Elecciones 2025

Elecciones: cuando las “almas bellas” acceden a la decepción

Fernando Camusso: “No creo que la volatilidad termine tan rápida y abrupta antes de las elecciones de octubre” Foto: Cedoc Perfil

Hay quienes dicen que en nuestro país se vota con el bolsillo y no con la moral. Es curioso, además de ubicar las mociones morales en el altar de la virtud celestial, el juicio escinde por completo las necesidades básicas de una persona de su posición anímica. Como si los seres hablantes fuéramos sujetos racionales que, a la hora de elegir tal o cual rumbo, no estuviésemos afectados por pasiones bien alejadas de la sensatez y la propia conveniencia. (Para más datos: confrontar con la culpa que experimentan las personas por no llegar a fin de mes: modelo de la moral instilada por el neoliberalismo). Crease o no, algo similar se le filtró nada menos que a Carlos Marx, quien con toda buena fe creía que las necesidades materiales eran las que en definitiva determinaban la marcha de la historia, Filósofos como Slavoj Zizek sin embargo no tardaron en advertir que las fantasías ideológicas pueden tanto o más que los requerimientos básicos, alimentos, vivienda, etc. Y cuando decimos ideológicas no nos referimos a cuestiones partidarias sino al sistema de valores que orienta el deseo de las personas, toda una dimensión hoy cooptada por el entorno digital que poca atención presta al bolsillo de las personas y mucho a su fantasía, por más delirante que la misma sea.

¿De quién es el búnker de La Libertad Avanza?

“Mentime que me gusta” es una frase que, no por chistosa, resulta menos adecuada para describir el comportamiento de los pueblos. Quien acierta el tono de su discurso con el deseo que agita los cuerpos hablantes tiene ganado el afecto de la masa. Allí puede habitar el resentimiento, el impulso
bélico y la incitación al sacrificio en pos de un trasnochado Ideal. La clave es incentivar las pasiones más primarias del ser hablante. Desde este punto
de vista propongo considerar que Javier Milei fue el mentiroso más exitoso de la historia argentina. La sarta de disparates proferidas por su boca es innumerable. No fue el bolsillo de los argentinos el que lo encaramó a la cima del poder político. Sino el ánimo desvariado de una sociedad que sintonizó con la locura de un sujeto dispuesto a vociferar lo que se quería oír. Esas frases terminantes, plenas de un sentido absoluto y prometedoras de la solución final. Su discurso delirante calzó en una muy singular coyuntura social. Dos gobiernos consecutivos fracasados, un horizonte difícil de prever, el encierro de la pandemia, mucho enojo y la consecuente urgencia por echarle la culpa a algo/alguien. Obvio: ¿quién mejor que el Estado para enrostrarle todas nuestras frustraciones? Escenario ideal para una exacerbación individualista cuyo abismo de vanas ilusiones parece de fondo. Esa subjetividad que Hegel supo denominar el “alma bella”. Es decir, ante el conflicto del que forma parte, simplemente dice: “con esto yo no tengo nada que ver”. Luego un energúmeno que no deja de crear enemigos: sea el Estado; la casta; los zurdos; y bla, es bienvenido. Hoy la sociedad argentina de la provincia de Buenos Aires votó con la moral y con el bolsillo. Fue racional, y algo mucho más importante que eso, accedió
enfrentar una de las más cruciales instancias anímicas del ser hablante: la decepción. Se hizo cargo de un grave error. Ahora resta ver si la dirigencia
política demuestra estar a la altura del pueblo que dice representar. Como dijo el senador Mayans: “este gobierno ha terminado”. Que Dios y la Patria se lo demanden.

*Psicoanalista. Doctor en Psicología por la Universidad de Buenos Aires