estresando la ley

El trabajador no es una mercancía

El fundamentalista. De la reforma laboral, un laboratorio con final incierto. Foto: cedoc

La discusión sobre la reforma laboral se da por estos días en términos técnicos: productividad, costos, mercado de empleo. Sin embargo, la cuestión central parece olvidada: se trata de personas que viven, que crían hijos, que sueñan y que se esfuerzan. El trabajo no puede ser reducido a una mercancía, es una dimensión constitutiva de la vida humana. Por eso, cuando una reforma deshumaniza el trabajo, lo que se pone en riesgo no es solo un marco legal: es la paz social. 

El proyecto enviado por el gobierno nacional es una venganza contra el derecho laboral. El mismo implica un retroceso profundo, tal como advirtió la profesora Natalia Salvo al señalar que la iniciativa “legaliza el trabajo sin derechos y el salario en especies”, entre muchos otros puntos. La posibilidad de pagar con bienes, alimentos o vivienda; la presunción de “independencia” que en los hechos exime al empleador; el banco de horas que desorganiza la vida familiar; la ampliación de períodos de prueba; la derogación de estatutos profesionales; y la flexibilización generalizada componen un esquema que reproduce recetas deshumanizantes. 

La experiencia argentina demuestra que estas reformas nunca generaron más empleo: solo produjeron más pobreza, caída salarial, menos estabilidad y más conflicto social. 

Las coincidencias entre la reforma laboral impulsada por el Gobierno nacional y la recordada “Ley Banelco” de la Alianza son evidentes. Ambas comparten un eje central: debilitar la ultraactividad de los convenios colectivos y promover una fuerte descentralización de la negociación laboral. Esto implica que salarios y condiciones de trabajo puedan discutirse a nivel de empresa o incluso de localidad, y no en el marco de convenios generales de rama o sector. Este desplazamiento fragmenta la representación de los trabajadores, pulveriza la fuerza de negociación sindical y habilita relaciones laborales más desiguales. 

La paz social se construyó a partir de las paritarias entre trabajadores y empleadores donde se establecía no solo el valor del salario, sino las condiciones de dignidad del trabajo.

El reciente informe del Instituto Gino Germani confirma que crece la cantidad de empleados pobres. La pobreza no se combate quitando derechos, sino fortaleciendo salarios y paritarias. Los cambios en las regulaciones no son generadores de más empleo como sí lo es el crecimiento económico. Incluso, en las ramas de actividad donde la desregulación se dio de hecho, los puestos de trabajo cayeron, producto del programa económico.

El espíritu del actual proyecto queda en evidencia cuando se lo analiza en su impacto concreto: es una ley pensada para facilitar despidos y abaratar su costo. No promueve la formalización laboral ni incentiva la creación de empleo. No mejora la capacitación ni las condiciones de trabajo. Durante los primeros dos años de este gobierno, la Argentina perdió 19.000 empresas y 276.000 empleos formales, lo que demuestra que flexibilizar no deriva en crecimiento económico ni en mayor actividad productiva. Durante el gobierno de Néstor Kirchner, con doble indemnización vigente, se crearon cinco millones de puestos de trabajo, porque el empleo surge de la expansión económica, no de la precarización de las condiciones laborales. 

El proyecto Milei afecta el sistema previsional al reducir los aportes patronales y crear un fondo individualizado para indemnizaciones, debilitando el financiamiento colectivo y solidario de la seguridad social. A la vez, elimina herramientas que protegieron el ingreso futuro de millones de trabajadores. Resulta paradójico que, mientras en Estados Unidos los productos fabricados en el país gozan de preferencia en compras públicas, y las empresas “Made in USA” acceden a contratos estratégicos del Estado y de las Fuerzas Armadas, aquí se plantee un modelo laboral que desprotege a la fuerza de trabajo nacional en lugar de fortalecerla y se vanaglorian de no tener una política industrial.

El contraste internacional es contundente. Estados Unidos tiene una jornada de 40 horas semanales. China también, pese a ser una potencia con una orientación ideológica opuesta. Israel llega a 42. Alemania se mueve entre 35 y 40. Dinamarca ronda las 37 horas, con un promedio real inferior. Noruega registra jornadas efectivas que no alcanzan las 34 horas. Colombia avanza en la reducción de 48 a 42 horas. La Organización Internacional del Trabajo recomienda descender el piso global de 48 a 40 horas semanales y avanzar hacia esquemas más humanos. Mientras tanto, la Argentina oficial pretende extender la flexibilidad y debilitar protecciones básicas. 

Los tres principales grupos económicos argentinos, Clarín (1945), Techint (1946), Arcor en (1951) nacieron al calor de los derechos laborales consagrados en 1947:

Derecho al trabajo, Derecho a una redistribución justa, Derecho a la capacitación laboral, Derecho a condiciones dignas de  trabajo, Derecho a la preservación de la salud, Derecho al bienestar, Derecho a la seguridad social, Derecho a la protección de su familia, Derecho al mejoramiento económico, Derecho a la defensa de los intereses profesionales.
         En el crecimiento de estos tres grupos económicos con plenos derechos laborales hasta el día de hoy, la Argentina puede mostrar con orgullo en el mundo que las convenciones colectivas de trabajo evitaron la lucha de clases y sacaron del descarte social que existía en 1945 al pleno empleo que se logró en esos años posteriores.
Tierra techo y trabajo son derechos sagrados, dijo el Papa Francisco, el argentino más querido en el mundo.

PDTA Federico Sturzennegger y Julio Cordero, que redactaron esta reforma laboral ¿Trabajarian ellos en estas condiciones?