ANÁLISIS

La fase más delirante del péndulo destructivo de la sociedad argentina

La sociedad argentina está hoy sumida en una crisis que es una fase más de lo que Marcelo Diamand ya identificaba a mediados de la década del ochenta como un “péndulo” de cambios bruscos y frecuentes entre dos corrientes antagónicas que denomina “expansionista popular” y “ortodoxia liberal”.

Alejandro Gomel: “Va a haber cambios en el gabinete y una suerte de relanzamiento después de las elecciones” Foto: Agencia NA

Jürgen Habermas sostiene que el mecanismo fundamental de la evolución social consiste en una suerte de automatismo de “no poder dejar de aprender”. Lo que a su juicio requiere explicación es la falta de aprendizaje por parte de las sociedades; y uno de los motivos debe buscarse en las prácticas sociales que se sostienen en pretensiones de verdad no reflexivas. Esto es, aquellas prácticas sociales que responden a apotegmas que se dan por supuestos de manera ingenua y se aceptan o rechazan sin pruebas ni ningún tipo de elucidación meditada y elaborada en base a evidencias. Argentina es un caso extremo de esta falta de aprendizaje, como lo registra la reiteración de experiencias de política económica ya fracasadas que retornan alegando que las experiencias previas no fueron lo suficientemente “profundas”.

Así, la sociedad argentina está hoy sumida en otra crisis que es una fase más de lo que Marcelo Diamand ya identificaba a mediados de la década del ochenta como un “péndulo” de cambios bruscos y frecuentes entre dos corrientes antagónicas que denomina “expansionista popular” y “ortodoxia liberal”. Para Diamand, el reiterado fracaso de estas corrientes políticamente antagónicas no es por un “empate político”, como sugieren algunos estudios de la época, sino por las inconsistencias de sus políticas económicas que no tienen viabilidad intrínseca y no son coherentes con la relación ente la economía argentina y la mundial. En cada oscilación de este péndulo, en lugar de aprendizaje y cambio, se reiteran prácticas viejas, irreflexivas y fracasadas.

En este péndulo histórico, la actual fase de ortodoxia neoliberal probablemente será recordada como una de las más dañinas, inconsistentes e ignorantes de los intereses del país. ¿En qué manual de teoría económica se enseña que la política económica debe tener como objetivo central un valor del tipo de cambio? ¿Dónde se explica que para eso hay que destruir el entramado productivo, hacer un ajuste fiscal sobre los gastos sociales mientras se aumentan los gastos financieros? ¿Dónde se recomienda endeudarse con gobiernos extranjeros para sostener la especulación financiera entregando a cambio prebendas sobre recursos estratégicos? ¿Quién aconseja llevar las tasas de interés a niveles siderales como estrategia de estabilización?

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A nadie con conocimientos económicos fundados se le ocurriría sugerir que una economía puede estabilizarse si la política económica depende de decisiones de funcionarios de gobiernos extranjeros que son por definición temporales y responden a intereses ajenos. Mucho menos cuando se pretende que todas las variables económicas se acomoden a un arbitrario tipo de cambio con el objetivo de alimentar renta financiera en perjuicio de los intereses comerciales y productivos del país. La política económica del país es una cuestión compleja que no puede apostar a meros movimientos de precios de activos, monedas, etc. Mucho menos si estos precios dependen de la acción de gobiernos extranjeros. 

Como expliqué en otros artículos publicados en este diario, la relación colonialista que el Gobierno argentino quiere establecer con el norteamericano no sólo que es perjudicial para Argentina, sino que es inconsistente con lo que está sucediendo en el mundo. No se trata de un Gobierno que se rinde a las “fuerzas del mercado”, sino de uno que se rinde a la política de un Gobierno extranjero. En otras palabras, de un Gobierno que descree de la soberanía nacional en el ejercicio de la política pública. 

No es que el desastre económico y social creado por el actual Gobierno argentino se deba a que no lo dejan actuar. Es que los objetivos y las políticas que aplica están mal, incluyendo la política antiinflacionaria que se presenta como un éxito. La característica de una economía inflacionaria no es sólo el incremento sostenido de los precios, sino su volatilidad y la alteración entre precios relativos y productividades relativas. Una economía puede experimentar bajas temporales de precios con medidas como la absorción brusca de la moneda circulante, ajuste salarial y retraso de precios de servicios públicos, pero eso no significa que haya logrado estabilizar la inflación. Las presiones inflacionarias subyacentes tarde o temprano reaparecen, como se está observando nuevamente. 

La casta que gobierna el país solo tiene instinto para hacer negocios comprando y vendiendo capital que no le pertenece

Estabilizar una economía es ampliar el horizonte para la toma de decisiones en todos los instrumentos mediante los cuales se concretan las relaciones económicas (contratos, moneda, tributos, etc.). Nada de esto sucede ni sucederá con las políticas actuales. Lo único que se logró es bajar temporalmente ciertos precios a costa del bienestar y la competitividad de la economía, estableciendo relaciones de precios relativos en favor de la especulación financiera.

