Cuando aterrice en Davos, Suiza, para el Foro Económico Mundial, se espera que el ministro de Economía brasileño, Paulo Guedes, les diga a los líderes del sector empresarial global que ya pasó lo peor para la economía emblemática de América Latina y que Dios, una vez más, es brasileño. El problema es lo que algunos brasileños están haciendo en Su nombre.
Pregúntele a los chicos de Porta dos Fundos, los irreverentes comediantes que lanzaron una parodia de las fiestas de Yule en Netflix con un Jesús gay. Sus estudios en Río de Janeiro fueron incendiados en la víspera de Navidad por una pandilla que afirma haber escuchado el llamado del Señor. Ahora no pueden ir a ninguna parte sin un guardia armado las 24 horas del día.
Una ira tan violenta como esa es inusual en Brasil y no se veía desde el regreso de la democracia, hace 34 años. Pero con la lenta economía y polarizada política, la convivencia y la tolerancia de las cuales los brasileños alguna vez se enorgullecieron se están desmoronando. El establishment político revanchista que ahora está a cargo ha envalentonado la furia general, frecuentemente a través de desvergonzados llamados a la doctrina más oscurantista.
Desde que los primeros colonizadores portugueses clavaron una cruz en la arena hace cinco siglos, la religión y la política han navegado juntas en Brasil
Esta cambiante percepción ha colocado a algunos de los evangélicos protestantes de Brasil en la primera línea de las guerras culturales. Con poca utilidad para la política de identidad y la variopinta sensibilidad del orden liberal, los ambiciosos pastores y sus patrocinadores en cargos públicos parecen empeñados en provocar una colisión social.
"Incluso en los tiempos más conflagrados, los brasileños siempre conservaron una tradición de tolerancia mutua y concordia que ha mantenido civilizada la conversación nacional y ha evitado la violencia política", dijo Bolívar Lamounier, director de Augurium, una firma de consultoría política de São Paulo. "Pero dado que la corrupción ha destruido los partidos políticos, han crecido los movimientos marginales y hemos perdido esa peculiaridad".
Este flirteo entre el poder y el proselitismo no es completamente nuevo. Desde que los primeros colonizadores portugueses clavaron una cruz en la arena hace cinco siglos, la religión y la política han navegado juntas en Brasil. La élite republicana que derrocó a la monarquía brasileña a fines del siglo XIX —separando así la iglesia y el Estado, teóricamente— estaba conformada por devotos positivistas. Conservadores obispos católicos obtuvieron apoyo popular para el golpe militar de 1964. Sin embargo, es posible que la fe y las políticas públicas nunca hayan estado tan deliberadamente entrelazadas como ahora, y ese es un gran problema.
Consulte con los tecnócratas de Guedes. A pesar de que se esforzaron por solucionar el desastre fiscal que llevó a Brasil a su peor recesión desde la Segunda Guerra Mundial, se mostraron sorprendidos este año por el proyecto del presidente Jair Bolsonaro para subsidiar la electricidad que consumen los templos religiosos. Los predicadores evangélicos de Brasil, que mantienen las luces encendidas y el aire acondicionado funcionando en sus megaiglesias día y noche, estaban encantados. Pero la fuerte reacción de los contribuyentes —que habrían perdido US$7,5 millones al año con el subsidio— obligó a Bolsonaro a recular.
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Ese fue solo el último arranque de Bolsonaro en su misión para lanzar una política basada en la fe: “limpiar” el servicio público (su mantra de campaña) de zurdos impíos y reemplazarlos por acólitos conservadores. Por ejemplo, Damares Alves, a quien escogió para encabezar el Ministerio de la Mujer, la Familia y los Derechos Humanos, es una predicadora evangélica cuyo consejo doctrinal para detener la propagación de las enfermedades de transmisión sexual entre los jóvenes es la abstinencia. ¿El perfil de trabajo del nuevo titular de la Agencia Nacional de Cine? Un buen cristiano capaz de recitar de memoria "200 versículos de la Biblia". ¿Y quién recibirá el visto bueno para la próxima vacante de la Corte Suprema? Alguien "terriblemente evangélico", aseguró el año pasado Bolsonaro a legisladores evangélicos. Después de todo, agregó, "somos terriblemente cristianos".
Criado como católico romano, Bolsonaro ha cortejado durante mucho tiempo a la emergente jerarquía protestante. En 2016, mientras se preparaba para su carrera presidencial, fue bautizado por un pastor evangélico brasileño en el río Jordán. La religiosidad ha sido central en su sello político. No tuvo reparos en reclutar a encargados de las iglesias evangélicas para recolectar las casi 500.000 firmas necesarias para validar su nuevo partido político, Alianza por Brasil.
