OPINIóN
Desfinanciamiento de la ciencia

Ciencia desfinanciada equivale a un país sin futuro

La pretensión expresada por Javier Milei de “privatizar la ciencia” o de convertir la investigación en una actividad exclusivamente regida por el mercado revela una incomprensión profunda sobre cómo funciona el sistema científico en todo el mundo, y la ignorancia sobre la importancia para cualquier país

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CAIDA LIBRE. Los sueldos declinaron todos los meses con la excepción de mayo de 2024. | CEDOC / Perfil

Hace unos días la Red de Autoridades de Institutos de Ciencia y Tecnología (Raicyt) informó que “El jueves 4 de diciembre de 2025 quedará tristemente en la historia como una fecha clave para el desmantelamiento del sistema científico de la Argentina”, anunciaron desde la organización que agrupa a más de 400 directivos de organismos científicos. El comunicado se produjo debido a que la Agencia I+D+i, que depende de la Secretaría de Innovación, Ciencia y Tecnología, anuló las convocatorias a proyectos de investigación PICT 2022 - que ya estaban adjudicados- y cerró definitivamente la convocatoria 2023. Lo ocurrido coincide con las expresiones del Presidente Milei de negarse a financiar la investigación científica en la Argentina, habiendo llegado al extremo de sostener que debía privatizarse, como si fuera algo extraño a lo que debe ser una política de Estado.

El desfinanciamiento de la ciencia no es simplemente un ajuste administrativo; es una amputación estratégica que condiciona el futuro económico, social y tecnológico de un país. Cuando un gobierno degrada o desarticula sus instituciones científicas, está renunciando deliberadamente a la capacidad de generar conocimiento propio, de formar recursos humanos altamente calificados y de producir tecnologías que permiten independencia, desarrollo industrial y soberanía.

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La pretensión expresada por Javier Milei de “privatizar la ciencia” o de convertir la investigación en una actividad exclusivamente regida por el mercado revela una incomprensión profunda sobre cómo funciona el sistema científico en todo el mundo, y la ignorancia sobre la importancia para cualquier país. Ninguna potencia científica —ni Estados Unidos, ni Alemania, ni Japón, ni Corea del Sur, ni China— delega la ciencia básica y estratégica en manos privadas. El sector privado invierte cuando existen beneficios claros y previsibles, pero los descubrimientos que luego revolucionan industrias enteras nacen casi siempre de proyectos de largo plazo, inciertos, costosos y sin rentabilidad inmediata: justamente el tipo de inversión que el mercado jamás asume por su cuenta. Mariana Mazzucato, una importante economista estadounidense y profesora en University College London y en la Universidad d Sussex , en su libro El Estado emprendedor. Mitos del sector público frente al privado, ha demolido la concepción que solo el capital privado es el que innova en materia científica, sino que siempre lo hace la inversión pública, que después pueden llegar a desarrollar los privados.

Ciencia y tecnología argentina en peligro de extinción

La ciencia pública es la que desarrolla vacunas pioneras, tecnologías satelitales, genética, nuevas energías, materiales innovadores y complejas plataformas de datos. La ciencia pública es la que permite la existencia misma del sector privado innovador, no al revés. Todas las nuevas medicinas que se han desarrollado para ser utilizados en las diversas formas del Cáncer, fueron desarrolladas debido a la inversión pública, y en la Argentina, han suficientes pruebas de ello.

Lo que está en riesgo en Argentina

Argentina, a pesar de crisis cíclicas, construyó durante décadas un sistema científico de primer nivel en América Latina. El CONICET se ubicó entre los mejores organismos del mundo; sus institutos formaron especialistas en campos críticos como biotecnología, física, astrofísica, ingeniería química, ciencias del mar, energía nuclear, medicina traslacional y ciencias sociales. Son muchos los logros obtenidos por nuestros científicos e investigadores y podemos citar

  • La vacuna contra la Fiebre Hemorrágica Argentina, desarrollada por el Instituto Maiztegui, única en el mundo.
  • El desarrollo satelital (ARSAT, SAC-D, SAOCOM), con aportes decisivos de la CONAE y universidades nacionales.
  • La biotecnología agropecuaria, con investigaciones que permitieron transformar la agricultura, mejorar rendimientos e impulsar la exportación de conocimiento.
  • El desarrollo nuclear, con reactores de exportación (NA-SA e INVAP), una de las capacidades más sofisticadas del país.
  • La creación de kits diagnósticos, investigación médica de excelencia y laboratorios que durante la pandemia fueron esenciales para analizar muestras, producir insumos y modelizar datos.
  • La astronomía argentina, con grupos que participan en proyectos globales como el Pierre Auger y colaboran con observatorios de primer nivel.
  • Ciencias sociales: en el campo de las ciencias sociales, hay notables trabajos en el campo de la historia, la sociología, la filosofía, debidos a los investigadores financiados por el Estado.

