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El retiro de EE.UU. de Medio Oriente "sólo sería peor"

Un Medio Oriente post EE.UU. no será estable ni pacífico. Será aún más desagradable y más turbulento de lo que es hoy.

Donald Trump 10042018
Donald Trump | Bloomberg

¿Qué tiene que ver la triste historia de Jamal Khashoggi –el periodista saudí que entró en el consulado del reino en Estambul y nunca salió– con los debates sobre la política de Estados Unidos en Medio Oriente? Bastante.

Para quienes piensan que Washington puede simplemente transferir la gestión de la geopolítica de Medio Oriente a los países de la región, la desaparición de Khashoggi es un recordatorio más de que las cosas no son tan simples. Un Medio Oriente post EE.UU. no será estable ni pacífico. Será aún más desagradable y más turbulento de lo que es hoy.

El argumento básico para retirarse de Medio Oriente es el siguiente: EE.UU. no debe ejercer energías tan vastas para enfrentar desafíos como el terrorismo y el expansionismo iraní, porque los países de la región deben y pueden hacerlo ellos mismos. Arabia Saudita y los otros reinos del golfo tienen riquezas y poder militar más que suficientes para evitar que Irán domine la región o que los grupos terroristas se descontrolen; y tienen un interés aún mayor que EE.UU. en evitar estos resultados. Al asumir tanta responsabilidad en los asuntos regionales, Washington simplemente permite que estos países salgan adelante a costa suya. La única manera de corregir esta situación es a través de la reducción de la presencia militar. En la formulación más moderada, la reducción significa simplemente retirar las fuerzas terrestres de EE.UU. y rechazar cualquier uso significativo del poder militar estadounidense. En la formulación más radical, podría implicar liquidar toda la presencia militar de EE.UU., incluidas las fuerzas navales, y ejercer también menos influencia diplomática.

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Este argumento es popular entre los académicos, particularmente entre los autodenominados “realistas” de las relaciones internacionales. Pero de una manera u otra, también ha motivado las políticas de los dos últimos presidentes.

Barack Obama se refirió a los saudíes y a otros socios de EE.UU. como aprovechadores y pidió un equilibrio regional más orgánico en el que Teherán y Riad equilibraran la influencia de cada uno.

Donald Trump, si bien es un defensor incondicional de los estados árabes en su rivalidad con Irán, ha exigido en repetidas ocasiones que asuman más responsabilidades para que EE.UU. pueda asumir menos. "El destino de la región está en manos de su propia gente", dijo en abril; otras naciones deben "intensificarse" para que la presencia militar estadounidense pueda reducirse.

El deseo de obtener más de los aliados y socios de EE.UU. es lo suficientemente sensato, como lo es la noción de que EE.UU. no puede luchar para siempre contra las contrainsurgencias a gran escala en el Medio Oriente. Sin embargo, la idea de que Washington puede simplemente traspasar la responsabilidad del orden regional del Medio Oriente se basa en una suposición fatalmente errónea: que estos aliados se comportarán de manera tan responsable y competente como EE.UU. quiere que se comporten después de que haya abandonado la mayor parte de la región.

Para ver por qué esta suposición es tan equivocada, solo mire el comportamiento reciente de Arabia Saudita. Es, por mucho, el estado más rico de la región y con un presupuesto militar mucho mayor, que según algunas estimaciones podría ser el tercero más grande del mundo. Ya juega un papel importante en la geopolítica del Medio Oriente y, podría y probablemente desempeñaría un papel mucho más importante si EE.UU. estuviera menos involucrado en los asuntos de la región. Sin embargo, esa perspectiva no es tranquilizadora, porque la conducta saudí desde 2015 ha sido extremadamente desestabilizadora.

En marzo de ese año, los saudíes respondieron a una amenaza de seguridad real pero manejable –la toma de Yemen por los rebeldes hutíes apoyados por Irán– con una invasión mal planificada y mal ejecutada. La guerra no solo ha tenido efectos humanitarios catastróficos, sino que también ha llevado a un aumento de la influencia iraní en Yemen.

En enero de 2016, los saudíes ejecutaron a Nimr al-Nimr, un clérigo chiíta con muchos seguidores en las provincias orientales del reino, lo que hizo enardecer las tensiones sectarias en gran parte de la región.

