circulación en bares y casas, todo eso un poco se esfumó en el aire. Hay quien culpa a las redes sociales y la tecnología, todo eso puede indexar, pero yo siempre me acuerdo de algo que ya en la década del 30 anotaba Benjamin, aquello que la tecnología por sí sola no produce nada, que la tecnología expresa relaciones sociales. Entonces, lo que hay que leer críticamente son esas relaciones sociales que demandan ese tipo de tecnología. De las redes sociales siempre se objeta que fomentan el individualismo y el narcisismo. Y que estimulan la falta de contacto afectivo y físico. Pero eso es el neoliberalismo básico. Es eso lo que produce un sistema que no es solamente una lógica económica, sino una lógica de las relaciones sociales, de la política, y están implicados todos los ámbitos, con las autonomías relativas correspondientes.

—El libro de Ubu Ediciones mapea el pensamiento de la cultura de izquierda del último siglo, justamente, que por decurso propuso aquel distanciamiento brechtiano de la realidad hegemónica. Hoy, ¿dónde está?

—Y bueno, ahí, en ese libro gordo (carcajadas) y en varios otros que uno podría citar, pero es escasa, no cabe duda casi nula. Se da la paradoja de que un pensamiento elitista hoy es el de la izquierda. Adorno hablaba del elitismo de izquierda porque él defendía el arte de vanguardia, el arte crítico, pero que no es el arte, o la forma de cultura, que llega a las grandes masas. Y Adorno no quería renunciar a ese impulso crítico por llegar a la ciudadanía en general, pero convengamos que ahí hay un conflicto irresoluble, y es una paradoja. Y una paradoja que, si ya Adorno la veía en su momento, imaginate cómo es hoy, donde la cultura de izquierda cae en retroceso. Sin embargo yo, sin tener esperanzas, espero que algo de eso remonte porque la situación que vivimos es tan fea, tan oprimente, que supongo que algo va a tener que ser repensado, si bien seguramente no con el modelo intelectual que llamábamos modernidad. Y en una especie de reconstrucción, o redención benjaminiana, construyendo sobre las ruinas. 

Ensayo de mi vida. “El ensayo es culpable de no ser ciencia, cosa que no puede, porque desconfía de la ortodoxia y los paradigmas”, enfatiza Eduardo Grüner, autor del clásico El ensayo: un género culpable (1995), “Y es lo que siempre me interesó, ese carácter de riesgo. En la jerga científica hay ensayo y error. Entonces, yo hago el chiste de que el ensayo siempre está expuesto al error y tiene que hacerse cargo. Es culpable de eso también. Pero es un género absolutamente apasionante porque es el género crítico por excelencia”, repasa un camino en este tomo que enlaza el amor cortés al elogio de la mentira o lo impolítico en Sade, del sexo de lo político a la noción del mal en Dostoievski y Mann, o la relación de la guerra y la mujer. Ningún corralito mental, nada de complejo de paper, en un empedrado que en Argentina tuvo a Jorge Luis Borges, Ezequiel Martínez Estrada, David Viñas y Héctor A. Murena, de luces en la medianoche, una cuenca inagotable para seres que se preguntan si son luciérnagas o heraldos del alba.

—¿Continúa este caudal de pensamiento?

—En este género, muy argentino por cierto desde Sarmiento, ya no hay una cultura crítica como la pudo haber habido históricamente. Y esto es porque había un mundo del ensayo dentro del mundo de las revistas, que tampoco existe más. Después vinieron los blogs, lo virtual, pero no es lo mismo.

—¿Cómo era ese mundo de las revistas?

—Ya perdí la cuenta pero estuve en varias, además de las ya citadas, como Conjetural (1983 a la actualidad), Pensamiento de los Confines (1995-2010), El Cielo por Asalto (1990-1994) y El Rodaballo (1994-2006). Así que siempre viví muy inmerso, y lo que me atrajo primero era el trabajo de equipo que supone la revista, aunque las individualidades son intraducibles, cada uno con su estilo, pero esa cosa de reunirse a pensar críticamente a quién le vamos a bajar la caña en el próximo número, por ejemplo, a mí me pareció de movida maravilloso. Y los bares.

—¿Bares?

—Hablo de los bares en calle Corrientes, o en los alrededores de las facultades. Estamos pintando, parece, un mundo perdido, el de los bares y las revistas. Yo recuerdo cincuenta metros que iban del café La Paz al cine Lorraine porque eran cincuenta metros que concentraban gran parte de los debates críticos de Buenos Aires hasta los noventa. Y todo aquello es un mundo que ha desaparecido, incluso físicamente. Y ha sido sustituido por esto de los blogs, o las revistas de internet, que funcionan con otra lógica. Yo no veo debates entre esas revistas, salvo la compulsión de ser aprobado. Disculpen, soy viejo, yo necesito leer o discutir sobre el papel, intervenirlo con el lápiz, poner el cuerpo. Cosa que me cuesta porque mi compañera, Carina, me reprocha: “Che, te apropiás del libro, y yo después no lo puedo leer”, je. Sin embargo, en esas anotaciones marginales voy poniendo indicios para próximos libros. 