Este entramado científico no se construyó de un día para otro. Es el resultado de generaciones de investigadores, becarios, técnicos, universidades públicas, institutos estatales y políticas sostenidas que, incluso con altibajos, comprendieron que sin ciencia no hay Nación moderna. Se de sobra los costos que significa la investigación, y el arduo trabajo que debe llevarse a cabo, aunque los resultados no sean inmediatos. En mi caso personal, todas las investigaciones en materia de historia económica, y de otras materias, donde he efectuado publicaciones, que se encuentran en las bibliotecas más importantes del mundo, las he podido hacer debido a las instituciones públicas que me facilitaron instrumentos para realizar el trabajo

Privatizar la ciencia: un error conceptual y estratégico

Privatizar la ciencia no solo es impracticable; es una contradicción en sí misma. La investigación básica —la que permite futuros descubrimientos— no genera ganancias inmediatas. Requiere Estado, financiamiento estable, planificación de décadas y libertad para explorar. Cuando un país renuncia a financiar esa estructura, se condena a ser consumidor de tecnologías extranjeras y depende de decisiones tomadas fuera de sus fronteras.

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Además, la idea de que el mercado suplirá al Estado ignora que las empresas innovan solo cuando hay un ecosistema científico público fuerte que funcione como base. Silicon Valley no existiría sin décadas de inversión del Estado norteamericano en física, matemática, electrónica y computación. Las farmacéuticas no existirían sin universidades que generen nuevas moléculas y conocimientos básicos. La industria aeroespacial privada vive de contratos estatales.

Desfinanciar la ciencia argentina no genera eficiencia: genera atraso. Y privatizarla no libera al Estado: lo vuelve dependiente.

La pérdida más grave: el capital humano

Cuando se ajusta la ciencia, los primeros en irse son los jóvenes científicos. Emigran, buscan estabilidad, laboratorios que funcionen, salarios dignos y proyectos que no dependan del clima político. Esa fuga no solo es una pérdida personal: es una pérdida económica. Formar un doctor en física, biología o ingeniería de materiales cuesta años de inversión pública. Cuando se van, esa inversión se transfiere gratuitamente a otro país.

Un Estado que destruye sus propias capacidades científicas está transfiriendo talento, conocimiento y competitividad a otros. Es la forma más silenciosa pero más profunda de desindustrialización.

No podemos resignar el futuro

La ciencia no es un gasto. Es una condición de posibilidad: sin ciencia no hay industria, sin industria no hay empleo de calidad, sin empleo no hay desarrollo y sin desarrollo no hay soberanía, y sin soberanía no existe una independencia verdadera, sino una ficción, condicionante del futuro de una Nación
Desfinanciarla es un acto de improvisación política que compromete varias generaciones.

Luis Federico Leloir

Argentina a demostrado de manera irrefutable que puede producir ciencia de excelencia. La pregunta es si quiere seguir haciéndolo o si va a resignarse a ser un país dependiente, comprador de tecnología, expulsor de talentos y observador pasivo del progreso ajeno. Resignarse a utilizar solamente la ciencia y la tecnología que producen otros, es la evidencia más palpable que no se tiene la menor idea de lo que es una política de estado, y solo pretende someter a la Nación a ser una especie de furgón de cola de los países que tienen futuro porque tienen ciencia, y además no funcionan solamente en fusión de sus déficits y no están atados a rígidas ortodoxias fiscales, que impidan financiar ese futuro.

Los premios Nobel que obtuvo la Argentina fueron alcanzados por hombres y mujeres formados en instituciones públicas, en una época en que lo público todavía era una prioridad nacional. No estábamos sometidos a economistas mediocres que reducen todo a la utilidad inmediata y que, aun guiándose por esos mismos criterios estrechos que dicen defender, han demostrado una y otra vez su incapacidad y su fracaso. Ese contraste revela algo evidente: cuando un país apuesta por el conocimiento, progresa; cuando lo entrega a la lógica del ajuste permanente, retrocede sin remedio