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Los Chachos

En La Rioja ya circula una cuasimoneda para desafiar a Javier Milei

En claro desafío a la política económica del gobierno nacional, el gobernador Ricardo Quintela creó una moneda propia, imprimió billetes y empezó a entregarlos en fajos de 50.000 a todos los empleados públicos. Era un pequeño bono adicional, explicó el mandatario, para ayudar a la gente a comprar productos básicos que les resultaban inaccesibles.

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Ricardo Quintela, crítico declarado de Milei, implementó un plan radical. Creó una moneda propia de La Rioja, “el chacho”, imprimió billetes y empezó a entregarlos en fajos de 50.000 a todos los empleados públicos | CEDOC

Hay pocos lugares en Argentina tan pobres como La Rioja, una provincia desolada enclavada en las tierras altas arcillosas que conforman la frontera noroeste del país con Chile.

Y es aquí, en La Rioja, donde mejor se puede observar el costo financiero de la “terapia de shock” del presidente Javier Milei, un intento arriesgado de controlar una inflación crónica. Cuando Milei recortó drásticamente las transferencias mensuales del gobierno federal a las provincias, La Rioja quebró. En febrero cayó en default. Y pronto la frágil economía local se hundió en una profunda recesión.

Así que el gobernador de la provincia, Ricardo Quintela, crítico declarado de Milei, implementó un plan radical. Creó una moneda propia de La Rioja, “el chacho”, imprimió billetes y empezó a entregarlos en fajos de 50.000 a todos los empleados públicos. Era un pequeño bono adicional, explicó Quintela, para ayudar a la gente a comprar productos básicos que les resultaban inaccesibles. A los comerciantes no se les obligó, sino que se les alentó a aceptar los chachos como si fueran pesos. Un chacho equivale a un peso.

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En una fría mañana de fines de agosto, los trabajadores de la provincia, vestidos con gruesos abrigos, se precipitaron a hacer fila para recibir la nueva moneda. Empezaron a surgir algunas quejas cuando la mañana se convirtió en tarde y la cola avanzaba a paso de tortuga —“siete horas para recibir 50.000 mugrosos chachos”, se quejó uno—, pero el ambiente en general era distendido. Charlaban y tomaban mate. El pago que les correspondía, unos US$40, era mucho dinero en una provincia donde el salario mensual promedio es de solo US$240.

Con los chachos en la mano, no tardaron en gastarlos.

En Refinor, una gasolinera de la capital provincial, las ventas se dispararon un 10% aquella mañana. Y en Noed-Fama, una pequeña carnicería de la esquina, cerca de la mitad de los clientes pagaron esa primera semana con la nueva moneda. Juan Bonaldi, cajero, comentó que los dueños, por temor a quedarse con demasiados chachos, crearon sus propias reglas (muy detalladas): los clientes solo recibirán cambio en pesos si el precio de la carne que compran equivale al menos al 80% del valor de los chachos que entregan. En caso contrario, el cambio se dará en chachos o, cuando esto no sea posible, se cancelará el pedido.

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A los comerciantes deseosos de deshacerse de sus chachos, Quintela los remitió a las dos oficinas del gobierno en la capital donde, tras una espera obligatoria de 48 horas, se cambiarán por pesos. Esperen hasta diciembre, les dijo Quintela, y el gobierno provincial les pagará 1,17 pesos por cada chacho, lo que supone un interés del 17% en pesos que, anualizado, asciende a más del 50%.

Esto ilustra la esencia de lo que es, en última instancia, todo el plan de los chachos: una forma para que una provincia morosa a la que se le cortaron los fondos federales y tiene bloqueado el acceso a los mercados de deuda nacionales e internacionales pueda obtener financiamiento y seguir gastando.

Aún en un país famoso por su abultado sector público, La Rioja se destaca.

Controlado por el partido peronista de izquierda que ha dirigido el país durante la mayor parte de este siglo, el gobierno emplea a dos de cada tres trabajadores de la provincia. Y es propietario de docenas de empresas —mineras, viñedos, granjas avícolas, fábricas de vidrio— a través de las cuales controla gran parte de la economía local. Cuando Milei comenzó su frenético intento de romper con el modelo económico peronista y enderezar el rumbo del país, quizás era inevitable que La Rioja fuera la primera en caer. Los detractores del gobierno provincial le ponen una etiqueta condenatoria: Venezuela.

