En otros artículos publicados en este diario analicé la relación entre la política económica de corte mercantilista del Gobierno norteamericano, y la política económica de corte colonial del Gobierno argentino. Aquí me ocupo de ciertas similitudes y diferencias entre las políticas macroeconómicas de ambos gobiernos para dilucidar enseñanzas mutuas y probables resultados.
Empecemos por EE.UU. Se estima que, como resultado de la política del Gobierno Trump, la deuda pública seguiría aumentando hasta superar al 125% del PBI (e incluso más). Esto se vincula con el crecimiento del déficit fiscal, que ya excedía un 6% con Biden y tiende a incrementarse porque, pese a los recortes en programas sociales, aumentan gastos en Defensa e intereses de la deuda pública. Así, la tasa de interés a 10 años de los bonos del Tesoro norteamericano saltó a 4,5% y la de 30 años a 5%, esto es más de dos puntos por encima de una década atrás. En 2025, los pagos por intereses de la deuda federal se proyectan a 3,2% del PBI. También porque se espera una caída de la recaudación impositiva debido a recortes de impuestos a los más ricos, que no serían compensados por los ingresos de la errática política de aranceles a las importaciones.
Trump sostiene que con el aumento de aranceles y el recorte de impuestos se incrementaría la inversión y el consumo privado y, de allí, el crecimiento económico. Esto mejoraría la recaudación y bajaría el peso de la deuda sobre el PBI. Para impulsar este proceso, entiende que la tasa de interés debería bajar, por lo cual presiona al presidente de la Reserva Federal para que la reduzca. Sin embargo, la Fed demora en complacerlo porque teme una suba de la inflación y no observa el inicio de la muy probable recesión que generarían las políticas de Trump (que también frenarían a la economía mundial).
Para muchos analistas, el resultado de las políticas de Trump serán otros: mayor déficit, mayor deuda y presión para que las tasas suban. Dudan de la sostenibilidad de la deuda y, por lo tanto, del futuro del dólar como reserva de valor. Esto explica que Moody’s haya bajado la calificación de la deuda norteamericana de AAA a Aa1: si no fuera EE.UU., seguramente sería mucho peor.
El modelo ortodoxo que siguen los economistas convencionales sugiere que esta dinámica de la deuda lleva a acortar los plazos de “maduración” (repago) y esto empuja aún más las tasas de corto plazo para seducir a la compra de bonos del Tesoro. Pero esto no puede sostenerse por mucho tiempo sin que caiga el precio de los bonos, por lo que EE.UU. recurrentemente apeló a la emisión monetaria para el financiamiento y estimular la recuperación, arbitrando entre convalidar mayor inflación o mayor recesión.
La baja en la calificación de Moody’s y la presión política de Trump para que la Fed baje las tasas son evidencias de las dudas que existen sobre las posibilidades de administrar estos desbalances en el actual contexto mundial. Más aún, se teme que, si la cuestión se desborda, un alocado Trump podría terminar con la independencia del Banco Central y recurrir a mecanismos propios de países periféricos como Argentina: obligar a tomar o renovar bonos a agentes financieros claves, que no lo harían voluntariamente. Esta es una de las enseñanzas que puede ofrecer Argentina.

El Gobierno argentino, luego de una fuerte devaluación cuyo impacto inflacionario erosionó el valor real de los salarios y, con ello, del principal componente del gasto público, también avanzó recortes de gastos sociales e infraestructura pública; al igual que EE.UU., también subió gastos como Defensa y los financieros, vinculados a la deuda del Tesoro y el Banco Central. Mientras se espera que esto estimule la inversión y el consumo por una supuesta estabilización económica, se apeló a blanqueos de capitales no declarados por los grupos de altos ingresos, buscando compensar la pérdida de recaudación por recesión y recorte de algunos impuestos. También, mientras espera la inversión voluntaria, se aprobó un controvertido Régimen de Incentivo para Grandes Inversiones (RIGI), que en la práctica premia con exenciones fiscales de todo tipo y estabilidad cambiaria a quienes exploten recursos naturales de forma indiscriminada.
El centro de la estrategia de la estabilización es muy discutible: garantizar rentabilidad financiera en dólares controlando el tipo de cambio y manteniendo tasas altas (carry trade). Para sostenerla, se pidió auxilio extraordinario al FMI haciendo crecer aún más la deuda y su costo. Recesión, sobrevaluación del dólar, tasas elevadas y deuda creciendo para garantizar renta financiera es lo que el Gobierno llama “programa de estabilización” y que algunos ven parecido al programa de Trump. Pero Argentina no emite dólares ni puede licuar la deuda en esa moneda.
Argentina es un país con moneda periférica y una economía de muy baja competitividad, problemas que se agravan con la sobrevaluación del tipo de cambio. El recorte en gastos públicos hace perder más competitividad por falta de inversión, especialmente en infraestructura, y un deterioro exasperante de capital humano (educación, ciencia, salud, etc.). La caída de recaudación por recesión y el creciente gasto financiero para atender los pagos de la deuda no permiten sostener el superávit fiscal, pese al recorte de gastos esenciales para la vida en sociedad. Esto se traduce en recesión con inflación que, junto con el deterioro social y de la infraestructura, mete más presión al esquema de precios relativos cuyo objetivo es sostener el tipo de cambio.
