OPINIóN
Integración continental

La estrategia de Trump, el gobierno de Milei y la enseñanza de Perón

La Estrategia de Seguridad Nacional de Estados Unidos cuenta con un giro decisivo donde Washington prioriza el Hemisferio Occidental y le otorga centralidad a América del Sur. El alineamiento del gobierno de Javier Milei con el de Trump es parte de una lógica estratégica con antecedentes históricos de la gestión de Juan Domingo Perón.

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Trump, Milei y Perón | Collage

El documento Estrategia de Seguridad Nacional de los Estados Unidos que Donald Trump dio a conocer a fines de noviembre tiene una enorme relevancia y es particularmente significativo para definir el posicionamiento argentino en esta etapa.

Washington proclama allí un trascendental cambio de enfoque y prioridades de su compromiso internacional. “Los días en que Estados Unidos apuntalaba el orden mundial como Atlas han terminado”, anuncia el texto. Y explica: “Nuestras élites calcularon erróneamente la disposición de Estados Unidos a asumir eternamente cargas globales que el pueblo estadounidense no veía en el interés nacional.

Sobreestimaron la capacidad de Estados Unidos para financiar, simultáneamente, un enorme estado de bienestar, regulador y administrativo, junto con un enorme complejo militar, diplomático, de inteligencia y de ayuda exterior”.

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Lo que propone el nuevo suena como un repliegue después de una extensión inapropiada: “Tras el fin de la Guerra Fría, las élites de la política exterior estadounidense se convencieron de que la dominación permanente de Estados Unidos sobre el mundo entero redundaba en beneficio de nuestro país. Sin embargo, los asuntos de otros países solo nos incumben si sus actividades amenazan directamente nuestros intereses ”.

Se trata, entonces, de un cambio de prioridades para reconcentrar la fuerza de Estados Unidos y afrontar mejor sus desafíos y compromisos globales, pues “no podemos permitirnos estar igualmente atentos a todas las regiones y a todos los problemas del mundo… Centrarse en todo es centrarse en nada”. Por eso, manteniendo la voluntad de preservar el interés de Estados Unidos en todo el planeta pero “evitando la sobreextensión y el enfoque difuso que socavaron los esfuerzos anteriores”, la prioridad estratégica pasa a ser lo que Washington denomina Hemisferio Occidental, las Américas.

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La prioridad continental

La línea adoptada por la nueva estrategia venía siendo expuesta y auspiciada por influyentes estudiosos y analistas de Estados Unidos. Más de dos décadas atrás, Samuel Huntington apuntaba ese desafío cuando advertía que la historia latina estaba desplazándose demográficamente hacia el norte en dirección a Estados Unidos y que eso, en consecuencia, cambiaría el carácter estadounidense. (¿Quiénes somos? Los desafíos a la identidad nacional estadounidense). En su libro La venganza de la geografía, el influyente pensador e investigador Robeert D. Kaplan, señalaba que “El destino de Estados Unidos se escribirá en sentido norte-sur, no en sentido este-oeste de un mar resplandeciente a otro del mito continental y patriótico”. En ese mismo texto, comparando con las estrategias defensivas del Imperio romano, Kaplan apuntaba hace más de una década que “del mismo modo que el poder de Roma estabilizó el litoral mediterráneo, la Armada y la Fuerza Aérea de Estados Unidos patrullan los espacios de uso común en beneficio de todos, si bien es cierto que este servicio se da por sentado –del mismo modo que ocurría con Roma-; lo que ha quedado demostrado en la última década es que el Ejército de Estados Unidos y el cuerpo de Marines no dan más de sí, ocupados como están tratando de sofocar rebeliones en puntos lejanos del planeta, Por lo tanto Estados Unidos debe plantearse una gran estrategia con vistas a restituir su posición”, como hizo Roma en la etapa antonina. Kaplan enumeraba lo que su país podía hacer en ese sentido: “Evitar intervenciones costosas, utilizar la diplomacia, dar un uso estratégico a los recursos de los servicios de inteligencia…también asegurarse de que nada socava su posición desde el sur, como le sucedió a Roma desde el norte”.Y sugería: “Asegurarnos de que una potencia del hemisferio oriental no se vuelva excesivamente dominante o lo suficiente como para amenazar a Estados Unidos en el hemisferio occidental será una tarea mucho más sencilla si en primer lugar promovemos la unidad en el hemisferio occidental”.

Así, por la lógica de su interés estratégico Estados Unidos se ve empujado a su destino sudamericano.

Perón: Del Ártico a la Antártida

Siete décadas atrás otro estratega, Juan Domingo Perón, observó desde la Argentina la misma perspectiva, que consideraba históricamente determinada: “Es indudable que el destino de América terminará en la unión continental de todos sus pueblos, desde el Ártico a la Antártida. Esta unión continental será realizada plena y absolutamente aunque no les resulte grato a quienes proponen un nacionalismo estéril que, aun cuando resulte extraño, carece de sentido nacional (…) un nacionalismo realista e inteligente es el de aquellos países que cumplen solidariamente con las exigencias de sus funciones internacionales mediante una adecuada y progresiva complementación”.

