crítica

Una que sepamos todos

Libertella nos cuenta escenas de iniciación y bautismos laicos, todo ese deslumbramiento que producen las cosas cuando se ven (y se escuchan) por primera vez: “El primer disco propio que tuve fue El amor después del amor, editado en el ya remoto 1992. Me lo compró mi zeide Tobías en un Musimundo del barrio de Belgrano y todavía lo tengo”.

Foto: cedoc

Canción llevame lejos, de Mauro Libertella, practica una sabia mezcla de melomanía y biografía. La adolescencia de Libertella transcurrió en la década del 90 del siglo pasado, cuando todavía existía un consumo devocional de la música. En esos tiempos subsistía el casete, dispositivo que permitía hacer compilaciones personales de canciones que abrigaban distintos fines: “No es lo mismo un mixtape para conquistar una chica o para mostrarle a un amigo tus últimos hallazgos o para una hermana que se va de viaje”, aclara Libertella.

Organizado por canciones, con “un lado A y un lado B”, Canción llévame lejos da cuenta del zeitgeist de un tiempo hoy lejano pero que despierta cierta nostalgia. Las plataformas digitales y el MP3 aún no habían acaparado las modalidades de escuchar música, aunque el CD ya había desplazado al vinilo y el público argentino, paridad cambiaria mediante, podía tener acceso a materiales impensados. Algunas cadenas de disquerías ofrecían precios más que accesibles en CD importados, lo que generó un público cautivo que fue armando discotecas importantes. En ese contexto, Libertella nos cuenta escenas de iniciación y bautismos laicos, todo ese deslumbramiento que producen las cosas cuando se ven (y se escuchan) por primera vez: “El primer disco propio que tuve fue El amor después del amor, editado en el ya remoto 1992. Me lo compró mi zeide Tobías en un Musimundo del barrio de Belgrano y todavía lo tengo”.

La selección musical de Canción llevame lejos es arbitraria, responde más a los impulsos de la memoria afectiva que a algún criterio estético o al prestigio de los intérpretes. También los géneros son variados: en el “compilado”, Nick Cave convive con Homero Expósito, sin mayor problema: “El tango añora lo que te hace sufrir y ese es tal vez su tiro al blanco. El rock es vindicativo, es asertivo, jamás duda, siempre propone (Love me do!)”.

La complicidad generacional es inevitable: aquellos que hoy tengan la misma edad de Libertella seguramente podrán reponer con más facilidad el paisaje social de un período comprendido entre fines de los años 90 y comienzos del nuevo siglo. En ese sentido, las canciones funcionan como cofres o cajas de seguridad, como flores donde van a libar recuerdos vinculados a la familia, a la amistad o al amor: son anclajes sonoros, personales, intransferibles, aunque Libertella cree que hay una zona común, compartida comunitariamente: “Las bandas que me han hecho más feliz son las mismas que hicieron felices a casi todos los demás”.

Faltaban pocos años para que la tecnología invadiera cada rincón de nuestra existencia, colonizando hasta lo más íntimo. Todo aquello era más artesanal y sincero. Había una sensación de placer y alegría al enterarse de las novedades musicales, escuchando un tema en la radio o pasando por una disquería.  Esa emoción todavía no había sido neutralizada por el acoso audiovisual de la era digital, y uno podía separar un hit auténtico de la maleza. Ahora todos son hits, aunque sea por unos días. 

 

Canción llevame lejos

Autor: Mauro Libertella

Género: ensayo

Otras obras del autor: El invierno con 

mi generación; Un futuro anterior; Ricardo Piglia a la intemperie; Mi libro enterrado; Un reino demasiado breve; 

Editorial: Vinilo, $ 16.000