Por un tiempo se trata de no emitir para tratar de evitar que la aceleración inflacionaria lleve a mayores presiones devaluatorias. De hecho, es lo que sucedió históricamente: la eventual devaluación “licúa” el valor real de la deuda en pesos y reajusta tasas y precios relativos, pero tiene otros costos conocidos. Por eso se aconseja evitar fuertes distorsiones para no presionar un shock. Los procesos son lentos y acumulativos, pero en algún momento se aceleran con consecuencias muy destructivas para la mayoría y muy lucrativas para una minoría que hace negocios con la sobrevaluación del tipo de cambio, las tasas de interés y la fuga de capitales frente a la posterior devaluación.
El mes de julio marcó una primera alerta. El fin de los “incentivos temporales” para la liquidación de divisas de exportación generó un aumento del 14% en el tipo de cambio oficial, pese a las fuertes intervenciones del Banco Central en el mercado de futuros. Las tasas de interés escalaron hasta niveles del 65% o más de Tasa Efectiva Anual en las licitaciones del Tesoro; esto es tasas reales proyectadas a 25/35% frente a la inflación. Mientras la renta financiera festeja, sufre el sistema productivo y la población porque a la recesión se suma un rebote de la inflación.
Los problemas se agravan con la eliminación de las Letras Fiscales de Liquidez (LEFI) emitidas por el Tesoro y administradas por el BCRA, las cuales permitían gestionar la liquidez mientras se prometía avanzar hacia un régimen de control de agregados monetarios y mayor libertad de cambios. Pero los fondos liberados repercutieron en mayor presión al alza del tipo de cambio que impactó en los precios, ya presionados por los aumentos de combustibles, transporte y otros servicios públicos. La apertura comercial y el vencimiento del impuesto PAIS no sirvieron para poner un techo a los precios y los productos importados terminaron aumentando la devaluación.

Frente a esto, el Gobierno argentino hace lo que solo es un temor en EE.UU.: obligar a los tenedores de deuda a prestarle plata compulsivamente, pero con tasas elevadísimas porque de lo contrario se frena el negocio del carry trade. De esta forma, endurece la política de encajes y obliga a las entidades a integrar parte de ellos, con títulos públicos emitidos por el Tesoro. Así, los traders que ocupan el Ministerio de Economía y el Banco Central muestran su experiencia en operatorias de mesas de dinero, arbitrando entre tasas y tipo de cambio, gestionando spreads, etc. Pero ahora juegan con cartas marcadas porque tienen también el poder del Estado para garantizar que siga inflándose el negocio financiero por un tiempo más a costa del país.
Pese a ello, al igual que en EE.UU., las prácticas de agentes económicos poderosos no parecen compartir la retórica oficial, aunque a veces digan lo contrario. No creen que el mercado de cambios tienda a liberarse y que el tipo de cambio no esté sobrevaluado, por lo que cuando pueden buscan cobertura en divisas. No creen que el déficit fiscal esté controlado, en tanto ven que los gastos financieros suben lo mismo que otros gastos no esenciales, mientras proyectan caída de la recaudación y mayores conflictos sociales. Tampoco creen en la estabilización económica porque ven que el Gobierno no puede avanzar en liberar al mercado sin generar caos. En síntesis, observan desequilibrios y conflictos que en algún momento se van a tener que corregir.
Lo que el Gobierno llama “plan económico” es un caos de tasas de interés delirantes, ahorro forzoso, control cambiario y restricción monetaria con un único objetivo: contener al tipo de cambio. Una vez más, los abanderados de la libertad de mercado usan el poder político para intervenir de forma selectiva en favor de la renta financiera y en contra de la ganancia productiva, el trabajo y el bienestar de la población. Nada de protección a la producción, nada de independencia del Banco Central, nada de políticas sociales.
La economía habría vuelto a caer en julio y alertan sobre el fin del "efecto rebote"
Lo que puede pasar en Argentina con estas políticas es bastante previsible, mientras que el destino de la economía norteamericana es más incierto. Pero seguro que los traders devenidos en funcionarios públicos aumentarán los llamados telefónicos hacia el norte, pidiendo más ayuda financiera para sostener su caótica estrategia de garantía de renta financiera por un tiempo más.
¿Qué pueden ofrecer a cambio? Dados los problemas señalados de la administración Trump, el Gobierno argentino puede enseñarle cómo hace para que gran parte de la población y de la dirigencia política y empresarial apoyen la escalada de la deuda junto con recesión, inflación, tasas exorbitantes, cooptación forzosa de fondos privados, retroceso de la producción y el empleo. Todo esto controlando al Banco Central y reprimiendo a jubilados, discapacitados y otros grupos socialmente vulnerables en nombre de la libertad.
Trump puede necesitar estas enseñanzas para consolidar sus políticas mercantilistas. Los colonizadores siempre aprendieron algo de las administraciones colonizadas. Por algo Argentina se ha vuelto, últimamente, un modelo asombroso para las extremas derechas en todo el mundo.
* Rubén M. Lo Vuolo es economista y director académico e investigador del Centro Interdisciplinario para el Estudio de Políticas Públicas (CIEPP).
ML