El argumento repetido que ahora será diferente a experiencias similares del pasado porque se obtuvo temporalmente superávit fiscal primario tampoco tiene sustento. Primero, porque en todo ajuste de cuentas fiscales no solo importa el déficit primario sino también el déficit financiero que se vincula con la deuda del Gobierno y con las tasas de interés. En ambos aspectos el potencial inflacionario de la política actual es mayúsculo.

Pero, además, porque la reducción del déficit primario depende no sólo de gastos sino también de la recaudación. Y la proyección es negativa también en este aspecto por el agotamiento de medidas de extraordinarias que favorecieron a quienes tienen más riqueza, sino cada vez más por la recesión provocada para sostener el tipo de cambio y que no se dispare más la inflación. Como ya se vio en el pasado, esto no se resuelve bajando el costo laboral e impuestos sobre la riqueza más concentrada para estimular la inversión, sino con una reforma tributaria integral que deje de castigar al sector productivo y a los grupos más vulnerables. 

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Pero además el ajuste del gasto que hizo el Gobierno es inconsistente con cualquier programa de estabilización sostenible porque ignora los problemas intertemporales de la actividad fiscal. No es cierto, como pretende el Gobierno, que haya que continuar con el “sacrificio” realizado para obtener los frutos que “todavía” no se ven. Para comprenderlo sirve diferenciar entre "sacrificio”, "aplazamiento" y "descuido". 

Por "sacrificio" se entiende menos consumo y más inversión a los efectos de establecer un stock productivo que permita crecimiento futuro. Por "aplazamiento" se renuncia a la formación de capital imprescindible en el presente, pero en el contexto de una estrategia que lo recupere en el futuro porque las necesidades esenciales no caducan, sino que se acumulan. Por "descuido" se entiende el ajuste de gastos esenciales para la vida, provocando daños irreparables en las personas y las empresas, aumentando el potencial de gasto futuro mucho más de lo que se recorta hoy.

El recorte fiscal de este Gobierno es típico del descuido, al tiempo que el sacrificio se exige sólo a los grupos más vulnerables a cambio de nada, dado que la inversión cayó estrepitosamente. No se trata de sacrificios y aplazamientos que van a mejorar el futuro. Se trata de descuido y destrucción de capital social que será muy difícil de recuperar. El descuido con el capital y personal de instituciones en áreas como salud y educación es la prueba de ello. Tampoco el aumento de tarifas de servicios públicos se hizo en el contexto de un plan de inversión en infraestructura básica. Todo esto transfiere gastos imprescindibles a futuro y los aumenta porque los daños son acumulativos, además de deteriorar el bienestar social. Mucho más, cuando no existen políticas microeconómicas para crear un entorno favorable a la inversión de empresas que luchan por sobrevivir en un contexto cada vez más adverso. 

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No es cierto que con estas políticas la economía argentina vaya a atraer inversiones, más allá de las prebendas que se otorgan a enclaves que buscan extraer recursos naturales estratégicos sin riesgo (como el caso del RIGI y otras artimañas similares). Mucho menos se van a conseguir las divisas para pagar la deuda y el seguro aumento de litigios por incumplimiento de contratos leoninos que no deberían hacerse firmado ni avalado legislativamente. Más que “emerger”, en este juego la economía argentina se “liquida”.

La casta que gobierna el país solo tiene instinto para hacer negocios comprando y vendiendo capital que no le pertenece y que tienen la responsabilidad de cuidar. Por este rumbo no se va a construir un sólido sistema capitalista de mercado y no se va a incorporar a la economía argentina a una economía mundial cada vez más compleja y competitiva. Lo único que se logra es despilfarrar capital social, concentrar aún más la riqueza y aumentar la dependencia colonial con respecto a Estados poderosos que cuidan sus propios intereses.

Por si esto fuera poco, no hay que descartar que el péndulo vuelva a oscilar hacia el otro extremo y que retorne con viejas fórmulas también fracasadas. Argentina necesita salir de este péndulo y encontrar un rumbo en el cual se privilegien los intereses generales de una sociedad cada vez más decadente. Hay que terminar con políticas aventureras y salvatajes nacionales o extranjeros. Es imprescindible que la política pública del país deje de manejarse pendularmente de forma irreflexiva, aprenda del pasado, incorpore nuevos conocimientos y sea capaz de tener un proyecto trascendente que alimente la esperanza de una sociedad agobiada. Ni la economía ni la sociedad argentinas aguantan más experimentos de grupos que confrontan en base a intereses particulares, locales e internacionales.

 

*Investigador principal del Centro Interdisciplinario para el Estudio de las Políticas Públicas (Ciepp). 
 

ML