Argentina no es un caso clínico, sólo necesita dos cosas
Distanciada de Europa, EE.UU vuelve a mirar a América Latina, nueva prioridad estratégica. ¿Cómo se posiciona nuestro país en este escenario? “El problema de Argentina no es la falta de recursos ni de talento. Sólo necesita 4 mandatos presidenciales”, dice el autor. A qué se refiere exactamente.
La nueva estrategia de seguridad nacional presentada por la administración Trump marca un giro relevante en la política exterior de Estados Unidos. Washington se distancia de Europa, acepta de hecho la ampliación de las zonas de influencia de Rusia y China, y vuelve a colocar a América Latina como una prioridad estratégica. Sin embargo, este renovado enfoque hemisférico corre el riesgo de repetir un error conocido: sobreestimar la capacidad de influencia de Estados Unidos y subestimar los efectos desestabilizadores de la fragilidad económica crónica de los países que pretende influir.
Más allá de Venezuela, ningún caso ilustra mejor esta contradicción que el de Argentina.
Pese a la reciente asistencia financiera de Washington y del Fondo Monetario Internacional, la economía argentina sigue siendo frágil. La aprobación de un swap de monedas por US$ 20.000 millones por parte del secretario del Tesoro, Scott Bessent, pudo haber brindado alivio de corto plazo, pero no aborda las causas estructurales de una inestabilidad que se repite desde hace décadas. La liquidez puede calmar a los mercados; no reemplaza la coherencia política ni la previsibilidad institucional.
Si Estados Unidos aspira a contar con aliados democráticos sólidos en el Cono Sur, debería exigir que países como Argentina enfrenten aquello que históricamente han evitado: la construcción de un consenso nacional capaz de sobrevivir a la alternancia entre gobiernos democráticamente electos.
El problema de Argentina no es la falta de recursos ni de talento. Pocos países combinan agricultura de clase mundial, minerales críticos, grandes reservas energéticas, capacidad científica, conocimiento industrial y una población altamente educada.
Argentina, caso clínico
Con una estrategia económica coherente y sostenida en el tiempo, el país podría duplicar la producción en sectores clave, expandir de manera significativa sus exportaciones, reducir la pobreza extrema y reconstruir su clase media. Todo ello es posible en un horizonte de 16 años, es decir, en cuatro mandatos presidenciales.
Pero ese escenario requiere dos cambios fundamentales:
1. Estados Unidos debe abandonar la lógica de los rescates financieros
Durante décadas, Washington, Bruselas y los organismos internacionales de crédito han privilegiado la asistencia de corto plazo sin exigir acuerdos políticos internos que garanticen estabilidad de largo plazo. Estas intervenciones no solo resultaron insuficientes: en muchos casos agravaron los desequilibrios existentes.
El economista Steve H. Hanke, de la Universidad Johns Hopkins, estima que cerca del 75% de la ayuda externa enviada a Argentina desde mediados de los años ochenta salió del país en cuestión de semanas o meses. Esos recursos no modernizaron la infraestructura ni fortalecieron la capacidad productiva. Alimentaron el endeudamiento, incentivaron la fuga de capitales y deterioraron la confianza social.
China tomó nota de ese fracaso.
En lugar de rescates episódicos, Beijing optó por una estrategia de permanencia, basada en inversiones de largo plazo en energía, minería, logística e infraestructura crítica. El resultado es una presencia estructural creciente en la región.
Miguel Pesce, ex titular del BCRA, advirtió: “Estamos en un récord de fuga de capitales”
Estados Unidos no puede contrarrestar esa dinámica con asistencia que se evapora en pocos meses.
Si Washington pretende competir seriamente en América Latina, debe insistir en aquello que ha estado ausente en la historia política argentina: un acuerdo nacional organizado para durar.
