Un fenómeno alarmante: narcos de 20 años y una violencia cada vez más cruel
El rápido ascenso de jóvenes en las organizaciones criminales se ha convertido en un hecho visible en toda América Latina.
En los últimos años, tanto en Argentina como en América Latina, se consolidó un fenómeno alarmante: el ascenso de bandas narco lideradas por jóvenes de entre 20 y 30 años. Estos grupos, que heredan el mando tras la caída o detención de jefes más experimentados, se distinguen por un nivel de violencia desproporcionado, carencia de disciplina y exposición constante en redes sociales.
“Existen varios antecedentes en la región de bandas encabezadas por jóvenes con un alto nivel de violencia, que ocupan el vacío dejado por capos encarcelados o asesinados”, explica Gustavo Vera, exdirector del Comité Ejecutivo de Lucha contra la Trata y Explotación de Personas y presidente de la Fundación Alameda.
En Rosario, por ejemplo, tras el debilitamiento de las estructuras mayores vinculadas a Los Monos, los espacios fueron ocupados por jóvenes que crecieron dentro del negocio del narcomenudeo. La falta de experiencia para negociar con el Estado o con fuerzas rivales derivó en disputas a sangre y fuego, incluso con ataques a edificios públicos como forma de intimidación. Algo similar ocurre en el conurbano bonaerense, donde emergen grupos autónomos en distritos como San Martín, Quilmes o Lomas de Zamora, caracterizados por consumir parte de la droga que venden y reaccionar con violencia impulsiva ante cualquier disputa.
La tendencia no es exclusiva de la Argentina. En México, varios “juniors” del narcotráfico —hijos y sobrinos de capos históricos— asumieron jefaturas con métodos aún más brutales: ejecuciones filmadas, reclutamiento de sicarios adolescentes y violencia pública como forma de validación. En Colombia, tanto en barrios de Medellín y Cali como en zonas rurales controladas por disidencias de las FARC, también se repite el patrón de líderes jóvenes al frente de estructuras pequeñas y altamente violentas. Y en Brasil, en las favelas dominadas por el Comando Vermelho o el PCC, no es raro encontrar jefaturas locales en manos de jóvenes de poco más de 20 años, responsables de choques armados sangrientos por el control de las “bocas de fumo”.
Más allá de las diferencias territoriales, los rasgos comunes son claros: mandos asumidos a edades tempranas, violencia como carta de presentación, uso intensivo de redes sociales para difundir amenazas y mostrar armas, y un estilo de vida atravesado por el consumo propio de drogas duras. Todo esto acorta las trayectorias criminales, pero multiplica la letalidad y la imprevisibilidad de sus acciones.
Según Vera, “a diferencia de generaciones anteriores, estos jóvenes no tienen la capacidad de negociar ni de construir estructuras estables. Su forma de imponer respeto es a través de una violencia irracional, lo que explica la escalada de homicidios y ataques que vemos en distintos países”.
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