El triunfo libertario y el peligro de vomitar conejos
“Como el personaje de Cortázar, la sociedad argentina elige no vomitar. Pero la abstención no es calma y los diez puntos de diferencia que obtuvieron tampoco” advierte el autor en relación a los resultados electorales del 26 de octubre. Los conejos siguen acumulándose sin salida: las discapacidades, los jubilados, la salud, la educación pública, etc
En Carta a una señorita en París, Julio Cortázar cuenta la historia de un hombre que vomita conejitos en un lujoso departamento que estaba temporalmente a su cuidado. Inquietos, tiernos, pequeños, peluditos e insoportables. Primero uno, después un par y finalmente un montón.
Cada nuevo conejito es la emergencia de algo que quiebra el orden burgués de ese departamento con aire parisino, por sus características intrínsecamente sucias, porque alteran, porque molestan con su existencia asquerosa, porque se mueven por todos lados rompiendo todo.
El protagonista intenta ocultar los conejos vomitados, intenta limpiarlos o hacer de cuenta que no existen. Los esconde dentro del placard, bajo la alfombra. Finge demencia. Sin embargo, incapaz de integrar esa irrupción involuntaria, el narrador termina quitándose la vida.
De lo cual se entiende lo siguiente: lo que se reprime nunca desaparece del todo, siempre regresa. Y cuando vuelve, lo hace con dolor. Aunque se trate de tiernos conejitos.
Las elecciones legislativas del domingo, donde el gobierno obtuvo un triunfo que superó ampliamente sus propias expectativas, sigue una lógica similar: La sociedad argentina eligió la tranquilidad y comodidad de habitar un ambiente ordenado y limpio, sobre la irrupción desestabilizadora que implica la emergencia de la conflictividad popular activa.
La victoria violeta es indiscutible, pero se inscribe en el marco de las elecciones con menor participación de la democracia reciente y apenas le alcanza para seguir vetando las iniciativas opositoras que surjan del poder legislativo. No obstante, para reformas estructurales que impliquen mayores consensos, tendrá servida la mesa de los gobernadores nominalmente opositores que han sido derrotados por amplio margen en sus propias provincias.
El dato de la participación no es menor, entre otras cosas, porque es el indicador de un desencanto significativo y de una represión colectiva del conflicto en una sociedad que ha decidido abiertamente por la comodidad del orden macroeconómico al riesgo de enfrentarse a sus propios fantasmas y miserias del pasado. Pareciera que el sistema político, casi en su conjunto, prefiere un orden elevado sin pueblo antes que un pueblo que desborde el orden.
Como el narrador de Cortázar, la sociedad argentina elige no vomitar. Pero la abstención no es calma y los diez puntos de diferencia que obtuvieron tampoco. Una primera minoría violeta no es garantía de tranquilidad para los mercados en los larguísimos dos años que restan de mandato. Es un gran alivio para un gobierno que llegó tambaleando a las elecciones, una bocanada de aire fresco, pero se encuentra lejos de ser una garantía de gobernabilidad, mucho menos de estabilidad financiera.
En ese sentido, la entrega de la soberanía política y la independencia económica al tesoro de los Estados Unidos a cambio de 20 mil millones de dólares, opera como un soporte mayor. Sin embargo, ya hemos visto como más dinero que ése se evapora en mucho menos tiempo.
La extorsión exitosa del terrorismo financiero internacional que amenazó con retirarse y provocar una crisis económica sin precedentes si no ganaban los libertarios, se articuló con un voto ideológico antiperonista históricamente robusto pero subestimado en la previa, principalmente en la provincia de Buenos Aires, y con un liderazgo vertical unificado en todos los distritos del país, lo que permitió darle las últimas pinceladas violetas a la mayoría del territorio nacional.
El gobierno puede celebrar su victoria, pero debe hacerlo con prudencia porque los conejitos seguirán acumulándose en su garganta si él no los expresa. El conejo de los jubilados, el conejo de la educación pública, el conejo de la salud, el conejo de los salarios pulverizados, y el conejo de la recesión deberán encontrar una forma alternativa de expresión política, de otro modo, tarde o temprano, regresarán como vómito, como exceso, como impulso descontrolado.
En política, vomitar conejitos no es sólo una imagen fantástica y absurda, es expresar lo que el poder no quiere reconocer en su existencia vital y disruptiva. Y aunque resulte desagradable, vomitar, a veces, es la única forma de seguir con vida. Porque lo realmente peligroso no es el desborde popular de los conejos, que por lo visto está muy lejos de producirse, sino el país que deja de sentirse a sí mismo, de debatir su futuro, de incluir a todos sus habitantes.
*Sociólogo / consultor
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