Ya sea por convicción o cálculo, su conversión se identificó con las clases medias brasileñas, en su mayoría conservadoras y de valores familiares, que han llenado los bancos de los templos protestantes. Los evangélicos ahora representan aproximadamente 30% de la población, lo que se compara con quienes se identifican como católicos, antes una mayoría abrumadora, que ahora representan solo 51% de la población. Dado que la cantidad de ateos y no creyentes también está aumentando, algunos analistas proyectan una mayoría no católica en esta década.
A medida que las congregaciones evangélicas han crecido, también lo han hecho las ambiciones de sus pastores. Las fachadas de los templos con luces neón aumentan como mala hierba, especialmente en los barrios más pobres donde las escasas iglesias católicas romanas y sus aburridas misas han perdido el atractivo. Las radios de música gospel están en auge. La segunda cadena más grande de la nación, Record Network, pertenece a Edir Macedo, fundador de la agresiva orden neo-pentecostal, la Iglesia Universal del Reino de Dios.
Los líderes evangélicos ven algo más en el ascenso de Bolsonaro: una oportunidad para mejorar su prestigio
Ningún político respetable puede esperar ganar unas elecciones sin la bendición de los principales pastores evangélicos. Bolsonaro recibe su apoyo más ferviente del comité de la Biblia, una coalición de legisladores evangélicos que tiene alrededor de un quinto (o más, según los creyentes más fanáticos) del Congreso Nacional.
Sin embargo, lo que los evangélicos como grupo quieren está menos claro. Aunque a menudo se mezclan con la derecha brasileña, los evangélicos representan a muchas iglesias y un amplio espectro político. Por ejemplo, la exaspirante presidencial Marina Silva, socialista y exministra de Medio Ambiente, que se enfrentó con Bolsonaro por su inclinación misógina durante las elecciones de 2018 y lo calificó de depredador ambiental. Muchos protestantes convencionales también miran con recelo las políticas a favor de las armas de Bolsonaro, sus arrebatos a veces escatológicos y sus dos divorcios.
En ese sentido, es posible que los evangélicos no sean la vanguardia del nuevo conservadurismo de Brasil, si no su síntoma más visible. "Las iglesias evangélicas se han inclinado hacia la derecha, al igual que lo ha hecho la sociedad brasileña", me dijo Edin Sued Abumanssur, que estudia sociología de la religión en la Universidad Católica de São Paulo.
No obstante, los líderes evangélicos ven algo más en el ascenso de Bolsonaro: una oportunidad para mejorar su prestigio. “No tienen una visión o proyecto general para Brasil, solo una sensibilidad moral generalmente compartida. Quieren influencia, ocupar cargos de confianza y convertir a todos a la fe”, dijo Abumanssur. "Eso los deja a merced de los vientos políticos prevalecientes y, por el momento, el viento sopla hacia la derecha".
La política a merced del viento puede no ser del todo mala. La mayoría de los brasileños que asisten a la iglesia están demasiado ocupados con llegar a fin de mes como para librar una guerra santa, un imperativo que podría ayudar a frenar el extremismo político en los bancos de las iglesias y en la calle. El despido por parte de Bolsonaro de su secretario especial de Cultura, que desató un escándalo público al parafrasear a Goebbels en las redes sociales con una ópera de Wagner de fondo, sugiere que incluso los provocadores entienden el riesgo de la reputación. El peligro es que los ideólogos carroñeros empeoran las cosas utilizando como arma convicciones religiosas para obtener logros partidistas.
Observe el exaltado grupo de creyentes que respondieron a la parodia de Netflix de la Navidad pasada con bombas mólotov. "Brasil tiene hombres, machos para defender a Jesucristo y la patria brasileña", se jactó uno de los atacantes en un video que publicó en las redes sociales después de huir a Moscú. (Sin duda, una consecuencia involuntaria para la compañía de comediantes fue un beneficio inesperado en términos de espectadores). Ni Bolsonaro ni el ministro de Justicia, Sérgio Moro, dijeron una palabra sobre el ataque criminal (aunque el hijo de Bolsonaro y su asesor más cercano, Eduardo, calificaron la película de "basura"). Brasilia aún tiene que exigir la extradición del pirómano fugitivo.
La medida en que esta nueva incivilidad dañará la posición internacional de Brasil aún no está clara. Bien podría enfriar la recepción de Guedes en los salones —políticamente correctos— del Centro de Congresos de Davos. Pero para un país que lucha con una débil recuperación económica, una brecha cada vez mayor entre ricos y pobres, y quiebres sociales cada vez más profundos, un poco de decoro ecuménico ayudaría a impulsar la democracia. Lo mismo ocurriría con un anticuado respeto por los límites de la iglesia y el Estado.