En junio de 2017, Riad diseñó un enfrentamiento diplomático con Catar, destinado a hacer de ese pequeño país un estado vasallo. El enfrentamiento fracasó, causando una ruptura con el Departamento de Estado y el Pentágono –para qué decir con la Casa Blanca– lo que llevó a Catar a profundizar sus vínculos con Irán y Turquía. En noviembre, el gobierno saudí secuestró al primer ministro de El Líbano, Saad Hariri, en una disputa sobre la influencia iraní en su país. Esa táctica también fracasó, desestabilizó aún más a El Líbano y provocó la condena internacional.

Y la semana pasada, los servicios de seguridad saudíes presuntamente detuvieron, y supuestamente asesinaron, a Khashoggi, un crítico feroz del actual gobierno, encabezado por el príncipe heredero Mohammad bin Salman. Si las acusaciones son ciertas, el régimen saudí llevó a cabo un asesinato extrajudicial de una figura reconocida internacionalmente de una manera que seguramente enfurecerá a Turquía, otra potencia regional. Si así es como se está comportando uno de los amigos más cercanos de EE.UU. en el Medio Oriente, ¿quién necesita enemigos?

Gran parte del comportamiento reciente de Arabia Saudita se ha relacionado con la llegada al poder de Mohammad bin Salman, que parece impulsado por una combinación de ambición, arrogancia y temeridad. Sin embargo, no es una coincidencia que las fechorías de Arabia Saudita se hayan acumulado en un momento en que se observa ampliamente que EE.UU. está reduciendo su presencia en Medio Oriente.

La invasión saudí de Yemen, por ejemplo, parece haber estado motivada por la percepción de que el gobierno de Obama ya no estaba comprometido en contener a Irán, por lo que el reino tendría que hacer ese trabajo por sí mismo. La confrontación con Catar se produjo cuando la administración Trump, o al menos la familia Trump, señaló que le estaba dando rienda suelta a Arabia Saudita y se retiraba del papel tradicional de EE.UU. de contener, en lugar de alentar, las peleas entre sus amigos.

Cuando EE.UU. se ha replegado moderadamente, los saudíes han actuado de forma precipitada, con resultados lamentables en su mayoría. No es grato imaginar cómo sería un orden regional en el que Arabia Saudita tiene más poder e independencia.

Este último punto toca uno de los secretos sucios del papel de EE.UU. en el Medio Oriente y otras regiones clave. EE.UU. mantiene una presencia no solo para disuadir a rivales como Irán, Rusia y China. También maneja los conflictos entre aliados, ya sea Japón y Corea del Sur en el este de Asia, o Arabia Saudita y sus vecinos del golfo, y los aleja de comportamientos peligrosos.

Sin embargo, este enfoque solo funciona si EE.UU. está presente y comprometido. Si se retira de Medio Oriente, perderá cualquier ventaja de contención que alguna vez tuvo sobre aliados y rivales. Su legado no será la tranquilidad, sino que un entorno más caótico y rivalizado en el que otras naciones se sientan obligadas a arreglárselas por su cuenta.

Para ser justos, el problema en el Medio Oriente va más allá de Arabia Saudita. Las monarquías del golfo siempre han peleado con vehemencia y la seguridad y la cooperación diplomática que han logrado se debe en gran parte a que Washington ha estado allí para aplastar la competencia y brindar tranquilidad. Y con todo lo agresivo que ha sido el comportamiento de Irán en los últimos años, sus gobernantes de todos modos han tenido que operar a la sombra del poder estadounidense. Si se quita esa influencia restrictiva, y el resultado será un comportamiento aún más provocativo.

Los estadounidenses podrían no ser capaces de aislarse indefinidamente de la agitación resultante. Mientras la energía se comercialice en un mercado global y el terrorismo sea un producto de exportación, el caos del Medio Oriente eventualmente alcanzará y tocará a EE.UU.

EE.UU. está entrando en un período en el que sus recursos de seguridad nacional se reducirán y habrán llamados continuos a retirarse de una región que ha sido la fuente de tantos problemas. Pero aquellos que abogan por la reducción de la presencia militar deben ser honestos acerca de lo que seguirá: un Medio Oriente aún más peligroso que el que conocemos ahora.

Esta columna no necesariamente refleja la opinión de la junta editorial o de Bloomberg LP y sus dueños.