Conviene recordar las circunstancias, ya que esta mirada de Perón no ha sido suficientemente atendida.

La recurrente evocación de la consigna “Braden o Perón” de las elecciones de febrero de 1946 induce a un equívoco; ese fue un instrumento que dejó servido en bandeja la intervención agresiva del breve embajador estadounidense Spruille Braden al moverse como agente coordinador de la coalición opositora a Perón, la Unión Democrática. Braden mantendría esa hostilidad desde sus funciones como Secretario de Estado adjunto durante el gobierno demócrata de Harry Truman.

Pero Perón, aun soportando esa tendencia adversa, mantuvo la búsqueda de un acuerdo con Washington, que canalizaría a través del embajador estadounidense en Buenos Aires, George Messersmith, quien llegó a enfrentarse con Braden -su superior- en defensa de un entendimiento con el gobierno peronista.

La oportunidad llegaría con el cambio de signo del gobierno en Estados Unidos. El 20 de enero de 1953 asumía la presidencia el republicano Dwight Eisenhower, general de cinco estrellas y héroe durante la Segunda Guerra. La primera novedad la produjo el nuevo secretario de Estado, John Foster Dulles: un mensaje dirigido a Perón expresaba en uno de sus párrafos: "La Argentina y los EE.UU. son ambos líderes reconocidos de la comunidad americana". Poco después, en julio de ese mismo año, llegó a la Argentina en visita oficial, Milton Eisenhower, hermano del Presidente y enviado por este.

Perón no desaprovechó la oportunidad de establecer una relación amistosa y constructiva con el nuevo gobierno norteamericano. “Decir que la recepción que me brindó Perón me dejó atónito es un pobre eufemismo: alfombras rojas, bandas pintorescas, guardias militares de honor por todas partes”, describiría años más tarde el enviado en sus memorias-

En lo inmediato, el embajador estadounidense en Buenos Aires, Albert Nufer, informaba detalladamente al Departamento de Estado apenas concluida la visita del hermano Milton y después de verse con el Presidente argentino: “Perón está burbujeante de buena voluntad y entusiasmo. Dejó muy en claro que él personalmente estaba encantado de que (la visita) hubiera salido tan bien, sin nada que empañara la estadía. Dijo que ahora tenía, por primera vez, la clara impresión de que el gobierno de EE.UU. no estaba mal dispuesto hacia el suyo y que existía por ende una verdadera oportunidad para mejorar las relaciones (...). Dijo que él estaba convencido de que el gobierno de EE.UU. compartía su creencia en que el mejoramiento de las relaciones entre Argentina y EE.UU. era altamente deseable".

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Nufer comenta que en la conversación con el Presidente argentino, éste se extendió en su idea de que podía sobrevenir una tercera guerra mundial y a la hora de la despedida le pidió que le transmitiera al Presidente un saludo amistoso y agregó esta frase: “Él es un general con más antigüedad que yo, de modo que me pondré a sus órdenes”.

El cable de Nufer reportaba que Perón exponía una indubitable vocación anti-comunista y que había reiterado su voluntad de recibir inversiones extranjeras. Poco tiempo después, el Congreso argentino aprobaría el proyecto de garantía a las inversiones extranjeras y Perón enviaría a las Cámaras la propuesta de contratos de explotación petrolera a cargo de empresas controladas por Standard Oil.

En octubre de 1953 Perón visitó Paraguay y allí expuso la idea de la unidad americana de polo a polo, “del Ártico a la Antártida”, que desplegaría luego en un mensaje dirigido por LRA, la radio del Estado. Ese mensaje contiene párrafos muy claros: “El único recurso para lograr que la independencia económica no sea un simple eslogan de circunstancias y de finalidades políticas, es el que nos impone, como un signo de nuestro tiempo, organizar nuestra complementación económica y echar sus bases definitivas en América. Esta no es cuestión de palabras, sino de realidades. Es indudable que el destino de América terminará en la unión continental de todos sus pueblos, desde el Ártico a la Antártida.” En 1997, Carlos Menem le obsequió a Bill Clinton una copia encuadernada de ese mensaje de Perón.

Perón entendió la lógica de la integración que apuntaba al continentalismo y el universalismo y sabía que ella constituía la tendencia histórica de fondo, la determinante, a la que no era realista ni inteligente enfrentarse. Se trataba de custodiar y desplegar lo propio en el seno de esa ola, no luchando contra ella.

La hora de Milei

El gobierno de Javier Milei eligió sumergirse en esa ola sin beneficio de inventario, al estilo que aconsejaba Bonaparte: "On s'engage et puis on voit" (hay que meterse y después ver). Aunque su apuesta por Trump fue incluso anterior a convertirse en Presidente, ya en ejercicio, y en una situación que llegó a amenazar su gobernabilidad los hechos lo empujaron a zambullirse como mejor alternativa. La corriente lo llevó, en principio, a zona segura. Trump avanzaba en el sendero norte-sur bosquejado por aquellos intelectuales y pensadores norteamericanos.

