¡Cuánto necesitamos a Gandhi!
“Aún tenemos mucho por hacer en educación para alcanzar una cultura libre de violencia” dice el autor y recuerda que para el maestro indio “el cambio social comienza con la transformación individual”. Algo para recordar en una sociedad en la que una broma crece hasta la humillación constante. Qué podría ayudar.
El 2 de octubre, en el 156° aniversario del nacimiento de Mahatma Gandhi, se celebra el Día Internacional de la No Violencia. Gandhi creía, por sobre todas las cosas, en la búsqueda de la verdad; para él, la no violencia era una estrategia, un medio a través del cual el ser humano podría alcanzar la verdad como meta final. Hoy, las sociedades globales parecen haberse alejado de ambos principios: las culturas de la violencia y las post-verdades intentan tomar al ser humano de rehén.
El campo educativo no es territorio ajeno a estas tendencias.
La violencia se manifiesta entre los jóvenes de múltiples formas: bullying, acoso, abuso verbal, físico, psicológico y sexual. Las estadísticas son contundentes. Un estudio del Ministerio Público Tutelar de la Ciudad de Buenos Aires (2024) reveló que más del 65% de los menores sufre bullying o conoce a alguien que lo padece, y "un alto porcentaje no habla con nadie".
Estos datos no son novedad y no deberían sorprendernos del todo. Después de todo, 2024 fue el año de publicaciones como La generación ansiosa, de Jonathan Haidt, y del estreno de series como Adolescencia (Graham y Jack Thorne) y de obras teatrales como Punch (James Graham) en Londres y Nueva York.
Podríamos celebrar que se instaló en la agenda social la necesidad de conversar sobre los jóvenes y la violencia que los rodea. Lmentablemente, las conversaciones no disminuyen el trauma, y aún tenemos mucho por hacer en educación para alcanzar una cultura libre de violencia.
El trabajo con adolescentes permite ser testigo de cómo la falta de herramientas emocionales escalan los conflictos cotidianos hasta convertirse en episodios de violencia. Un empujón en el recreo se vuelve pelea, una broma se transforma en humillación sistemática, una frustración académica deriva en agresión hacia compañeros o docentes. La ausencia de habilidades para reconocer, nombrar y gestionar las emociones paraliza a docentes y equipos directivos y deja a los jóvenes navegando a ciegas por sus propios mundos internos, con consecuencias que trascienden las aulas.
En este contexto, las prácticas contemplativas tienen mucho valor que aportar. Estas prácticas, lejos de ser meras tendencias, constituyen herramientas científicamente validadas para el desarrollo social y emocional, y contribuyen con el desarrollo de la autorregulación, la autoestima y la disminución de impulsos agresivos.
Los programas para adolescentes y docentes incluyen ejercicios de respiración rítmica que activan el sistema nervioso parasimpático. Esto reduce los niveles de cortisol y adrenalina, hormonas asociadas con respuestas agresivas y estados de hipervigilancia. La meditación, por su parte, fortalece la corteza prefrontal, la región cerebral responsable del autocontrol y la toma de decisiones reflexivas que en los adolescentes aún está en desarrollo.
Para los jóvenes, estas técnicas ofrecen algo invaluable: un espacio de autoconocimiento donde pueden reconocer sus emociones sin ser arrastrados por ellas. Aprenden a crear una pausa entre el estímulo y la respuesta, esa fracción de segundo que puede marcar la diferencia entre reaccionar con violencia o responder con sabiduría.
Un cambio paradigmático necesario
La integración de educación social y emocional, y las prácticas contemplativas no son solo una estrategia pedagógica; es un cambio paradigmático que reconoce la dimensión integral del ser humano. Cuando un joven aprende a respirar conscientemente ante la frustración, no solo está manejando esa emoción específica: está construyendo un músculo emocional que le servirá toda la vida.
Los resultados son tangibles. Las escuelas que implementan estos programas reportan disminución en conflictos, mejora en el clima institucional y aumento en la capacidad de los estudiantes para resolver disputas de manera pacífica. Más importante aún, los docentes notan cambios en la autoestima de los estudiantes y en su capacidad para concentrarse y aprender.
En el día que recordamos a Gandhi, vale reflexionar sobre su legado más profundo: la convicción de que el cambio social comienza con la transformación individual. Enseñar a los jóvenes a respirar conscientemente, a meditar, a conocer sus emociones, es sembrar semillas de una sociedad más pacífica. Hoy, más que nunca, hacen falta escuelas innovadoras que prioricen el desarrollo humano, el desarrollo social y emocional de los jóvenes y la construcción de culturas sociales y académicas centradas en los valores humanos universales y los principios gandhianos de la no violencia.
La no violencia que Gandhi promovía no era pasividad; era la fuerza más poderosa del mundo aplicada con sabiduría. Hoy, esa sabiduría puede comenzar con algo tan simple y transformador como enseñar a un adolescente a respirar. Porque en esa respiración consciente se gesta la pausa que puede cambiar no solo una reacción, sino toda una vida, y eventualmente, toda una sociedad.
*Maestría en Política Educativa de la Education Studio en Happy Together y cofundador de Because Energy Matters. Es Director Ejecutivo del Center for Artistry and Scholarship
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