No llegó con una campaña omnipresente ni con promesas de “revolucionar el entretenimiento”. iQIYI apareció en la Argentina de una manera casi oblicua, lateral, como si no necesitara anunciarse a los gritos. Un QR en un supermercado chino, algunos banners en el Barrio Chino, una circulación inicial más cercana a la lógica del fanzine que a la de la maquinaria publicitaria global. Ese gesto inicial dice bastante: iQIYI no viene a ocupar el lugar de Netflix, sino a proponer otra cosa.
La plataforma de streaming más grande de Asia comenzó a operar oficialmente en el país en marzo de 2025, de la mano de Jade Stream, su representante local. Los números que la respaldan son difíciles de ignorar: más de 500 millones de usuarios activos mensuales, 100 millones de suscriptores pagos, presencia en 191 países y un catálogo que supera las 1.700 series, programas y animaciones, además de más de 3.500 películas. Pero reducir iQIYI a una cuestión de escala sería perder de vista lo más interesante: su proyecto cultural. En un contexto donde las plataformas occidentales parecen cada vez más parecidas entre sí –mismos géneros, mismos ritmos narrativos, mismos algoritmos–, iQIYI apuesta sin complejos por la especialización. Su catálogo es una inmersión total en el audiovisual asiático: dramas históricos chinos, romances fantásticos del género xianxia, comedias románticas tailandesas que dominan el consumo joven en Asia, realities y una animación que ya no compite desde la periferia, sino desde el centro.
El interés argentino por este tipo de contenidos no es nuevo. Durante la última década, los K-dramas, el animé y ciertas películas chinas fueron ganando espacio en los catálogos locales y en las conversaciones cotidianas. iQIYI llega cuando ese terreno ya está preparado, pero con una diferencia clave: no ofrece una “sección asiática” dentro de una plataforma, sino un ecosistema completo.
Fundada en 2010 por Gong Yu, su actual CEO, iQIYI es tanto una empresa de contenidos como una compañía tecnológica. Su mayor diferencial está en el uso intensivo de inteligencia artificial y big data. Los algoritmos no solo recomiendan qué ver, sino que intervienen en el proceso creativo: analizan guiones, sugieren castings, anticipan posibles éxitos y hasta permiten experiencias interactivas donde el público puede elegir el desarrollo de una historia. El streaming deja de ser una vitrina pasiva para convertirse en un laboratorio narrativo.
PERFIL habló con el vicepresidente de la empresa, Leo Geng. Según él, este enfoque tecnológico se combina con una lectura muy precisa de los hábitos contemporáneos de consumo. iQIYI apuesta fuerte por los minidramas filmados en formato vertical, pensados para verse en el celular, en el transporte público, en fragmentos breves. No es una concesión al apuro moderno, sino una comprensión profunda de cómo se consume ficción hoy, especialmente entre los públicos jóvenes. Mientras otras plataformas siguen pensando en la sala de estar, iQIYI piensa en el bolsillo.
También hay un modelo de negocios que rompe con cierta ortodoxia del streaming global. La plataforma ofrece una versión freemium que permite acceder gratuitamente a parte del catálogo con publicidad, además de dos planes pagos con precios competitivos. Es una estrategia clara de captación de audiencias y, al mismo tiempo, una declaración de principios: ampliar el acceso antes que cerrar la puerta. En tiempos en que casi todo el contenido está detrás de un muro de pago, esa decisión no es menor.
Pero más allá del negocio y la tecnología, dice Leo Geng, iQIYI puede leerse como una herramienta de soft power chino. Así como Corea del Sur consolidó su influencia cultural a través de la música, las series y el cine, China parece decidida a disputar imaginarios a escala global. Las producciones audiovisuales funcionan como una carta de presentación más efectiva que cualquier discurso diplomático. No se trata de propaganda explícita, sino de familiaridad: paisajes, mitologías, códigos emocionales que empiezan a resultar cercanos.
En ese sentido, iQIYI no llega a la Argentina solo para sumar suscriptores, sino para instalar una presencia cultural sostenida. El interés por futuras coproducciones locales y las alianzas con empresas argentinas sugieren que el desembarco no es pasajero. Quizá por eso iQIYI no promete cambiar nada, ni al público ni la televisión, y tampoco “matar al cine”. Su propuesta es más silenciosa y por eso más potente: ofrecer una alternativa real en un ecosistema saturado de opciones que, paradójicamente, se parecen demasiado entre sí. En un mercado donde casi todo está pensado para gustar a todos, iQIYI elige gustarles solo a algunos.
A veces las transformaciones culturales no llegan con estruendo, sino con un gesto mínimo: un código QR, una serie desconocida, una historia contada desde otro lugar del mundo. iQIYI apuesta a eso. A que alguien, casi sin darse cuenta, descubra que hay otras formas de mirar y de narrar. Y que ese descubrimiento, una vez hecho, ya no tiene vuelta atrás.