2. Argentina debe generar su propio proceso interno de consenso
Ningún apoyo externo puede sustituir un pacto sostenible entre las dos grandes corrientes económicas del país: el liberalismo pro-mercado y el nacionalismo industrialista. Cada una se asume como portadora exclusiva de la verdad. Ninguna ha logrado gobernar con éxito de manera sostenida. Su alternancia ha producido cambios permanentes de rumbo, debilitamiento institucional, pérdida de confianza de los inversores y estancamiento económico.
Las elecciones presidenciales de 2027 abren una ventana estrecha para romper este ciclo y construir un plan nacional de desarrollo antes de que vuelvan a imponerse candidaturas improvisadas, dogmáticas o personalistas. Pero ese proceso no puede depender únicamente de la dirigencia política. Debe ser impulsado por la sociedad civil, y debe comenzar cuanto antes.
Cuatro pasos podrían iniciar ese camino
Primero, la cultura política argentina tiende a concentrarse en explicar el pasado más que en planificar el futuro. Un horizonte de 16 años —cuatro períodos presidenciales— es lo suficientemente ambicioso para producir transformaciones reales y, al mismo tiempo, lo bastante concreto como para resultar viable.
Segundo, dado que hoy ninguna figura política goza de legitimidad transversal, la iniciativa debe surgir desde la sociedad civil. Un grupo reducido pero representativo de economistas, empresarios, sindicalistas, académicos, juristas y periodistas podría iniciar el proceso.
En los años ochenta, la sociedad civil fue clave para consolidar la democracia. Hoy puede cumplir un rol similar en su estabilización económica.
Tercero, la polarización no se supera con debates televisivos ni con improvisación. El diálogo debe ser profesionalmente diseñado. Como psicólogo clínico familiarizado con la cultura argentina, sostengo que serán necesarias reglas de escucha estructurada, principios de comunicación no violenta y mecanismos de mediación política ya probados en otros contextos. Argentina cuenta con profesionales capacitados para diseñar un proceso serio y eficaz.
Cuarto, dirigentes políticos con vocación de acuerdo y expertos técnicos podrían negociar un plan a 16 años que abarque infraestructura, industria, energía, agricultura, minerales críticos, gestión del agua y la pesca, tecnología, turismo y educación, junto con reglas macroeconómicas estables en materia monetaria, fiscal, de deuda, tasas de interés y sistema financiero.
Un consenso de esta naturaleza, respaldado por la ciudadanía, solucionaría las causas profundas de las crisis recurrentes: la improvisación, el cortoplacismo, el fundamentalismo ideológico, el personalismo, las divisiones crónicas y la corrupción. Además, obligaría a futuros candidatos a definirse con claridad: apoyar el acuerdo nacional o proponer sus alternativas superficiales e ideologizadas.
Sin consenso interno, la asistencia occidental es estéril. Con él, Argentina puede volver a ser un ejemplo de desarrollo nacional. Todo depende de la sociedad Argentina, de estar dispuesta a construir los acuerdos que todos coinciden precisar. Quizá el 2026 sea el año para hacer realidad esta histórica necesidad.
* psicólogo clínico radicado en Los Ángeles. Con padres estadounidenses, emigró a Argentina en su infancia y vivió allí durante más de 30 años. Estudió Administración de Empresas en UADE y trabajó para empresas multinacionales en el país. Acaba de adquirir la ciudadanía argentina y piensa votar por primera vez en 2027.
También te puede interesar
-
Milei y las tetas del Estado
-
Reforma laboral: un retroceso que traerá más desigualdad
-
La hora de la verdad para Europa
-
Donald Trump y la carga del hombre blanco en Nigeria
-
El suicidio civilizacional de Estados Unidos
-
El gran y nada hermoso desastre económico de Trump
-
Los trabajadores sanitarios globales refuerzan la seguridad nacional de EEUU
-
La ruptura transatlántica se ha completado
-
Luces y sombras del acuerdo Mercosur-Unión Europea en la pesca