Pasolini y Fanon más Grüner. El ordinario 2025 quedará fijado como el año del boom editorial de Eduardo Grüner debido a que, junto a la edición de la ensayística revisteril, se conoció, debido a sendos aniversarios de los combativos intelectuales, Frantz Fanon. La violencia de la tierra (UNGS) y Pasolini. Nueve variaciones de lectura (17 Grises Editora). “Pasolini, al igual que Sartre, es interesante. Ha sido muy crítico de su propia sociedad y, ambos, han hecho de todo. Pier Paolo Pasolini más que Sartre, y fue muchos hombres en uno. Pasolini hizo absolutamente lo que quiso, fue uno de los grandes poetas en lengua italiana del siglo XX, narrador, teórico de la literatura, teórico de la semiótica, cineasta, por supuesto, dramaturgo –aprendió castellano para hacer una obra sobre Calderón–, pintaba y dibujaba, y diseñaba la escenografía de sus puestas. ¡Ah! Y a diferencia de Sartre, que murió en su cama, a Pasolini lo molieron a palos en la playa de Ostia por comunista y homosexual. Aparte, Pasolini, al final, termina abjurando de sus películas más famosas, algo notable.

—¿Por? 

—La abjuración es un documento absolutamente para quedarse estupefacto. Él abjura de lo que se llamó la trilogía de la vida, las películas que hizo sobre el Decamerón, Las mil y una noches y Los cuentos de Canterbury, donde apostaba a un erotismo feliz, juvenil y desenfadado. Y en un momento se da cuenta, según dicen las cartas literarias donde aparece la abjuración, de que cayó en la trampa. Que fue fácilmente capturable por el sistema. Así se manda esa película insoportable, en todo sentido, que es Saló (1975), un film absolutamente irrecuperable. Casi el sueño adorniano. El caso de Pasolini es una permanente pasión crítica para destotalizar esa cosa de pura apariencia iconográfica, homogénea y vacía, del campante capitalismo. 

—¿Pasolini, u otros directores que usted menciona, como Ingmar Bergman, muestran la manera de enfrentar el vaciamiento de la imago contemporánea?

—Lo que sucede con esto no es que está en conflicto con la realidad, sino que es la realidad, pretende serlo, sustituye a lo que clásicamente hubiéramos llamado la realidad, con todo lo problemático que es ese término también. Estamos metidos en eso que es muy difícil de combatir porque basta viajar en el subte y observar qué hace la gente, que antes uno veía leyendo un libro o un diario, o lo que sea. Es una obviedad lo que estoy diciendo, pero resulta una observación que cualquiera puede hacer. Son imágenes en las pantallas que no causan ningún problema al orden sino pura reificación de la sensibilidad humana. 

—¿Por qué Fanon en el nuevo milenio? 

—Y todavía porque tiene mucho para decir. Contra las apariencias, el Tercer Mundo, lo que se llamaba en los sesenta el Tercer Mundo, todavía existe y sigue siendo un mundo neocolonial, dependiente, no plenamente autónomo ni soberano, o lo que signifique en la actualidad. Ya Fanon –quizá de los más grandes pensadores latinoamericanos– es alguien que pensó muy críticamente nuestra situación. No digo para estar en un cien por cien de acuerdo con todo lo que dice, pero hay una actitud que me atrapa muchísimo. Y hay un tema, además, que desde hace tiempo viene interesándome, y que es la negritud. Yo escribí sobre este tópico y la revolución haitiana de 1804 en La oscuridad y las luces (Edhasa, 2010) –libro Premio Nacional de Ensayo–. Y Fanon piensa mucho esa inflexión con una potencia política de la que carecen sus rescates desde teorías poscoloniales o multiculturalismos.

Este tiro del final va a salir. “La sumisión de un estado de cultura es cómplice de la destrucción de la cultura”, fijaba Eduardo Grüner en la revista cordobesa Escritura en 1980 –artículo incluido en el próximo tomo–, apostando a la diferencia, no en tanto diseminación, sino con la negatividad redentora que rompa los espejos del capitalismo salvaje y el fascismo criminal “hasta que solo quedarán añicos. El día que aprendamos a hacer eso, tal vez el peligro sea mucho menor”.

—Ahora que es más fácil imaginarse el fin del mundo que el fin del capitalismo, ¿cómo se hace para ser optimista como usted? 

—No, no, yo no soy optimista, no soy optimista de ninguna manera. Ni tampoco tengo esperanzas, que es una palabra que no me gusta mucho porque en la raíz aparece la espera. Que algo me caiga del cielo, no se sabe cómo. Por eso mis críticas al populismo entendido verticalmente, con el culto a la personalidad y al líder carismático, aunque lo entiendo por Freud y Weber, y descontado, porque vivo en Argentina.

—Tacho entonces esperanzas, ¿qué sería lo que mantiene esa pasión por entender la relación con el otro, y escribir en el placer del texto transformando la realidad, durante sus últimos sesenta años? 

—Serían expectativas. Tengo expectativas sin demasiadas esperanzas porque poseo un pensamiento trágico. Y el héroe trágico es el que se rompe la cabeza contra la pared, cabeza dura, tratando de modificar su destino. Sartre afirmaba sobre la esperanza una frase muy linda, lo estoy citando de memoria, que sé que me voy de este mundo con alguna esperanza. Sí, yo digo, pero a la esperanza hay que construirle un fundamento. No es simplemente la espera. Hay que fabricarla, hay que trabajarla, hay que pelearla.