Evitar las consecuencias devastadoras del calentamiento global significa tomar medidas que acarrearán costos ahora. Esos costos pueden ser dolorosos, como lo demuestra vívidamente el malestar social en Francia, desencadenado en parte por el impuesto al combustible del presidente Emmanuel Macron, que desde entonces fue suprimido. Para algunos, como Bret Stephens del New York Times, la lección es clara: olvídese de reducir las emisiones de dióxido de carbono, porque la gente no lo tolerará, y la cura "es peor que la enfermedad".
Esto más bien confunde el verdadero impulso detrás de las protestas, que se basan principalmente en un deseo de justicia e inclusión política. El impuesto planeado por Macron –parte de su propuesta de acercar a Francia a la adopción de energías más limpias– fue mucho menos un motivador para los chalecos amarillos que los niveles corrosivos de desigualdad socioeconómica, el reciente debilitamiento de las leyes laborales de la nación, una reducción de los impuestos sobre los ricos, y la percepción compartida de la gente "de no estar representada, de que las leyes por las que se vota nunca van en la dirección del pueblo, de la mayoría".
Pero el argumento de Stephens también asume que podemos, de alguna manera milagrosa, evitar por completo el doloroso cambio social y económico, que la falta de acción ahora no amplificará nuestros problemas mañana. Es horrible ver a miles de manifestantes quemando autos y destruyendo monumentos, pero si seguimos nuestra actual trayectoria con el clima, estas protestas pueden no ser nada comparado con el caos social que se desatará en unas pocas décadas por las sequías y las cosechas perdidas a nivel mundial, la escasez de alimentos y las enormes migraciones humanas.
Muchos economistas, científicos y políticos optimistas han esbozado estrategias que podríamos seguir –al menos en teoría– para reducir las emisiones y ponernos en un camino sin obstáculos y pacífico hacia un futuro sin combustibles fósiles. Los escenarios contemplados suelen incluir reducciones drásticas de las emisiones de dióxido de carbono a partir de ahora, y la eliminación gradual de todas las emisiones en los próximos 30 años aproximadamente. Este es un trabajo importante. Necesitamos una evaluación honesta de lo que se necesita para evitar una crisis climática.
Desafortunadamente, gran parte de este análisis también está muy alejado de las tendencias del mundo real, ya que el calentamiento global parece estar acelerándose, lo que trae consecuencias dramáticas en las inundaciones, incendios y caída en los rendimientos de las cosechas mucho más rápido de lo que incluso los científicos pesimistas habían previsto. Mientras tanto, las emisiones mundiales de dióxido de carbono se han disparado, estableciendo un nuevo récord en 2018. Nos estamos acelerando en el camino hacia una potencial "tierra invernadero" que podría desencadenar un desastre comparable incluso al mayor evento de extinción en la historia de la Tierra, cuando más del 90 por ciento de todas las especies se extinguieron. Suena a ciencia ficción y, sin embargo, lo estamos viviendo.
Encontrar una respuesta adecuada requerirá disipar las ilusiones sobre soluciones potencialmente "fáciles". Una de esas ilusiones es que podemos recurrir a la energía nuclear como una alternativa barata y escalable a los combustibles fósiles. Los expertos en energía proyectan que la energía nuclear, incluso si se adopta de forma generalizada, supondrá a lo sumo una modesta contribución a nuestro futuro suministro energético, dados sus costos y los problemas técnicos no resueltos, especialmente la incapacidad actual para almacenar de forma segura los residuos nucleares. Otra creencia común es que podemos reemplazar rápidamente los combustibles fósiles con energía renovable solar y eólica. En contraste, las estimaciones reales basadas en el crecimiento de las tecnologías del pasado sugieren que pasarán otras dos décadas completas antes de que obtengamos apenas el 20 por ciento de nuestra energía a partir de recursos renovables.
La energía nuclear y las energías renovables serán útiles, pero no existe una solución tecnológica fácil. En este contexto, los disturbios en contra del impuesto a los combustibles de Macron no deben ser vistos como una razón para abandonar la acción climática, sino como una razón para reevaluar las verdaderas dificultades y estar a la altura del desafío. Macron lo intentó y falló, y necesitamos intentarlo una y otra vez. Reducir nuestras emisiones de dióxido de carbono a tiempo implicará la elaboración de mejores políticas que orienten a las personas hacia una energía más limpia, al tiempo que se presta apoyo social a los más afectados.
Pero incluso antes de eso, puede ser necesario adoptar medidas más radicales para reducir drásticamente la desigualdad, tanto socioeconómica como política. Históricamente, las personas en tiempos de guerra han estado dispuestas a aceptar penurias y privaciones considerables, pero sólo debido al amplio consenso político de que la carga se repartía equitativamente. En Francia, y en muchas otras naciones hoy en día, ese consenso no existe.
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