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Mariana Chanampa, vicepresidenta de una cámara empresarial de las afueras de la capital riojana, afirma que la forma en que la gente está dispuesta a hacer fila durante horas “para cobrar una limosna que les permita comer” durante unos días demuestra lo acertada que es la comparación con Venezuela. El chacho, dice, “es un reflejo de esa pobreza”.

El gobierno de la provincia declinó hacer comentarios a Bloomberg.

Ángel Vicente “Chacho” Peñaloza es una leyenda en la provincia. Sus monumentos salpican el paisaje. En la mayoría de ellos, Chacho, un feroz caudillo local que se hizo famoso luchando contra las fuerzas de Buenos Aires durante las guerras civiles del siglo XIX, adopta una pose amenazadora, con la lanza al hombro, al mando de sus tropas.

Esta es la imagen agreste que adorna los nuevos billetes. También hay un código QR en cada billete que, al escanearlo, muestra un mensaje muy duro contra el gobierno de Milei por privar a la provincia de los fondos federales que le corresponden.

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Los chachos vienen en denominaciones de 1.000 a 50.000. Hasta ahora se han repartido unos 3.000 millones de chachos, o sea, unos US$3 millones, y se prevé aumentar pronto esa cantidad a 9.000 millones. Por ahora es poca cosa, pero, según los expertos, es una señal de lo que está por venir, tanto en La Rioja como, quizá, en todo el país. Si la táctica parece funcionar en La Rioja —o al menos le hace ganar puntos políticos a Quintela—, otros gobernadores podrían seguirlo, sostienen.

“¿Quién puede decir que otro gobernador no hará algo parecido?”, se pregunta Nicolás Casas, profesor de economía de la Universidad Nacional de La Rioja. Duda que alguno lo intente pronto, pero el entusiasmo por la idea podría empezar a crecer, afirma. “Es como una bola de nieve”.

Ya ocurrió algo parecido en el pasado. A principios de la década de 2000, cuando el gobierno federal impuso al país un plan de austeridad similar al actual de Milei, las provincias emitieron sus propias monedas. En total, se sumaron más de una docena de provincias, entre ellas La Rioja (esta provincia también lo intentó en los años ochenta).

Las monedas tuvieron un éxito desigual a medida que el país se hundía en la crisis antes de que el nuevo gobierno peronista que llegó a Buenos Aires en 2003 las cambiara todas por pesos.

Milei ha hablado poco del chacho, pero ha indicado que, fiel a su filosofía libertaria, no intentará prohibirlo, como han pedido algunos de sus aliados, ni ofrecerá cambiarlo por pesos. “De ninguna manera”, aseguró en la red social X en enero.

El tipo de cambio de un chacho por un peso pretende ser férreo. Quintela ha dicho que, aunque las tiendas pueden negarse a aceptar chachos, no pueden imponer un descuento al aceptarlos como pago. Los infractores, ha prometido, serán clausurados.

Sin embargo, es difícil detenerlo. El chacho tiene limitaciones evidentes. “Hay que andar por todas partes para ver qué tiendas los aceptan”, se queja Edith Leguize, una maestra, después de recoger sus 50.000 chachos. Y, por supuesto, no sirven para viajar a las provincias vecinas.

También hay restricciones para los empresarios, como pagar con ellos los salarios de los trabajadores. Así que muchas tiendas solo dan vales de crédito como cambio a los clientes que pagan con chachos. Y en algunas páginas web han empezado a aparecer ofertas para comprar chachos con un 10% de descuento.

Chanampa, la dirigenta de la cámara empresarial, dice que le ha sorprendido la rapidez con la que los riojanos gastan los chachos cuando los reciben. Recuerdan, dice, cómo fracasaron los anteriores experimentos con la moneda local y otros programas de limosnas, que les dejaron con trozos de papel muy devaluados.

“Tienen miedo de que les vuelva a pasar”, afirma Chanampa. “Esto no es más que una tirita. No resuelve el problema”.