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Italia aprende una dura lección sobre mascarillas: F. Giugliano

Los estudiantes de economía necesitan un par de clases para entender por qué los límites de precios son generalmente una mala idea. No obstante, el Gobierno italiano ha optado por establecer uno para las mascarillas faciales, y está aprendiendo la lección de la manera difícil.

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Los estudiantes de economía necesitan un par de clases para entender por qué los límites de precios son generalmente una mala idea. No obstante, el Gobierno italiano ha optado por establecer uno para las mascarillas faciales, y está aprendiendo la lección de la manera difícil.

El problema de fijar un precio artificialmente bajo es que causará escasez. Los consumidores querrán comprar demasiadas unidades, mientras que los proveedores producirán muy pocas debido a la falta de incentivos. Eso es lo que está sucediendo en Italia después de que el Gobierno dijera que las mascarillas quirúrgicas deberían costar 50 centavos de euro (US$0,54), sin incluir el IVA.

Los farmacéuticos dicen que tienen dificultades para reponer sus existencias, ya que los productores extranjeros prefieren vender sus productos en otros lugares. A nivel nacional, varias empresas italianas que habían reconvertido sus líneas de producción para fabricar mascarillas ahora argumentan que el precio es demasiado bajo para cubrir sus costos. El Gobierno dice que compensará a los farmacéuticos que hayan pagado más por sus mascarillas que el precio de venta, pero eso no resolverá el problema de escasez.

Las intenciones de Roma son buenas. Los científicos creen que las mascarillas faciales pueden ayudar a contener la propagación de la COVID-19, especialmente en lugares donde el distanciamiento social es difícil, como en el transporte público. El Gobierno italiano recomienda su uso, y algunas autoridades locales las han hecho obligatorias en muchos entornos. Permitir que las personas compren mascarillas a un precio razonable no solo apunta a ser justos con los ciudadanos más pobres; también hará que la política de uso de mascarillas sea más efectiva, ya que aumentará el cumplimiento de la norma y ayudará a reducir el riesgo de contagio. O al menos esa es la teoría.

Como descubrió el Gobierno italiano, establecer un precio máximo debe ser parte de una estrategia más amplia. Esta es una de esas ocasiones donde el Estado puede jugar un papel directo; sobre todo, debe asegurarse de que haya suficiente oferta de productores locales y extranjeros. El Gobierno puede comprar estos bienes a su valor de mercado y distribuirlos al precio que desee. Si tiene que pagar más que el precio al que se venden las mascarillas al público, que así sea. Esto también le permitiría priorizar cualquier parte de la población que considere prioritaria, como médicos, enfermeras u otros trabajadores esenciales.

Italia no es el único país que fija el precio de las mascarillas; Corea del Sur y Taiwán también lo han hecho. Sin embargo, el primer paso para ambos gobiernos fue aumentar la producción local o, al menos, centralizar en gran medida la distribución. Hoy, Taiwán puede producir 17 millones de mascarillas al día para una población de 24 millones.

El 5 de marzo, el Gobierno de Corea del Sur anunció que compraría 80% de su producción nacional. Italia está tomando medidas en esta dirección, pero el fiasco del precio tope corre el riesgo de retrasar sus esfuerzos. Malta ha seguido a Italia y ha fijado un precio de 0,95 euros, aunque los farmacéuticos inicialmente se quejaron de que este nivel era demasiado bajo.

Las luchas de la mascarilla facial de Italia tienen implicaciones económicas más amplias en tiempos de pandemia. Muchas compañías en todo el mundo buscan apoyo estatal mientras enfrentan dificultades en medio de una economía en crisis, y los políticos pueden verse tentados a usar sus facultades para forzar precios artificialmente bajos. Antes de hacer eso, es mejor que lean los primeros capítulos de cualquier libro de economía básica.