Según el documento estratégico emitido por Washington, “Estados Unidos estará listo para ayudar —posiblemente mediante un trato más favorable en materia comercial, intercambio de tecnología y adquisiciones para la defensa — a aquellos países que voluntariamente asuman una mayor responsabilidad por la seguridad en sus vecindarios y armonicen sus controles de exportación con los nuestros(…)Reclutaremos a nuestros aliados consolidados en el hemisferio…Nos expandiremos cultivando y fortaleciendo nuevos socios, a la vez que reforzamos el atractivo de nuestra nación como socio económico y de seguridad predilecto del hemisferio, reclutando a líderes regionales (…)Recompensaremos y alentaremos a los gobiernos, partidos políticos y movimientos de la región que estén ampliamente alineados con nuestros principios y estrategia.”

"Milei, en Argentina, estaba perdiendo las elecciones, yo lo apoyé y ganó con una victoria aplastante", acaba de afirmar Trump, entrevistado por Político, un medio estadounidense del grupo conservador alemán Axel Springer. El presidente de los Estados Unidos estaba describiendo un hecho y su frase no era un alarde gratuito: estaba aplicando meticulosamente enunciados del documento estratégico. Exponer con claridad los efectos benéficos que la ayuda de Washington tuvo sobre el gobierno de Milei es un modo inequívoco de “reforzar el atractivo”.

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Las intenciones y los hechos

El anuncio de un amplio acuerdo comercial con Argentina que divulgó en primera instancia la Casa Blanca debe comprenderse también en ese marco; su trascendencia es mayor que su dimensión estrictamente mercantil: allana el paisaje de obstáculos y alienta una corriente de inversión, que en primera instancia se notaría en campos donde Argentina cuenta con recursos naturales abundantes y con notables ventajas comparativas y, a un plazo más extendido, parece inscribirse en un gran programa de integración económica que Trump ya ensaya en América del Norte redefiniendo lo que fue el NAFTA (ahora T-MEC ,“Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá”) con rasgos generales similares a los que se han anunciado para el acuerdo con Argentina, y hasta con la atrevida sugerencia de que Canadá se convierta en un estado más de los Estados Unidos.

En ese sentido, señala el reciente documento de Trump, “queremos asegurar que el Hemisferio Occidental se mantenga razonablemente estable y lo suficientemente bien gobernado como para prevenir y desalentar la migración masiva a Estados Unidos; queremos un Hemisferio cuyos gobiernos cooperen con nosotros contra narcoterroristas, cárteles y otras organizaciones criminales transnacionales; queremos un Hemisferio libre de incursiones extranjeras hostiles o de la propiedad de activos clave, y que apoye cadenas de suministro cruciales; y queremos asegurar nuestro acceso continuo a ubicaciones estratégicas clave. En otras palabras, afirmaremos y haremos cumplir un Corolario Trump a la Doctrina Monroe”.

Si bien se mira, las intenciones son menos importantes que los hechos. El hecho, en primera instancia, es que Washington ha encarado un camino de integración y ha decidido priorizar a las Américas.

Buena parte de los comentarios sobre el documento estratégico de Trump se han concentrado sobre el menosprecio que allí se manifiesta por Europa, a la que describe virtualmente como el naufragio de una civilización y cuyo peso en los asuntos mundiales se desdibuja tanto como su participación en la economía planetaria (“Europa continental ha ido perdiendo participación en el PIB mundial —del 25 % en 1990 al 14 % en la actualidad”). Se ha insistido menos sobre la prioridad puesta en las Américas y en el hecho, de indudable relevancia, de que el documento estratégico nunca roce ni aluda a un enfrentamiento abierto con China, sino más bien implique una competencia cooperativa. Este rasgo combina con algunas decisiones recientes de Trump, como levantar restricciones a la venta de chips de la firma Nvidia a Beijing, así como la inminente perspectiva de constituir una supermesa de diálogo y negociación mundial a la que se llama Core 5 o G5, que Estados Unidos compartiría con China, Rusia, Japón e India (sin Europa) un foro de debate y decisiones sobre el orden mundial que se imagina más práctico que las anquilosadas estructuras institucionales del sistema de posguerra y que insinúa la recíproca admisión de zonas de influencia.

Conviene analizar la política argentina desde esta perspectiva macro, que fija un marco de comprensión indispensable. El acuerdo Trump-Milei es un hecho inseparable de la decisión de la primera potencia del mundo de ordenar el Hemisferio Occidental. Y esa constatación permite medir los grados de libertad con que cuenta Argentina en esas negociaciones. Los juegos internos, la búsqueda de alternativas, las relaciones de fuerza domésticas estarán razonablemente condicionadas por ese marco general tanto como por la energía y la creatividad nacionales. Como escribió Perón, la verdadera política es la política internacional, que se despliega dentro y fuera de los países.

*El autor es periodista, cofundador del Centro de Reflexión y Acción Política Segundo Centenario. Fue vocero de la Cancillería en la década de 1990, durante la gestión del ministro Guido Di Tella.